sábado, 31 de marzo de 2007

ENFOQUES DE LA DIDÁCTICA DE LA LENGUA

MONZÓN, Gabriela, Fragmento de “Escritores que aprenden leyendo. Una experiencia didáctica de lectura y escritura de historias de terror” (fragmento).Tesis correspondiente a la Licenciatura en Lenguas Modernas y Literatura. U. N. E. R. - FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN, Paraná, abril de 2002.

“(…) Cómo se enseña y se aprende a leer y escribir

Graciela Alisedo y otras autoras, en la Didáctica de las Ciencias del Lenguaje[1], realizan un análisis de las prácticas escolares de enseñanza y aprendizaje de la lengua y revelan con lucidez las mudanzas entre las que aún se debaten las acciones referidas a la escritura. Coincidentes con paradigmas didácticos históricamente reconocidos, las autoras diferencian tres enfoques: el tradicional, el activo y el activo-reflexivo.

El primero, el modelo tradicional, obedece a una concepción canónica de la didáctica de la lengua como enseñanza de la lengua “culta”, cuyo modelo está dado por las obras de escritores prestigiosos. Se produce un estudio descontextualizado y memorístico de cuestiones gramaticales y normativas y, por otro lado se instaura la escritura como una cuestión aislada, centrada en la copia de un modelo, lo cual no se vincula con los otros aprendizajes lingüísticos. La escritura es un producto ofrecido a la supervisión externa del docente.

El segundo, el modelo activo, aunque con saludables propuestas flexibilizadoras en torno de los roles estandarizados y rígidos del modelo anterior, cae en un vacío de contenido. No hay un rígido modelo gramatical a reproducir, pero no hay tampoco contenidos alternativos. En cuanto a la escritura, el alumno vuelve a estar instalado ante la página en blanco y en este caso ni siquiera tiene un molde para copiar; se privilegia la creatividad, pero se cae en la desorientación, en el dejar hacer. El escrito es igualmente corregido desde afuera por el adulto, pero en este caso no queda muy claro -ni para el alumno ni para el docente- qué objetivos se persiguen.

El modelo activo-reflexivo instaura desde el inicio principios claros que derivan de las investigaciones que se han realizado en el último siglo acerca del lenguaje, la lectura y la escritura. En primer lugar, entiende que toda práctica lingüística vehiculiza una intención comunicativa, posee un destinatario y precisa de recursos lingüísticos adecuados a la intención. La eficacia comunicativa no crece espontáneamente sino que se desarrolla como aprendizajes específicos en un contexto social. Por lo tanto, desde esta perspectiva la escuela debe proveer situaciones verdaderas de comunicación en las que se hace necesario el uso de la lengua, y en la que su aprendizaje se da en el entrecruzamiento de la observación de los propios textos, la orientación del docente y los aportes de los pares.

En este último modelo, las autoras proponen una alternativa que denominan metodología de la descentración. Esta consiste en el ofrecimiento de textos escritos desviados en algún nivel de representación, los que -sometidos al análisis por parte de los alumnos- pueden ser corregidos a partir de la puesta en funcionamiento de sus competencias lingüísticas y comunicativas, y de esta manera se puede acceder a la sistematización de regularidades y a la formulación explícita de las reglas del código. Esta metodología brinda una instancia en la que el aprendiz se instala “desde afuera” a observar y corregir un texto ajeno, lo que le permite volver posteriormente con otra mirada sobre sus propios textos. (…)”

[1] ALISEDO, Graciela y otras. Didáctica de las ciencias del lenguaje. Buenos Aires, Paidós, 1994.

viernes, 30 de marzo de 2007

jueves, 29 de marzo de 2007

PPS Proyecto "Nuestro libro de historias" (Madrid, 2005)

Esta presentación Powerpoint acompañó mi lectura de la ponencia "Nuestro Libro de Historias" en el III Congreso Internacional de EducaRed, Madrid, noviembre de 2005. Se las ofrezco, espero que sea de alguna utilidad ya que si bien se refiere a la escritura de un libro de cuentos, presenta conceptos de didáctica de la lengua referidos a toda situación didáctica de escritura de textos.

lunes, 26 de marzo de 2007

Te contamos un cuento V: El cuadro de la muerta

Texto escrito por V. F.
La autora era socia del Club de Jóvenes Lectores y este cuento fue publicado en Libromanía, Revista del Club de Jóvenes Lectores, María Grande - AÑO 2 – NÚMERO DOS, junio/julio de 2004, Año del Centenario de María Grande.
Rara vez Luz iba al museo pero esta vez tenía que ir si quería averiguar lo que pasaba. Como le apasionaban los misterios; lo que debía averiguar era por qué había un cuadro hecho hacía un mes por una persona fallecida hacía tres años.
Así que, fue a hablar con Frodo, el guardia del lugar, para ver si él había notado algo raro, si no había visto a alguien. Él no supo contestarle.
Pero le dio un dato. Este era que, la persona que traía los cuadros decía que eran un recuerdo de su mujer.
Luz observó la pintura, anotó todo lo que decía esta y se fue a su casa.
A los días se le ocurrió que podía ir al registro civil a que le dieran información de algún pariente. Allí le dieron la dirección de la casa donde se encontraba el esposo y sus tres hijos.
Pasaron cuatro días y Luz decidió ir a la casa. Llegó y la tendió la sirvienta, esta tenía un cartelito que decía Jacinta. Jacinta le preguntó qué andaba buscando y Luz le dijo que necesitaba hablar con el señor Emanuel. La mujer la hizo pasar y al instante apareció Emanuel, él la invitó a sentarse y le preguntó quién era y qué necesitaba.
Luz le contestó que quería saber qué le había pasado a su esposa; él con los ojos lacrimosos le contó que una noche de lluvia venían de una fiesta y el auto se fue para la banquina y se dio vuelta, y que Inés había muerto al instante, él se salvó de suerte. Dijo también que cuando estaba en el hospital se le apareció el alma de su mujer y le dijo que cuidara a los chicos.
Cuando Emanuel terminó de hablar Luz le preguntó si ya hacía tres años del fallecimiento y él le dijo que sí, entonces ella le contó lo del cuadro. Él no lo podía creer, pero no pudieron seguir hablando porque justo entraron los chicos. Estos se presentaron: Lucas era el más grande y tenía doce, Laura tenía ocho y Lucio cuatro años.
Luz como no sabía qué hacer se preparó para irse, el señor le dijo que si necesitaba algo volviera, Luz le contestó que con gusto volvería y se fue.
Cuando llegó a su casa, llamó a su mejor amiga, Sandra, para que fuera, que le tenía que contar algo. Cuando Sandra llegó, Luz le contó todo hasta el último detalle y le dijo que Emanuel no le había dicho si su esposa era o no pintora, aunque había muchos cuadros y todos tenían el nombre de Inés. Le pareció que algo raro pasaba, además estando en la casa había sentido ruidos en el sótano.
Luz siguió yendo a la casa de Emanuel con cualquier excusa, hasta que un día se metió en el sótano y se llevó una gran sorpresa. Junto a ella había otra persona y según la foto que le habían mostrado era Inés. Eso terminó de confundir a Luz.
Lo bueno fue que ninguna de las dos gritó, pero Luz no aguantó y le preguntó si era Inés. Ella le dijo que sí. Luz le pidió que le contara por qué estaba ahí, e Inés le narró que su marido había inventado lo del choque, que en lugar de ella habían enterrado a una muñeca idéntica a ella y que sus hijos creían que estaba muerta. También le dijo que su esposo la obligaba a hacer cuadros que él después vendía a más de diez mil pesos y que por eso tenían semejante casa.
Después de lo que le relató Luz dijo que llamaría a la policía y que la iba a ayudar, salió del sótano, entró a la casa y sin que nadir la viera agarró el teléfono y llamó a la policía. Ellos le dijeron que iban para allá.
Pasaron cinco minutos y tocaron el timbre, Jacinta atendió y era la policía. Esta se asustó pero ellos le dijeron que llamara al señor de la casa. Jacinta fue y lo buscó mientras Luz les contaba todo, estos le dijeron que no se preocupara y que buscara a Inés.
En ese momento llegó Emanuel, y Luz trajo a Inés.
Ella preguntó por sus hijos y Jacinta le dijo que estaban en el patio.
Los agentes se llevaron a Emanuel y a Inés la dejaron en la casa con sus hijos, ella estaba tan contenta que se olvidó de que Luz estaba en la puerta despidiendo a la policía, cuando ellos se fueron, la chica le pidió a la mujer que disfrutara mucho y que no se preocupara por Emanuel porque tendría que cumplir años de condena. Cuando terminó de hablar, Inés le dio las gracias y le solicitó que la fuera a visitar.
Y así fue como Luz resolvió el caso del cuadro de la muerta.

domingo, 25 de marzo de 2007

Soy lo que escribo, soy como escribo... (1a. Parte)

A partir de la interesante iniciativa de www.escribesinfaltas.blogspot.com, a la que me sumé gustosa, se me ocurrió llevar a dos de mis grupos de alumnos de Polimodal el texto Eres lo que escribes, eres como escribes, para promover el debate y la reflexión sobre su propia escritura.
Y como sucede más de una vez... las propuestas que uno piensa evolucionan inesperadamente o se transforman de manera inusitada. Así sucedió esta vez, pues aunque pretendía reflexionar acerca de las normas de la lengua escrita, la situación se transformó en una instancia de valoración de la escritura como modo de expresión único. Por esto, les propuse a continuación la creación de un texto personal a partir del completamiento de una estructura que implicara desarrollar la idea de la campaña… y he aquí el resultado.
Puestos a crear y reflexionar, este grupo de adolescentes expresó con sus palabras su vínculo con la escritura.
Nota: A raíz del número de textos, los presentaré en varias etapas.
Eres lo que escribes, eres como escribes
Soy lo que escribo porque mi personalidad me identifica en mis expresiones.
Porque mi imaginación es un mundo de alas.
Porque la vida me ha enseñado a valorar la sabiduría.
Porque es la forma de expresar lo que siento.
Soy lo que escribo cuando mis palabras surgen de la nada.
Cuando mis sentimientos se convierten en historias.
Cuando mis sueños se vuelven realidad.
Cuando mi alma está angustiada.
Soy lo que escribo, por lo tanto me describo como soy,
es mi forma de pensar,
mis propias ideologías
y mi propia historia.
C. M.
Soy lo que escribo porque me reflejo en la escritura.
Porque me muestro como soy.
Porque expreso lo que siento en cada momento.
Soy lo que escribo cuando necesito desahogarme.
Cuando necesito que me escuchen.
Cuando un amigo fiel que no le cuente a nadie.
Cuando simplemente quiero escribir.
Soy lo que escribo, por lo tanto si leés podés conocerme,
Y saber lo que siento y pienso en cada momento.
No intentes corregirme así soy yo.
N. A.
Soy lo que escribo porque escribo lo que siento.
Porque refleja mi estado de ánimo.
Porque me hace sentir mejor.
Porque me siento más aliviada.
Soy lo que escribo cuando necesito expresarme.
Cuando no me siento bien.
Cuando estoy feliz.
Cuando me invade la soledad.

Soy lo que escribo, por lo tanto podés conocerme

a partir de lo que escribo,

porque las palabras simplifican mi forma de ser y pensar.

V. S.

Soy lo que escribo porque con la escritura trato de huir de la realidad.

Porque me gusta crear mis propias formas de expresión.

Porque necesito mostrar mis sentimientos a alguien.

Porque con las palabras vuelo a otro mundo de fantasía.

Soy lo que escribo pues cuando estoy bien , escribo bien.

Pero cuando no tengo ganas, no escribo nada.

Porque cuando estoy mal, lo hago todo desprolijo.

Porque cuando estoy aburrida, invento frases y poemas.

Soy lo que escribo, por lo tanto soy lo que soy.

Podría armar un diccionario con mis propios términos,

pues a través de mis palabras los demás

me pueden ver como una persona sensible.

R. G.

Soy lo que escribo porque reflejo mi personalidad.

Porque demuestro mis problemas.

Porque escribo lo que siento.

Porque me tranquiliza.

Soy lo que escribo cuando estoy triste,

cuando tengo problemas,

cuando extraño a alguien o algo,

cuando estoy mal.

Soy lo que escribo, por lo tanto todos pueden conocerme.

Si lees lo mío, podrás darte cuenta de los que siento y soy.

Mi escritura representa todo lo que quiero.

S. W.

sábado, 24 de marzo de 2007

En defensa de la fantasía…

En estos días en que los argentinos nos detenemos a reflexionar muy particularmente acerca de las libertades, los derechos humanos y los eventos trágicos de nuestra historia que aún siguen impunes, no puedo menos que recordar los tiempos de mi escolaridad en los que de ninguna manera hubiésemos podido leer lo que les es dable leer a mis alumnos hoy.
¿Por qué se me ocurre a mí pensar en esto cuando habría tantos otros aspectos desde los que abordar la cuestión? Sencillamente, porque en este oficio en el que las palabras son el centro de mi diaria tarea, en el que albergo la esperanzada convicción de que apropiarnos de nuestro decir contribuya a hacernos libres, no puedo más que detenerme a analizar que aún hoy la fantasía, la imaginación, el juego, la invención, son temidas y sospechadas.
Luego de veinticuatro años de democracia no hemos superado aún la mordaza y circulan soterradas corrientes que miran de reojo y con desprecio cuando las palabras crean, cuando se llenan de doble sentido, cuando se les da por el disparate, cuando se alían en el descalabro de lo establecido y estereotipado, cuando recuperan lo diferente, lo extraño, cuando rompen la norma.
A veces esta sociedad insólita y más alucinante que cualquier ilusorio relato de ciencia ficción, sigue caratulando y segregando aquello que le incomoda. Y no por nada: la literatura, y particularmente lo fantástico, tienen el poder de decir sobre el mundo y el ser humano en ocasiones tanto o más que el y “educativo” supuesto realismo... y eso es de temer.
Me tomo el atrevimiento de presentarles a continuación una serie de fragmentos del libro de Graciela Montes: El corral de la infancia. Acerca de los grandes, los chicos y las palabras. (Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991) en los que la autora reflexiona maravillosamente sobre esta cuestión:
“[…]en 1978, durante la dictadura militar, un decreto que prohibió la circulación de La Torre de cubos, de Laura Devetach, hablaba en sus considerandos de exceso de imaginación –“ilimitada fantasía” dice- como una causa principal para desaconsejarlo. En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha, en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adónde lleva.
[…]
Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?
Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos.
[…]
De que la realidad resulta escandalosa puedo dar testimonio personal. Cuando en 1986 edité una serie de libros para niños donde daba cuenta con palabras sencillas pero sin pelos en la lengua de lo que había sucedido en nuestro país durante la dictadura y hablaba, por primera vez en un texto para chicos, de los desaparecidos, las críticas de los sectores más reaccionarios de la educación se centraron en que ésos no eran temas para tratar con los chicos. Para muchos no estaba mal hablar de derechos humanos, por ejemplo, siempre y cuando uno se mantuviese en el terreno del deber ser; uno podía enumerarlos y decir que había que respetarlos pero de ninguna manera relatar sus violaciones.
Esa cuidadosa desrealización de la realidad es la que campea en nuestros libros de historia, que se convierten en galerías de héroes, villanos y fechas patrias, es decir en una auténtica deshistorización de la historia.
En síntesis, el manejo de la pareja realidad/fantasía le permite al adulto ejercer un tranquilo y seguro poder sobre los niños. Con esas dos riendas, los adultos -no porque sí sino seguramente por motivos muy profundos, por viejas tristezas y viejas frustraciones, tal vez tratando de proteger la propia infancia de toda mirada indiscreta- podemos mantener a los chicos en el corral dorado de la infancia.
El corral protege del lobo, ya se sabe; pero también encierra. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos controladores, tanto la fantasía descontrolada -la que se atreve a todo, la que se vuelve fácilmente sensual o sangrienta y cruel- como la realidad se cuelan dentro del corral. Están en los juegos de los chicos -donde uno vive, muere o se salva fantásticamente pero con intensidad muy real-, están en los disparates, en las retahílas (siempre me acuerdo de una que jugábamos cuando era chica para elegir quién era mancha: “Bichito colorado mató a su mujer con un cuchillo de punta alfiler. Le sacó las tripas las puso a vender: ¡A veinte a veinte las tripas de mi mujer!”), en los viejos cuentos (en los que creo que se refugiaron los chicos por falta de fantasías nuevas) y también en algunos libros que burlaron la vigilancia de los pedagogos y circularon con sus locas fantasías y sus intensas realidades por todas partes.
[…]
En fin, es una búsqueda nueva; ni el sueñismo de la fantasía divagante ni el realismo mentiroso. Más bien exploración de la palabra, que es exploración del mundo y que incluye en un solo abrazo lo que suele llamarse realidad y lo que suele llamarse fantasía. Es decir, literatura.
Durante muchos años pesó más el platillo de lo infantil; ahora está empezando a pesar el platillo de la literatura. La literatura, sospecho, nos va a sacar del corral.
[…]”

Colaboración en adhesión a la “Semana de la memoria”

“Y al país lo remataron, y lo remataron mal. Lo partieron en pedazos, y ahora hay que volverlo a armar”
(Para el pueblo lo que es del pueblo, José Tcherkaski y Piero, 1973)
Me complace presentar a continuación el primer aporte ofrecido a este blog de parte una colega -la Profesora Araceli Beltramino- que generosamente me acercó un trabajo realizado con alumnos de 3° año Polimodal de la Escuela N° 65 “Monseñor Jorge Schöenfeld” de Aldea “Santa María” (Entre Ríos - Argentina).
Los chicos editaron -en el transcurso de 2006, bajo la coordinación de la docente mencionada y el profesor Julián Gómez- una publicación denominada “3° sin fronteras”. De la segunda edición de esta presento el Editorial puesto que es representativo de la producción y dos artículos. Estos fueron elaborados en el marco de las reflexiones efectuadas en la “Semana de la Memoria”, en la cual recordamos el pasado para que no nos vuelva a suceder: el golpe militar del 24 de marzo de 1976 que instauró la dictadura en la Argentina durante siete años de horror.
Editorial
Tercero sin fronteras: comenzó a caminar hace unos meses. En ese momento, la posibilidad de realizar una revista nos pareció una meta lejana, casi inalcanzable. Sin embargo, el esfuerzo común y la convicción con la que emprendimos el proyecto nos permitió dar el primer paso.
En consonancia con una de los primeros objetivos planteados, el primer número de la revista fue el fruto de un proceso de trabajo colectivo de indagación, análisis y escritura. Así como también nos posibilitó expresar las opiniones, expectativas y deseos compartidos. Otros de los objetivos fundantes de la revista consiste en pensar un espacio de diálogo, intercambio y reflexión con la comunidad educativa.
Desde luego que no fueron pocas las dificultades que tuvimos que enfrentar para continuar con la revista.
Sin embargo a pesar de los obstáculos logramos seguir adelante, uniéndonos y trabajando como grupo.
“Tercero sin fronteras sigue caminando. Ahora damos nuestro segundo paso”
Literatura ¿para todos?
Es cierto que no siempre valoramos lo que tenemos hasta que nos pasa algo que nos hace verlo, en el tiempo de la dictadura (1976-1983) no se podía leer libros que cada lector eligiera, sobre todo textos con ideas de izquierda. Muchos libros de escritores conocidos fueron prohibidos. A pesar de esto, algunos siguieron escribiendo secretamente y hubo otros que se fueron para poder escribir y publicar sus libros.
La mayoría de los libros que se prohibieron fueron de la literatura infantil ya que en ese tiempo se usaba a la literatura para chicos como una voz maternal que “respaldaba un paternalismo reglado desde afuera por los valores de óptica adulta” y no aceptaban las libertades de aquellos textos debido a que lo diferente o raro era peligroso, prohibido. También así hubo maestros que siguieron enseñando literatura a sus alumnos a pesar de lo prohibido, uno de ellos fue Paulino Guarido quien dijo: “¡Cómo me gustaría que alguno de esos pibes que ahora son padres leyeran esto! Solamente para que sepan que a pesar del miedo nosotros manteníamos nuestros ideales. Y que gracias a poder vencer algunos miedos hoy Bartolo se encuentra vivito y coleando.”*
Resumiendo quisiera señalar que estamos mejor, ahora podemos leer y expresarnos libremente, sin que nadie nos prohíba leer lo que nosotros queremos; por eso valoremos los libros que tenemos sino siempre vamos a lamentar de nunca haber valorado lo teníamos.
J. W.
*Nota: “Paulino Guarido es maestro y, actualmente, es el Secretario General de la Seccional La Matanza del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires (SUTEBA). Su testimonio forma parte de la Propuesta Didáctica "Libros: Memoria con futuro", elaborada por Claudia Rodríguez Paoletti y publicada en la revista La Educación en nuestras manos N° 75 (Buenos Aires, SUTEBA, marzo de 2006).” Estos datos sobre el mencionado docente, así como las palabras citadas en el artículo fueron extraídas de http://www.imaginaria.com.ar/17/6/la-torre-de-cubos.htm.
El miedo a perder la literatura
Para nosotros es muy importante la libertad que brinda la democracia, porque permite tener libres pensamientos y actitudes ya sea leyendo un libro o informándote a través de la radio o televisión.
En la época de la dictadura cierta literatura no tenía lugar, sólo se podía leer la ficción que el estado permitía, pero hubo una a la que atacaron más: la literatura infantil.
Los militares no querían que los chicos leyeran ciertos textos porque los afectaría, decían que los cuentos como “La torre de cubos” de Laura Devetach no cumplían los requisitos de un cuento infantil de la época que debía formar al niño por encima de la estructura y arte de los textos literarios. Cuando se produjo el dictamen de prohibición* se acusó a dicho cuento de tener “graves falencias tales como simbología confusa, objetivos no adecuados al hecho estético, etc.” Les molestaba que en esta obra literaria apareciera la óptica del niño, sus deseos, sus críticas y su participación.
Incomodaba que los chicos tuvieran como deseo cambiar la realidad.
Por más que en el ’76 estuviera prohibido escribir, leer o hablar ciertos temas en los medios, no quiere decir que esto haya afectado el pensamiento literario.
Desde la postura de Beatriz Sarlo “todo lo relacionado a la literatura que había comenzado en la época no se interrumpió, sino que continuó con dificultad de conseguir estos textos en condiciones de persecución y clausura”.
V. G.
*Nota:
El Boletín N° 142 de julio de 1979 por el cual el Ministerio de la Provincia de Santa Fe prohibió el uso de La torre de cubos en las escuelas.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Te contamos un Cuento IV:La Reina Zarposa

Texto escrito por J. L. y su tía C. La autora era socia del Club de Jóvenes Lectores y este cuento fue publicado en Libromanía, Revista del Club de Jóvenes Lectores, María Grande - AÑO 2 – NÚMERO DOS, junio/julio de 2004, Año del Centenario de María Grande.
Ambas fueron las autoras del dibujo que ilustró la tapa de la publicación, la cual representaba a nuestra mascota: una tortuguita de... cerámica.
La reina Zarposa era una babosa muy glamorosa que vivía en su reino comprendido entre el tobogán más alto del parque Merceditas y el cordón de la vereda sur. Aunque nadie sabía bien de la veracidad de su realeza, ninguno de sus súbditos se atrevía a cuestionar a la soberana porque tenía muy mal carácter. Sin embargo, lo que nadie ponía en duda era que la reina Zarposa era famosa por su fastuosa “Convención de los exóticos”, fiesta que brindaba cada año, donde ella presidiendo un jurado formado por su séquito real, elegía el animal o grupo de animales más raros del encuentro. Ese día se reunían en el parque tortugas con la caparazón en la panza, caballos que en vez de colas tenían trenzas, vacas que daban leche chocolatada, los infaltables perros con dos colas y otros bichos raros que año a año superaban en originalidad la capacidad de asombro de la reina Zarposa. Un día, un chico muy bueno e inteligente pero a la vez travieso llamado Matías salió de la escuela y como de costumbre buscó a su perra Pelusa para ir al parque y tomar unos mates debajo del árbol con ramas en forma de hongos. Mientras Matías le contaba a Pelusa su día en la escuela oyeron un zumbido bajito. Miraron hacia arriba y vieron unos mininos graciosamente emperifollados volando en formación hacia el sur. -¿Adonde van esos gatos alados?- preguntó Pelusa. -A ver a la reina Zarposa- contestó Matías sin agregar detalles. -¿Y quién es esa reina?- quiso saber Pelusa. Entonces Matías le contó de la reina y de la convención anual y Pelusa no quiso perderse semejante evento así que guardaron el mate en la mochila y fueron tras los gatos alados. Al llegar al castillo de la reina Zarposa quedaron maravillados al ver patos con picos de cigüeñas, cangrejos que caminaban hacia delante, zorrinos que desprendían olor a lavanda, cebras que en vez de rayadas eran circulares y otras rarezas del mundo animal. Después de un gran banquete y el discurso de la reina Zarposa comenzó la elección de “Los exóticos del año”. Cuando llegó el turno de los gatos alados realizaron una prolija exhibición aérea que deleitó al público y al jurado por supuesto. Al final de la jornada, la reina y el jurado nombraran ganadores a los gatos alados ante los aplausos de algunos y los pucheritos de otros presentes. Pelusa, observando desde lejos estaba verde de envidia por el premio de los gatos, que como todos saben, son enemigos de los perros. Pero cuando la fiesta terminó y todos los animalitos se fueron, Matías y Pelusa, que se quedaron observando detrás de un árbol, conocieron las verdaderas intenciones de la babosa: la reina Zarposa, que era muy vanidosa y ambiciosa, quería que los gatos fueran sus esclavos y la transportaran en su travesía para extender los límites de su reino. -¡Tenemos que hacer algo para ayudar a los gatos alados!- dijo Pelusa olvidando viejos rencores. -Tengo la solución: hay que conseguir cloruro de sodio- dijo Matías acomodándose los lentes. -¿Y de donde vamos a sacar eso?-preguntó la perrita. -De la cocina de mamá- dijo el nene y le explicó que en realidad, el cloruro de sodio no es más que la sal que las mamás usan para cocinar. -Ah, bueno, vamos por la sal entonces- gritó Pelusa mientras salía corriendo. En la casa de Matías prepararon una solución con sal y agua y regresaron al parque y reino de la reina Zarposa, donde vieron que los gatos estaban muy tristes dentro de celditas mientras que la reina se paseaba por los jardines de su castillos. De un salto, Matías y Pelusa rodearon a la reina y la amenazaron: -¡Reina Zarposa, libera a los gatos alados o morirás bajo el efecto de esta solución salitrosa!. -¡No, eso no!- pedía por favor la babosa que resultó ser muy temerosa y se moría de miedo pensando en que podía terminar achicharrada por la sal. Inmediatamente la reina miedosa dejó libres a los gatos que salieron volando muy agradecidos. Los que casi salieron volando también fueron Matías y Pelusa porque el nene, con tanta convención tramposa, había olvidado que tenía que hacer la tarea de matemáticas y su mamá lo estaría buscando furiosa. Y colorín colorado, este cuentito genial ha terminado.

domingo, 18 de marzo de 2007

YO NO QUERÍA HABLAR MÁS DE HARRY POTTER

Ponencia presentada en las Primeras Jornadas de Lectura y Escritura del Litoral -Santa Fe, Argentina, 2006-.
Autora: Lic. Gabriela Monzón
Para descargar el texto completo en formato PDF hacer click acá:

(hacer click en Download file)

Hace un tiempo dije: “Estoy harta de escuchar cualquier disparate sobre Harry Potter”, y en consecuencia tomé la firme decisión de no hablar más del tema… Esto se debía al más puro y simple agotamiento, porque sentía que -en todo momento- debía estar explicando, aclarando, informando, desmintiendo, a quienes abrían la boca porque la tenían puesta.
Pero entonces me pregunté ¿no hablar más sobre Harry Potter? ¿Cómo? Si precisamente eso es lo que generan los libros de la escocesa: infinitas posibilidades de diálogo entre sus lectores, deseos de discutir, de opinar, de comparar, de recordar... Claro, entre sus lectores; mi decisión tenía que ver con el fenómeno mediático social al que llamo “de opinología” en el que de ninguna manera era válido participar.
Sin embargo, a raíz de estas reflexiones surgieron otras, porque no sólo soy una lectora, sino además docente y formadora de docentes y esta circunstancia me sugirió un cúmulo de problemáticas de fondo en relación con el contexto que rodea a esta serie de libros. Por esto decidí analizar el fenómeno que ha generado (quiénes opinan y en qué contexto), algunos requisitos para emitir un juicio sobre una obra literaria, cómo afecta el fenómeno comercial a la obra en sí; pero lo que es más importante, qué revelan todos estos debates sobre otras problemáticas: los chicos, los grandes, la lectura y los libros.
Debo reconocer, primero que nada, que siento un afecto muy especial por las novelas de Rowling, y hago todo lo posible porque despierten en otros lo que produjeron en mí; mal que les pese a los eruditos elitistas, mal que les pese a los defensores de los clásicos como única posibilidad de lectura. Incluso, mal que les pese a lo que sencillamente no les gustaron estos libros.
He descubierto que los que hemos leído estas novelas y nos hemos enamorado de ellas compartimos la pasión, y nos hermana el sentimiento que provoca ir llegando a las últimas hojas y sentir que al finalizar ya nada será igual, somos todos el pequeño personaje de la Historia interminable.
Pero más allá de estas cuestiones que pueden considerarse personales, concluí que sería una irresponsabilidad si dejara pasar la oportunidad de poner sobre el tapete una serie de consideraciones que he ido elaborando como lectora, como docente y como mediadora, a raíz de esta polémica en la que cualquiera parece tener qué decir.
Creo que esta es además una oportunidad para indagar y quizá ofrecer algunas pistas sobre los chicos y los libros, sobre los chicos y la lectura, sobre la supuesta no lectura, sobre nuestro rol de adultos en general, sobre los grandes y los libros, sobre nosotros los mediadores, sobre la pasión de leer…
Y, lo cierto es que hay más razones. Me preocupa que el debate se quede en la superficie; me indigna el elitismo que ronda los ámbitos de la cultura, la educación y la literatura; me intranquiliza que se centre la discusión en Harry Potter sí o Harry Potter no; me fastidia que discutir sobre el muñequito o cualquier producto del merchandising distraiga del eje: lectura/chicos/libros; me irrita que adultos que conozco -cuyo promedio de lecturas por año tal vez no supere los dos títulos- estén haciendo aspavientos acerca de que los adolescentes lean nada más que Harry Potter o que lean precisamente eso; me disgusta la envidia, la moralina, la ignorancia, la pacatería, la estupidez, el proteccionismo abusivo de los adultos, el desconocimiento de estos acerca del mundo de los niños y los adolescentes, su compulsión a colonizar/ explotar/ controlar el territorio de estos sin dejar afuera ni siquiera el arte…
En este debate -no siempre referido a la obra literaria, como debería ser- tercian: padres, escritores, docentes, periodistas, editores, y muchos otros que de una u otra manera están ligados a la cultura; pero también opina cualquiera.
Debo rescatar -por honestas y autorizadas- las opiniones de quienes poseen una trayectoria en relación con la literatura infantil y juvenil. E incluso, las de aquellos escritores no especializados en ella que esgrimen apertura mental como para valorar el fenómeno de estas novelas en cuanto difusión de la cultura y la lectura, sea que se declaren admiradores o no de los textos.
Entremos ahora a distinguir responsabilidades. En la vida cotidiana “todo el mundo” tiene derecho a decir lo que piensa, y si bien es sanamente recomendable estar mínimamente informados al proferir comentarios sobre cualquier tópico, convengamos que los argentinos por la boca mueren.
Sin embargo una cosa es la opinión “de la calle”, y otra la que los medios legitiman exponiéndola masivamente. Existe una irresponsabilidad -sospechosa por persistente- en la tendencia a que cualquiera se erija en juez y disminuya el espacio dedicado a la palabra de los que algo saben. Esto sucede muy frecuentemente en muchos terrenos, pero la niñez y la adolescencia, suelen ser una área en la cual basta la acreditación de adultos para dictaminar, criticar, decidir. La adultez pareciera dar patente de corso, y con ella hacer legítima cualquier incursión y pillaje que a los grandes se les ocurra. La literatura para niños y jóvenes no podía ser distinta y es campo fértil para especulaciones intrusas.
Parece una obviedad pero reiterémoslo: un requisito sine qua non para ser acreditado en esta discusión es haber leído las obras; y en lo posible otras también, al menos para que las comparaciones -cuando se pronuncian- sean acertadas. Sólo previa e indispensable lectura de los textos se puede llegar a enunciar algún tipo de apreciación. De lo contrario es inadmisible.
Establecido el marco en el que se manifiestan opiniones y críticas, tanto en situaciones cotidianas, como encuadradas en los medios de comunicación; voy a detenerme, en otros aspectos de este asunto.
No sólo es imposible dar legitimidad a manifestaciones proferidas por quienes no han leído los libros de la serie de Harry Potter, aún aquellos que por dedicarse a la escritura o ejercer cierta clase de crítica literaria puedan considerarse autoridades; sino que es válido prestar atención a algunas de las connotaciones que sugieren ciertas afirmaciones que se dejan caer en torno del tema. En nuestro país hay intelectuales que se vanaglorian de no haber leído esos libros que venden, que se consideran superiores por no pertenecer a la masa que los ha leído, que no leen literatura para niños (como si dicha particularidad supusiera en sí misma una descalificación). Aseveraciones que preocupan por sus evocaciones autoritarias, por el desprecio hacia lo popular e incluso hacia lo “infantil”.
Lo “que vende” no es ni malo ni bueno hasta que lo conozcamos y lo podamos evaluar. Muchos de nosotros tenemos en algún rincón de nuestra biblioteca libros que no consideramos literariamente valiosos pero que en nuestra obligación de conocer para criticar, adquirimos sumando un ejemplar al ranking de ventas. ¿Desde cuándo lo masivo es sinónimo de calidad o viceversa? O ¿desde cuándo lo es aquello que es propiedad de un grupo reducido y cerrado? Ambas son falacias.
Todo escritor -de literatura- ha de esperar que, como mínimo, quien exprese juicios sobre su obra la haya leído, y se deje guiar por ninguna otra cosa más que cada palabra vertida con esfuerzo sobre el papel… Porque escribir -cuando se hace en serio, como creo que hace Rowling- no es fácil; es un trabajo arduo, y el que diga lo contrario que vaya a enseñar a escribir a mis alumnos y además haga un tratado que refute toda la teoría existente acerca de la escritura.
Me voy a detener algunos párrafos a considerar la problemática acerca de lo que lo publicitario y los números del mercado suelen hacer a los productos culturales.
Hay un intento reiterado de denigrar el fenómeno de las novelas de Harry Potter a través de razones como: que detrás de este hay una gigantesca campaña publicitaria, que su éxito sólo es producto del tan mentado consumismo, que el marketing lo hace todo, y que la obra es de dudosa valía por el merchandising que ha ocasionado…
Negar que el personaje de Harry Potter se transformó en un fenómeno de mercado es imposible, que hay una fabulosa campaña publicitaria en torno de este, también. Ahora bien, menospreciar las novelas por ese sólo hecho: es irracional.
El mundo en el que vivimos transforma en muñequitos, remeras, cartucheras, carpetas, gorras, vasitos, libros para pintar y cualquier otro objeto vendible, toda franquicia que sea rentable. Y una proveniente de la literatura, cuando se convierte en dinero contante y sonante, no podía ser la excepción, al fin de cuentas: la cultura también vende, en las palabras sabias de Graciela Montes.
Pero, ligado a esto, vienen los detractores del consumismo, a los que no les niego razón en más de un reclamo. No obstante, reconozcamos que los papás son quienes adquieren los artículos que se proponen para sus chicos, y que los papás les permiten estar indefinidamente frente a los canales televisivos infantiles que bombardean con productos atrayentes que los grandes fabrican para los niños. Nuestros chicos viven en una sociedad que no hicieron ellos, sino que los adultos les ofrecimos en bandeja, en la cual los adultos precisamente no perdemos oportunidad de hacerlos a nuestra imagen y semejanza: consumidores.
Y ahí nomás, pegadita, surge otra cuestión que es la que más me interesa, y poco tiene que ver con el muñequito o la cartuchera, que en realidad no me quitan el sueño, puesto que considero que el árbol no debe taparme el bosque.
Esa cuestión tiene mucho que ver con la lectura, los libros y los chicos.
Y sobre ello reflexiono: quien supone que los libros de Harry Potter se leen por la mera propaganda… nada sabe de los adolescentes, de los niños, de su psicología, de sus preferencias, sus intereses, sus necesidades. Y no sabe, además, de la enseñanza de la lengua, de los procesos implicados en la lectura, de la formación de lectores, de los vínculos que se forjan entre el lector y el texto…; que son nuestro quehacer diario.
A un adolescente y a un chico tanto como a un adulto pueden venderle -y de hecho lo hacen- con una buena campaña publicitaria: un juguete, una remera, un par de zapatillas, una gaseosa o un teléfono celular. El consumo de ninguno de ellos supone esfuerzo alguno, es fácil comprarlos y usarlos, es fácil sentarse y disfrutarlos.
Sin embargo, el que sostiene que un libro se les vende a los adolescentes y a los niños de esta misma manera, entiende muy poco.
A los adultos sí nos pueden vender de esa forma -y es triste decirlo- hasta un libro (ejemplos de multitudinarias ventas de nulo valor estético lo evidencian). Pero claro, el mundo de los adultos está hecho de otras cosas: de necesidades, de conflictos, de prejuicios, de apariencias y de infinidad de cuestiones para que consumamos una porquería sin titubear, porque los números cantan…
Vayamos ahora a los niños y a los adolescentes… Poner a funcionar un complejo sistema de estrategias cognitivas y lingüísticas para construir sentido a partir de sólo signos en el papel -se trate de diez o de cien páginas- es todo un logro para cualquier chico, dadas las particulares dificultades que en la actualidad supone para ellos el procesamiento del lenguaje escrito.
Y obviamente, no se consigue con sólo buena propaganda. ¡Sería tan fácil si fuera así!
Pero volvamos al esfuerzo que supone ese proceso que es la lectura, ni falta hace explicar el coraje, la osadía, la dedicación necesarias si un niño o un adolescente debe incursionar en 254 páginas (Harry Potter y la piedra filosofal), en 291 (Harry Potter y la cámara secreta), en 349 (Harry Potter y el prisionero de Azkaban), en 635 (Harry Potter y el cáliz de fuego), en 893 (Harry Potter y la Orden del fénix), o en 602 (Harry Potter y el misterio del príncipe)… Como dice Beatriz Sarlo “es más difícil leer que aprender a conducir un coche o una bicicleta, jugar al tenis, cocinar comida china, andar a caballo o tejer. Por supuesto (….) es más difícil aprender a leer que a mirar televisión”[1]. Y si -en sus palabras- leer “es una de las operaciones más complejas”, ni todas las campañas publicitarias del mundo, logran que un chico se someta a esta complicada operación. NO, de ninguna manera, si no hay MUCHO, MUCHO MÁS de por medio. NO …con el placer, el fervor, la pasión, las ganas que tantos chicos depositan en la lectura de los libros del pequeño mago.
Por todo lo expuesto hasta aquí, me interesa analizar un poco más de cerca la problemática de la lectura y la literatura para niños y jóvenes, que- insisto- nunca debería haber dejado de ser el centro de toda esta polémica en torno a las novelas de J. K. Rowling.
Este problema tiene variados matices en la vida diaria: padres que adquieren los libros para que sus hijos muy poco afectos a la lectura -milagrosamente- se transformen en lectores; chicos que leen las novelas del niño mago y ninguna otra cosa releyendo estas una y otra vez; y ¿por qué no?... niños y adolescentes que se iniciaron en la pasión lectora con estas novelas y ahora devoran cuanta cosa cae en sus manos.
Pero también hay otras variantes: chicos que no las leyeron ni las leerán -por las razones que sean-, y otros que no han leído estos libros ni tienen o pueden leer ninguna otra cosa; porque no tienen libros, porque no tienen adultos que les contagien las ganas de leer, porque no saben lo suficiente de ese intrincado proceso y todo intento les resulta tan frustrante que es impensable para ellos el disfrute de un libro.
Estos retratos de la cotidianeidad me generan otros interrogantes. La mayoría me son increíblemente familiares por situaciones en las cuales debí tomar decisiones acerca de los chicos y la lectura en el aula, en las cuales debí responder a otros adultos acerca de esas resoluciones, en las que defendí el derecho de lectores de esos mismos chicos que son ahora el centro de la discusión interesada de tantos adultos.
Una de las preguntas básicas que hay que hacerse, no tiene tanto que ver con los chicos como con los grandes, y ni siquiera con los libros de Harry Potter. Atañe a esos grandes que hacen mucha alharaca en torno de un libro que la mayoría no leyó; esos grandes que leen tan poco y escriben tan mal y se dan el lujo de criticar a los niños y los adolescentes; muchos grandes que no saben muy bien porqué quieren que las jóvenes generaciones lean cuando ellos conjugan los tres tiempos verbales a la perfección: no leyeron, no leen, no leerán escudándose en que no tienen tiempo, en que trabajan mucho, en que tienen otras responsabilidades…
Y acá hablo de los grandes en general, pero incluyo, muy especialmente, tanto a esos papás desesperados porque su progenie lea como a tantos docentes -que incluso son responsables de formar lectores-, para los cuales los libros son un lindo adorno.
Y porque no me llevo bien con las medias tintas, y porque creo que no se puede ser diplomático cuando lo que está en juego es nuestro futuro como sociedad, y porque aprendí a decir “blanco o negro” sin remordimientos con una maestra como fue Graciela Cabal, es que me enamoré de las palabras de Mempo Giardinelli:
"No hay peor violencia cultural que el proceso de embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Una sociedad que no cuida a sus lectores, que no cuida sus libros y sus medios, que no guarda su memoria impresa y que no alienta el desarrollo del pensamiento es una sociedad culturalmente suicida (…) Que una persona no lea es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida. Pero, cuando es un país el que no lee, ese crimen lo pagará con su historia (…)"
¿Es posible perder el tiempo en debates que nos llevan por los bordes de la problemática, que se quedan en aspectos irrelevantes y que ponen en manos de otros la responsabilidad que todos tenemos? Es un crimen imperdonable.
Queremos que nuestros jóvenes lean… ¿leemos nosotros?, ¿cuánto?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿cómo hacemos para acercarlos a la lectura?, ¿les ordenamos que lo hagan?, ¿les sugerimos?, ¿averiguamos por qué leen/no leen, qué les gusta, qué los conmueve, qué los apasiona?, ¿debe deleitarlos lo que nos entusiasma a nosotros?, ¿debe agradarles lo que prefieren otros chicos?, ¿debe atraerles Harry Potter sí o sí?, ¿quién decretó que la relectura es mala?, ¿qué les ofrecemos además de Harry Potter, antes de este, junto con este, luego de este?... A la lectura como forma de vida que deseamos para nuestros jóvenes -porque en principio es la que elegimos para nosotros- hay que ponerle el cuerpo, tiempo, pasión, interés, desvelos, estudio, dinero, y tantas otras cosas. Pero fundamentalmente hay que ponerle LIBERTAD: de elegir, de rechazar, de releer, de dejar a mitad de camino, de criticar, de conocer, de decir lo que me provoca y de callarlo, de discutir, de amar y de odiar, de reír y de llorar… Y podemos seguir ampliando los derechos del lector de Daniel Pennac.
Sin embargo, para que todo esto sea posible: debe haber voraces lectores adultos, interesados en que los jóvenes lean, y que trabajen en la creación de condiciones para que esto se produzca: les enseñen a leer, les den el tiempo y el espacio, les ofrezcan libros, les contagien la pasión por estos, les den la libertad para cultivarla.
Pues la lectura, como persistente impulso que nos lleva a pegar la nariz a las páginas de un libro, sea cual fuere el lugar, el momento o cualquier cualidad circunstancial; olvidándonos del mundo que nos rodea, del mundo fuera de ese cuadro de papel más o menos blanco que es la página, y que se constituye en el verdadero universo diluyendo el otro; tuvo y tiene toda la maravillosa carga de lo voluntario, de lo elegido, e incluso de lo subversivo. Contraviniendo las normas de lo impuesto por la cotidianeidad y permitiéndonos insertarnos en ella, atentando contra la indiferencia y dándonos el poder de no conformarnos, aboliendo la pasividad en esa aparente calma en que la actividad se produce en nuestro interior. Optar por la lectura nos permite vivir mirando con otros ojos la vida.
Algunos chicos y grandes lo descubrimos, con las novelas de Harry Potter o sin ellas, pero siempre eligiendo.
Nota: Foto 1: Sergio y Gabriela, medianoche del 20/02, saliendo de la librería Códice con su ejemplar de Harry Potter y la Orden del Fénix . Foto de El Diario, domingo 22 de febrero, 2004. Paraná, Entre Ríos, Rca. Argentina. Foto 2: Sergio, Gabriela, y sus sobrinos: Natalia, Mercedes y Enzo, medianoche del 20/02, posando con su flamante copia de Harry Potter y la Orden del Fénix, en el interior de la librería Códice. Foto de UNO, domingo 22 de febrero, 2004. Paraná, Entre Ríos, Rca. Argentina

viernes, 16 de marzo de 2007

Proyecto educativo busca “sponsor”

La educación parece estar siendo obligada a ingresar en el sistema económico que prima en el mundo… Claro que esta no atrae inversores entusiastas como el fútbol, el automovilismo o el programa televisivo ese de "el gran pariente que lo ve todo" en el que vemos a diario que la estupidez da fama. Porque dicen por ahí que la educación no es provechosa en términos monetarios, pues es una inversión que implica inmensos costos y magros réditos. En mi país, los docentes sabemos que al ingresar en esta profesión -en otros tiempos de considerable estima- vamos a estar subyugados a una alicaída clase media trabajadora que apenas sobrevive, vamos a gozar de desprestigio y recriminaciones sociales varias, y además vamos a ser unos entes multiuso/multifunción como un innovador artefacto electrónico: algo de psicólogos, de asistentes sociales, de padres,… y sí, algo de educadores que intentan -a veces con empecinamiento- construir saberes con una población variopinta de rebeldes niños y adolescentes. Aún así… algunos creemos en esta maltratada profesión, y no nos cabe duda de que en ciertas ocasiones hay reclamos sociales pertinentes hacia nuestro hacer: poco compromiso vocacional, escasa formación, achatamiento generalizado de la creatividad, el entusiasmo, las ganas de aprender y de enseñar (de lo cual no analizaré las causas en este caso, pero en otro texto he arriesgado alguna que otra idea). Repito, aún así algunos estudiamos, creamos, nos esforzamos, y… estamos a punto de ser aplastados por el agobio de cargar el fardo en solitario, dado que el estado no prevé alternativas para una escuela distinta en la cual docentes y alumnos puedan diseñar juntos nuevos modos de aprender/enseñar que como todo en este mundo… necesita de billetes. De este modo, cuando con mis alumnos de 8° año nos vemos ante la decisión de seguir haciendo nuestro libro de cuentos como proyecto de trabajo de Lengua y Literatura, sabemos -ellos y yo- que la única posibilidad de concretarlo es que debamos vender algo, ofrecer un baile, hacer una rifa, pedir nuevamente y con vergüenza la generosa colaboración de pequeños y esforzados comerciantes de la ciudad… para solventar los gastos que supone (unas cuantas resmas de papel, pegamento, cartón y tinta). Monto que quizá para muchos parecerá irrisorio: monedas, una propina y a veces ni eso; y para algunos es inalcanzable. Un proyecto que fue premiado a nivel nacional por una Fundación -y gracias a ella, y a todos los que me ayudaron- llevé a Madrid con orgullo de principiante para contar a otros colegas; un proyecto que ya lleva siete años reinventándose; un proyecto que pasada la euforia y archivado el certificado y las fotos, está como antes… empezando de cero. Y es entonces cuando uno, ante la perspectiva de desvelarse una noche entera para realizar un baile o poner cara de piedra al ofrecer una rifa, empieza a soñar con obtener una milagrosa fuente de financiamiento que no nos obligue a mendigar unas resmas de papel, unos cartuchos de tinta, unas hojas de color... La única alternativa de hacer cosas diferentes en la escuela es desfallecer en el intento de solventar los proyectos o conseguir un mecenas. Y estos, si pertenecen al mundo de las multinacionales o a la estratosfera empresarial, tienen rígidos requisitos en sus programas de ayuda, planes gigantes de estructura preestablecida en los que sólo por milagro podrían encajar estas pequeñas cosas… Como nuestro libro de cuentos, como la Biblioteca “Humberto Sapo Verde” (y sus libros extraviados), y tantos otros, que son "pequeños" eventos... Pequeños sólo para los otros, no para los que los soñamos, los vivimos, los creamos, los disfrutamos y sufrimos en el proceso de hacerlos realidad.
Gabriela

miércoles, 14 de marzo de 2007

Una Biblioteca y yo ...de luto

Hay ocasiones en que uno se cuestiona seriamente porqué sigue contra viento y marea en esta profesión, y dichas circunstancias suelen coincidir con aquellos momentos en los que uno se desalienta, en los que sufre reveses sin sentido, en los que se enfrenta a la realidad de que no todas las personas que están a nuestro alrededor se hallan comprometidas con la educación, el crecimiento, el desarrollo de las capacidades humanas, con el contagio de los valores… Momentos –precisamente- en los cuales, aquellos proyectos en los que se invirtió tiempo, sacrificio, esfuerzo, dedicación, se ven estúpidamente dañados. Una biblioteca de literatura infantil y juvenil en una institución educativa cualquiera de la Argentina no es tan común como aquellos que peleamos por la lectura, los libros y la literatura deseáramos que fuera. Y cuando se tiene, como producto del compromiso, de la imaginación, de la delirante idea de que leyendo contribuimos con la posibilidad de ser más libres… la amamos, la cuidamos, la protegemos, hacemos todo para que crezca, para que otros puedan disfrutarla… Bueno, eso creía hasta ayer… Hoy estoy de luto, la Biblioteca de Literatura Infantil y Juvenil “Humberto, Sapo Verde” del Profesorado en el que yo trabajo está de luto… Se han “desaparecido” tantos libros, se han roto y maltratado tan atrozmente… que el proyecto está herido de muerte. Robar un libro es una estupidez; dañarlo también; dejarlo tirado por allí sin devolverlo… igualmente. No sólo porque es propiedad material de alguien, sino porque es creación intelectual y artística de una persona que creyó que ofreciéndonos su obra podríamos ser mejores seres humanos, y si nos apropiamos de él arteramente o somos cómplices deliberados o involuntarios de ese daño… ¿qué calificativo cabe?

Gabriela

domingo, 11 de marzo de 2007

Te contamos un "cuentito": Felipe y su tortuga

Felipe y su tortuga
Nora Devetac
Cuento producido en el Espacio Curricular Lengua 2,Profesorado para EGB 1 y 2 del Instituto María Grande - María Grande - Entre Ríos, 2002.
Un hermoso día de sol, jugaba Felipe al TA-TE-TI con su tortuga Clotilde en el patio de su casa. Se divirtieron un largo rato hasta que su mamá los llamó para mandarlos al almacén. Iban muy contentos haciendo piruetas en el monopatín que le acababan de regalar a Felipe y de pronto al pasar por Banco Nación, Clotilde saltó y deslizándose rápidamente…-tanto como puede una tortuga- se fue en busca del gerente que acostumbraba a convidarla con hojitas de lechuga.
Grande fue su sorpresa cuando en el camino se encontró con otro señor que al verla la hizo volar por el aire. Como una pelota, dio vueltas y vueltas y vueltas hasta que aterrizó en el cajón del escritorio… ¿de quién?... ¡del papá de Felipe!
Mientras tanto, en su casa, el niño lloraba por haber perdido a su compañera. Pero por suerte, su tristeza duró poco, pues cuando su papá llegó del Banco le trajo el regalo más esperado.