viernes, 16 de marzo de 2007

Proyecto educativo busca “sponsor”

La educación parece estar siendo obligada a ingresar en el sistema económico que prima en el mundo… Claro que esta no atrae inversores entusiastas como el fútbol, el automovilismo o el programa televisivo ese de "el gran pariente que lo ve todo" en el que vemos a diario que la estupidez da fama. Porque dicen por ahí que la educación no es provechosa en términos monetarios, pues es una inversión que implica inmensos costos y magros réditos. En mi país, los docentes sabemos que al ingresar en esta profesión -en otros tiempos de considerable estima- vamos a estar subyugados a una alicaída clase media trabajadora que apenas sobrevive, vamos a gozar de desprestigio y recriminaciones sociales varias, y además vamos a ser unos entes multiuso/multifunción como un innovador artefacto electrónico: algo de psicólogos, de asistentes sociales, de padres,… y sí, algo de educadores que intentan -a veces con empecinamiento- construir saberes con una población variopinta de rebeldes niños y adolescentes. Aún así… algunos creemos en esta maltratada profesión, y no nos cabe duda de que en ciertas ocasiones hay reclamos sociales pertinentes hacia nuestro hacer: poco compromiso vocacional, escasa formación, achatamiento generalizado de la creatividad, el entusiasmo, las ganas de aprender y de enseñar (de lo cual no analizaré las causas en este caso, pero en otro texto he arriesgado alguna que otra idea). Repito, aún así algunos estudiamos, creamos, nos esforzamos, y… estamos a punto de ser aplastados por el agobio de cargar el fardo en solitario, dado que el estado no prevé alternativas para una escuela distinta en la cual docentes y alumnos puedan diseñar juntos nuevos modos de aprender/enseñar que como todo en este mundo… necesita de billetes. De este modo, cuando con mis alumnos de 8° año nos vemos ante la decisión de seguir haciendo nuestro libro de cuentos como proyecto de trabajo de Lengua y Literatura, sabemos -ellos y yo- que la única posibilidad de concretarlo es que debamos vender algo, ofrecer un baile, hacer una rifa, pedir nuevamente y con vergüenza la generosa colaboración de pequeños y esforzados comerciantes de la ciudad… para solventar los gastos que supone (unas cuantas resmas de papel, pegamento, cartón y tinta). Monto que quizá para muchos parecerá irrisorio: monedas, una propina y a veces ni eso; y para algunos es inalcanzable. Un proyecto que fue premiado a nivel nacional por una Fundación -y gracias a ella, y a todos los que me ayudaron- llevé a Madrid con orgullo de principiante para contar a otros colegas; un proyecto que ya lleva siete años reinventándose; un proyecto que pasada la euforia y archivado el certificado y las fotos, está como antes… empezando de cero. Y es entonces cuando uno, ante la perspectiva de desvelarse una noche entera para realizar un baile o poner cara de piedra al ofrecer una rifa, empieza a soñar con obtener una milagrosa fuente de financiamiento que no nos obligue a mendigar unas resmas de papel, unos cartuchos de tinta, unas hojas de color... La única alternativa de hacer cosas diferentes en la escuela es desfallecer en el intento de solventar los proyectos o conseguir un mecenas. Y estos, si pertenecen al mundo de las multinacionales o a la estratosfera empresarial, tienen rígidos requisitos en sus programas de ayuda, planes gigantes de estructura preestablecida en los que sólo por milagro podrían encajar estas pequeñas cosas… Como nuestro libro de cuentos, como la Biblioteca “Humberto Sapo Verde” (y sus libros extraviados), y tantos otros, que son "pequeños" eventos... Pequeños sólo para los otros, no para los que los soñamos, los vivimos, los creamos, los disfrutamos y sufrimos en el proceso de hacerlos realidad.
Gabriela

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