martes, 27 de febrero de 2007

“Las intrusiones del adulto en la construcción de la ficción del cuento para niños”

¿Es posible hablar de intrusiones en un campo cuyo dominio absoluto es del adulto? Tal vez sea paradójico pero es innegable que la literatura infantil está totalmente en nuestras manos. Nosotros la escribimos, la editamos y la criticamos; sobre ella realizamos seminarios, congresos, ferias, maestrías y postítulos; publicamos revistas, libros o páginas web; convocamos a concursos y hacemos premiaciones. Ahora bien, todas estas actividades involucran específicamente a “los grandes”; mientras que “los chicos” son el “consumidor final” (valga el juego de connotaciones para este mundo posmoderno en que la cultura es producto de consumo) de las obras literarias que los adultos escribimos para ellos y además les recomendamos, les obsequiamos, les ponemos a su alcance. Tal vez debiéramos reformular la pregunta ¿cuándo el accionar del adulto se transforma en una intrusión dentro de la ficción literaria infantil? Un intento de respuesta podría ser: cuando dejamos que lo ideológico interfiera en la creación de una obra artística al punto de que esta pierda su valor estético, puesto que se subordina a finalidades ilegítimas. Cuando esta es un mero artificio vacío que se somete a otro objetivo el cual importa más que la creación artística. Porque …vale la pena recordarlo con las palabras de Díaz Rönner, probablemente las más maravillosamente claras y tajantes para definirlo:
“…¿de qué trata la literatura para chicos? Pues ¡vamos al grano ya!
Trata de muchas cosas que nunca están superpuestas, de las palabras y las multiformas que cada escrito les otorga. Porque la literatura trata del lenguaje y de sus resplandores en pugna, si se me permite describir casi poéticamente el oficio de escribir.
Aunque suene extravagante, en pocas ocasiones se ubica al lenguaje como el protagonista específico de una obra literaria infantil. ¿Por qué expreso esta hipótesis de lectura? Porque, en general, se plurirramifica el tratamiento de un producto literario para los chicos abordándolo desde disciplinas que distraen del objetivo -y la especificidad, en suma de todo hecho literario: el trabajo con la lengua que cada escrito formaliza.” (1)
Ahora bien, los textos literarios infantiles, como cualquier otro producto cultural, no son objetos asépticos nacidos en un laboratorio, sino que están -quiérase o no- impregnados de una ideología, más o menos evidente. Pensar en lo contrario es una falacia que habremos mantenido en otros tiempos, pero que hoy ya es insostenible. No obstante no sólo el acto de escritura es ideológico sino que lo será también el acto de lectura (llamémosle acto a los fines de la afirmación, aunque sabemos que nada más lejos de la simplicidad de esta palabra). Es decir que, la ideología opera tanto en la construcción misma del texto literario como en la selección que instaura el lector -eligiendo o dejando de elegir un libro, un autor, un género- y en el proceso que establece frente a la palabra impresa. Me resultó muy gracioso -aunque casi en un sentido macabro- leer las peripecias interpretativas que relata Ana María Machado sobre su cuento “Niña bonita” (2), y me trajo a la memoria el relato de García Márquez en el que refiere entre espantado y sorprendido las aventuradas suposiciones que más de un docente hacía y enseñaba como el modo de leer sus novelas. Pero volvamos a lo que desde el acto creador del texto literario sí podemos “controlar”, puesto que la escritura nos obliga a resignarnos al futuro incierto que los textos tienen una vez “diseminados” en el mundo. La palabra “controlar” podrá suponerse como poco indicada, mas dice con claridad la función de “vigilancia” que el adulto escritor de ficciones para niños debe hacer sobre su misma producción (si nos incomoda un poco, pensemos en la noción de “vigilancia epistemológica” tan acertada e imprescindible para nuestra función docente). Sin embargo, no me produce desasosiego el vocablo cuando pienso que si lo tomáramos en serio nos evitaríamos padecer tanta porquería que anda rodando por el mundo literario de los chicos, manufacturas de adultos inescrupulosos que creen que escribir literatura infantil es “fácil”. Sí, una sana “vigilancia” de la creación literaria infantil nos haría más exigentes en cuanto a las producciones estéticas, y más conscientes de nuestro rol de adultos mediadores entre la cultura y los chicos; ya que no sirve de nada atiborrarlos de enseñanza, de moral, ni de consejo más o menos patente o escondido, puesto que al fin terminan corroborando el refrán de “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Cuando vuelvo a las palabras de Díaz Rönner y sigo leyendo literatura para niños, siento la escalofriante sensación de que dicha vigilancia no es la suficiente, y como ella sostiene “la desprotección del libro infantil es casi absoluta”, puesto que si bien hay numerosos adultos que intervienen en el camino que atraviesa un libro hasta llegar al mediador y en última instancia al niño, pocos dan la voz de alerta hasta que es demasiado tarde y el libro se convierte en una trampa, en el peor sentido:
“El libro es una trampa, una cautivante celada para un lector astuto. Sin embargo, en general, la condición de "astucia" no está desarrollada en el lector, quien cae en una jaula o en un pozo repleto de palabras que lo aturden confundiéndolo. En rigor, los dueños de la astucia son pocos: el editor, el director de la serie o de la colección dentro de la empresa editorial, el que escribe y es responsable del producto literario. A veces, los críticos.” (1)
Obviamente, no el chico, que si no estuvimos nosotros para desbrozar el camino de la maleza que se cuela furtivamente en el terreno de la creación estética, descubre demasiado tarde lo que metafóricamente describe Magdalena Helguera:
“…al segundo mordisco, que la torta de chocolate está rellena de espinaca. Aunque me encanta la espinaca, algunas mezclas caen mal, especialmente si uno no ha sido advertido y de pronto descubre que le han dado gato por liebre y se siente engañado, trampeado, abusado en su nobleza como el Chapulín Colorado.” (3)
En un campo dominado por “los grandes” como es la literatura infantil, debe haber límites, radares, vigilancia, detectores. Sí, pero en un nuevo sentido, y especialmente en la narrativa para chicos: para develar las intrusiones que los adultos seguimos realizando, para discriminar las verdaderas obras de arte -las buenas historias construidas en la tradición de relatos de la humanidad- de los cuentos mentirosos y estafadores en los que la trama está al servicio de otros fines. Y nosotros, que tanto tememos a ciertas palabras porque nos traen aciagas resonancias de autoritarismo -en lo que somos más que duchos los argentinos-, dejamos filtrar, colarse por la puerta trasera literatura plagada de la voz autoritaria del adulto -colonizador impenitente del territorio infantil, y además impune-; quien en aras de los más altos ideales educativos, moralizantes (y todos los etcéteras que se nos ocurran, desde la defensa del medio ambiente hasta los buenos hábitos) en realidad achica fronteras al decir de Graciela Montes, y la literatura deja de ser “la frontera indómita de las palabras” (4). Como Helguera nos advierte un tanto irónica:
“La intromisión —y se nota— no es un recurso literario sabiamente elegido sino el recurso de un adulto que se cree en la obligación, desde su inmensa sabiduría, de aprovechar cualquier ocasión para enseñar algo al ignorante del niño y de llevarlo de la mano por el camino que cree mejor.” (5)
Completando lo expuesto hasta acá, considero oportuno agregar el aporte que María Clemencia Venegas y otros autores (5) realizan a través de un pormenorizado detalle de lo que ellos denominan los vicios más corrientes de la literatura infantil. La lista abarca: el aniñamiento (con sus dos variantes de diminutivismo y aumentativismo), el didactismo (moralizante, religioso, patriotero, ideologista), el paternalismo, la cursilería y el maravillismo. Probablemente otros adultos como yo, mediadores entre los libros y los chicos, se pregunten ¿por qué conformarnos con un cuento mediocre?, ¿por qué menospreciar a nuestros interlocutores y sus posibilidades?, ¿por qué no confiar en sus capacidades y en el poder de la literatura infantil bien hecha? Hay muchos -innumerables- relatos que cuentan espléndidamente, haciendo arte, historias excelentes; que no engañan ni estafan, que precisamente entretienen y llegan al corazón del pequeño lector porque son estéticamente impecables y no es necesario sacarles ni ponerles nada, ya que dicen mucho, todo, con las palabras que seleccionó el escritor. Notas: (1) DÍAZ RÖNNER, María Adelia; Cara y cruz de la literatura infantil. Buenos Aires. Libros del Quirquincho, 1989. (2) MACHADO, Ana María. Buenas palabras, malas palabras. Buenos Aires, Sudamericana. (3) HELGUERA, Magdalena. “Literatura Infantil ¿Cenicienta de la educación?”, en ¿Te cuento?, Revista para la difusión de la literatura infantil y juvenil. Segunda Época, N° 1. Sección Nacional IBBY-Uruguay. Montevideo, Septiembre de 1999, cedido a Imaginaria - Boletín Electrónico Quincenal de Literatura Infantil y Juvenil, N° 12 - Buenos Aires, 17 de noviembre de 1999. (4) MONTES, Graciela . La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México DF, Fondo de Cultura Económica, 1999. (5) VENEGAS, María Clemencia, Margarita Muñoz y Luis Darío Bernal. Promoción de la lectura en la biblioteca y en el aula. Buenos Aires, Aique, 1994
Gabriela Monzón
Fragmentos del Trabajo “Las intrusiones del adulto en la construcción de la ficción del cuento para niños” presentado para la aprobación del Seminario: Narrativa para niños a cargo de la Profesora Lila Daviña, del Postítulo de Actualización Académica en Literatura para Niños, Instituto Superior de Profesorado N° 8 “Almirante Guillermo Brown”, julio de 2004, Santa Fe.

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