martes, 27 de febrero de 2007

Crítica: Trilogía El viento en llamas/ Trilogía La Reina de la Laguna/ Trilogía La Materia Oscura

Trilogía El viento en llamas: El silbador del viento, Siervos del maestro, El son del fuego de William Nicholson.
Trilogía La Reina de la Laguna: La Reina de la Laguna, La luz de piedra, La palabra de cristal de Kai Meyer.
Trilogía La Materia Oscura: Luces del norte, La daga, El catalejo lacado de Philip Pullman.
Más allá de las diferencias estas series comparten algunas características que merecen ser tenidas en cuenta.
Fueron las primeras sagas de novelas con protagonistas adolescentes de género fantástico editadas en español posteriores al boom Harry Potter, y poseen -como los libros del joven mago- tramas sólidas y complejas. Las tres trilogías son apasionantes y narran aventuras realmente originales. Su lectura no es “facilona”, sino que implica un considerable esfuerzo por parte del lector en cuanto a la representación mental del universo fantástico construido. Se observa un persistente rasgo de estilo que la impecable traducción en español neutro respeta, y es el de un vocabulario cuidado, selecto, nada obvio y perfectamente alejado de los lugares comunes; a lo que se suman el lenguaje ficticio que denomina seres, objetos, lugares de esos mundos. Los personajes no son monolíticos, sino que poseen múltiples facetas, pueden ser ambivalentes, frágiles o heroicos como cualquier persona; se explora en estos toda una variada gama proveniente de la mitología y se introducen innovaciones notables que evidencian la creatividad y originalidad de los autores.
Probablemente el aspecto más destacable que atraviesa estas novelas es el fuerte contenido ideológico desmitificador y por momentos iconoclasta. Sin embargo, no afecta negativamente la calidad de las historias, pues no constituye en absoluto una carga moralizante o adoctrinadora en la cual la voz del adulto amonesta al niño o joven; sino que es un aspecto entrelazado en el contenido: los dilemas morales e ideológicos son parte de los conflictos que los personajes afrontan y jamás aparecen articulados chapuceramente o de forma burda. Estos libros constituyen una vaharada de aire fresco en el mundo de la literatura juvenil que suele ser poco “jugada” y le teme a algunos tópicos tabúes y evade su tratamiento, cosa que no sucede aquí donde se afrontan temas como: la religión, la política, el sexo, las discapacidades, por citar algunos.
No obstante, hay una diferencia importante entre la trilogía de Nicholson y las de Meyer y Pullman. Esta depende de cómo se han construido los universos ficcionales, ya que el impacto que ciertas temáticas pueden provocar dependerá del mundo en el que se insertan. Y si bien es válido reclamar para la literatura el terreno de la ficcionalidad desvestida de la obligada dicotomía de lo verdadero o falso -por lo que es legítimo sostener todo parecido con la realidad es casual-; no puede negarse que cuanto más “realista” es el contexto las connotaciones son menos indirectas y más obvias. No es lo mismo aludir negativamente a la Iglesia en el contexto de La reina de la Laguna de Meyer o La materia Oscura de Pullman que sitúan los hechos en ciudades europeas posibles en el marco de los siglos XIX y XX, que criticar una imaginaria sociedad intolerante en el universo de El viento en llamas de Nicholson En el primer tomo de los libros de Nicholson, el cual guarda cierta independencia de los siguientes; la población de Aramanth se organiza en un estricto escalafón, vive en distritos rígidamente diferenciados, viste colores estipulados por las autoridades, efectúa actividades para las que se la evalúa y califica permanentemente por lo cual sube o baja de estatus según las arbitrarias decisiones de los examinadores. En la escuela los niños aprenden un código vertical de obediencia y sus lecciones los preparan para esa sociedad, en la cual todo -incluso el lenguaje- puede ser una terrible infracción. En los dos volúmenes que le siguen los ciudadanos de Aramanth afrontan el avasallamiento y la esclavitud por parte de invasores extranjeros, la rebelión y su liberación, y por fin la búsqueda de su lugar en el mundo y el cumplimiento de su destino como pueblo. Como se observa ninguno de los ejes temáticos es frívolo o de tono menor. No puede obviarse la presencia del interlineado fuerte como lo llama Bodoc. Y es en este sentido que aparece una cuestión significativa, puesto que el compañero de aventura de los jóvenes protagonistas es otro niño -Mumpo, el tonto, el sin familia, el sucio, el que tiene mal aliento, el que viste harapos y no se limpia los mocos- quien se irá ganando el corazón de los dos hermanos y del lector. Y aunque nadie lo hubiera creído posible, cuando los otros empiezan a valorarlo y a aceptarlo, comienza a crecer. Así se transforma en un personaje entrañable, un joven magnífico, lleno de coraje y fidelidad. Nunca más oportuna la referencia, en este mundo que tantas palabras -y no hechos- dilapida en torno de la diversidad y el pluralismo.
Por otra parte, las sagas de Kai Meyer y de Phillip Pullman adquieren en lo ideológico un matiz único pues suponen un quiebre genérico particular de lo fantástico y lo maravilloso, ya que estas obras de hecho expanden y modifican los conceptos establecidos y ofrecen la posibilidad de repensar los modelos teóricos sostenidos hasta este momento.
En relación con ello, entre ambas trilogías existe un nexo argumental e ideológico muy particular; este se relaciona con la inclusión de la religión cristiana, la figura de la institución Iglesia -y en Pullman, la de sus mandatarios y acólitos-, e incluso la de ciertos espacios llamados Cielo e Infierno y las entidades sobrenaturales que allí habitan (ángeles, posibles “demonios”, etc.) como un elemento más de la intriga.
Sin embargo, hay algo que resulta innovador y osado -en la acepción más positiva que pueda darse a estos términos- y se da en dos sentidos. Por un lado, la clara presentación de un pensamiento divergente, expresado en la crítica mordaz y el cuestionamiento punzante de creencias e ideas tácitamente aceptadas por la mayoría en la ficción y en la realidad. Por otro, la inserción reivindicatoria -en un mismo nivel de credibilidad, conviviendo en natural armonía- de elementos sobrenaturales fácilmente identificables como cristianos junto a otros pertenecientes a las mitologías y religiones que la cultura occidental tildó de “paganas” y relegó al terreno de la ficción mítica y maravillosa. Desbarátase sin remedio la clasificación genérica de maravilloso y fantástico, situando al especialista -por qué no- ante un nuevo tipo. La reina de la Laguna de Meyer, presenta una Venecia cristiana de un 1894 alternativo en el que las personas conviven de manera total y absolutamente natural con leones de piedra vivientes, sirenas y con la misma Reina de la Laguna, el ser sobrenatural que los protegió del ataque del Faraón Amenofis quien con su ejército de momias y esfinges ha dominado el mundo. Existe además un mundo subterráneo denominado Infierno que se halla gobernado por alguien que se hace llamar El Señor de la Luz. Dicho sitio alberga un poderoso corazón de luz de piedra, una entidad inteligente alojada allí desde hace eones cuando cayera a la Tierra; suceso que justifica el mito de la caída del ángel rebelde expulsado del cielo. Todo esto se ve desde los ojos de una niña que pone en duda y cuestiona cuanta creencia y verdad hayan construido los humanos de su mundo.
En cuanto a la trilogía de La Materia Oscura de Philip Pullman da ejemplo de madurez en cuanto al tratamiento que hace de tópicos poco comunes en el género juvenil. El autor elabora una historia en la que ofrece a ojos del lector un mundo evidentemente cristiano, en este la Iglesia tiene un poder absoluto sobre todos los aspectos de la vida y lo ejerce a través de numerosas instituciones. El Papado con sede en Ginebra ha sido abolido y se constituyó otra autoridad: una maraña de tribunales, colegios y consejos conocidos como el Magisterio. A través de ellos la Iglesia no duda en realizar prácticas inquisitoriales: secuestrar, realizar experimentos, torturar, formar asesinos que cumplan en “proteger” las ideas que sostiene, aliarse con personas malvadas, ocultar información y acaparar el conocimiento. Otro aspecto que resulta interesante es el tratamiento que el autor hace de la sexualidad. Al respecto hay dos líneas de la trama que la abordan. Una de ellas tiene que ver con el secreto en torno al nacimiento de la protagonista: Lyra, que se revela en el transcurso de la historia. La niña es producto de un romance tórrido y adúltero entre Lord Asriel y la Sra.Coulter. Este personaje femenino es una bellísima mujer, cruel, manipuladora y ambiciosa, que no duda en usar su enorme sensualidad para dominar a otros, capaz de pasar de la dulzura almibarada a la furia asesina en un santiamén. A pesar de que se han transformado casi en enemigos, siempre es capaz de subyugar Lord Asriel, de embaucarlo con su atractivo sexual. La segunda línea narrativa que se aboca a este tópico es la transformación de los personajes de Lyra y Will de niños en jóvenes adolescentes, y con ello el descubrimiento del otro, de nuevos sentimientos, de nuevas sensaciones, incluido el despertar e iniciación sexual. Pero en vez de suponer un estigma, la iniciación sexual se presenta como la pérdida de la inocencia en camino hacia la madurez y la sabiduría, e incluso como expresión suprema de amor puesto que ambos deberán renunciar al otro para salvar la estabilidad de los múltiples universos. Si bien podría achacársele a Pullman el omitir en el relato o aludir metafóricamente el centro de la cuestión, el manejo que hace es adecuado, sencillo, y poético.
Gabriela Monzón
(Extraído con leves adaptaciones de “¡Alohomora! …O de las puertas que abrió Rowling”, Trabajo Final para obtención del Postítulo de Actualización Académica en Literatura para Niños, Instituto “Almirante Guillermo Brown”, Santa Fe, 2006)

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