Tiempo atrás hallé un artículo en el que se destacaban las similitudes entre las vidas de Lovecraft y Quiroga. Y la reunión en esas páginas de los dos maestros del horror fallecidos en 1937 -hacedores de dos estilos tan diversos y únicos- me pareció extraordinaria y providencial ya que fueron dos relatos suyos los que me revelaron la literatura de terror, y me sumergieron en el poder pavoroso y alucinante de las palabras.
No habré tenido más de seis o siete años cuando fui hechizada oyente de “El almohadón de plumas” de Quiroga, y puedo afirmar que nada igualaría durante mucho tiempo la impresión de fascinado espanto que me produjo esa historia. No más de cinco o seis años más tarde, ya encaminada independientemente sin retorno en la pasión por la lectura, cayó en mis manos un desgastado librito obtenido en una casa de usados que me sumergió de nuevo en ese sentimiento. No pude saber hasta muchos años más tarde que había conocido a Lovecraft, porque en esa época la compulsión me llevaba a devorar libros y revistas sin memorizar demasiado títulos ni nombres.
Una vez adulta, cuando pude leer nuevamente -y como elección deliberada- los cuentos de Lovecraft y entre ellos “Los sueños de la casa de la bruja”, pude ponerle nombre a esos personajes grabados en mi recuerdo: Gilman -la pobre víctima enloquecida- y Brown Jenkin -el horrendo ser peludo de dientes afilados. Aunque había transcurrido más de una década y mi imaginación había viajado por otros imaginarios espeluznantes de la mano de King, Saul, Koontz, Straub o Barker, fui capaz de reconocer y agradecer a quienes me hicieron la primera invitación.
Gabriela Monzón
Suplemento La Isla, Diario UNO, Paraná, Entre Ríos, martes 20 de agosto de 2002.
1 comentario:
¡Excelente comienzo en la literatura de terror!
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