Ponencia presentada en las Primeras Jornadas de Lectura y Escritura del Litoral -Santa Fe, Argentina, 2006-.
Autora: Lic. Gabriela Monzón
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Hace un tiempo dije: “Estoy harta de escuchar cualquier disparate sobre Harry Potter”, y en consecuencia tomé la firme decisión de no hablar más del tema… Esto se debía al más puro y simple agotamiento, porque sentía que -en todo momento- debía estar explicando, aclarando, informando, desmintiendo, a quienes abrían la boca porque la tenían puesta.
Pero entonces me pregunté ¿no hablar más sobre Harry Potter? ¿Cómo? Si precisamente eso es lo que generan los libros de la escocesa: infinitas posibilidades de diálogo entre sus lectores, deseos de discutir, de opinar, de comparar, de recordar... Claro, entre sus lectores; mi decisión tenía que ver con el fenómeno mediático social al que llamo “de opinología” en el que de ninguna manera era válido participar.
Sin embargo, a raíz de estas reflexiones surgieron otras, porque no sólo soy una lectora, sino además docente y formadora de docentes y esta circunstancia me sugirió un cúmulo de problemáticas de fondo en relación con el contexto que rodea a esta serie de libros.
Por esto decidí analizar el fenómeno que ha generado (quiénes opinan y en qué contexto), algunos requisitos para emitir un juicio sobre una obra literaria, cómo afecta el fenómeno comercial a la obra en sí; pero lo que es más importante, qué revelan todos estos debates sobre otras problemáticas: los chicos, los grandes, la lectura y los libros.
Debo reconocer, primero que nada, que siento un afecto muy especial por las novelas de Rowling, y hago todo lo posible porque despierten en otros lo que produjeron en mí; mal que les pese a los eruditos elitistas, mal que les pese a los defensores de los clásicos como única posibilidad de lectura. Incluso, mal que les pese a lo que sencillamente no les gustaron estos libros.
He descubierto que los que hemos leído estas novelas y nos hemos enamorado de ellas compartimos la pasión, y nos hermana el sentimiento que provoca ir llegando a las últimas hojas y sentir que al finalizar ya nada será igual, somos todos el pequeño personaje de la Historia interminable.
Pero más allá de estas cuestiones que pueden considerarse personales, concluí que sería una irresponsabilidad si dejara pasar la oportunidad de poner sobre el tapete una serie de consideraciones que he ido elaborando como lectora, como docente y como mediadora, a raíz de esta polémica en la que cualquiera parece tener qué decir.
Creo que esta es además una oportunidad para indagar y quizá ofrecer algunas pistas sobre los chicos y los libros, sobre los chicos y la lectura, sobre la supuesta no lectura, sobre nuestro rol de adultos en general, sobre los grandes y los libros, sobre nosotros los mediadores, sobre la pasión de leer…
Y, lo cierto es que hay más razones. Me preocupa que el debate se quede en la superficie; me indigna el elitismo que ronda los ámbitos de la cultura, la educación y la literatura; me intranquiliza que se centre la discusión en Harry Potter sí o Harry Potter no; me fastidia que discutir sobre el muñequito o cualquier producto del merchandising distraiga del eje: lectura/chicos/libros; me irrita que adultos que conozco -cuyo promedio de lecturas por año tal vez no supere los dos títulos- estén haciendo aspavientos acerca de que los adolescentes lean nada más que Harry Potter o que lean precisamente eso; me disgusta la envidia, la moralina, la ignorancia, la pacatería, la estupidez, el proteccionismo abusivo de los adultos, el desconocimiento de estos acerca del mundo de los niños y los adolescentes, su compulsión a colonizar/ explotar/ controlar el territorio de estos sin dejar afuera ni siquiera el arte…
En este debate -no siempre referido a la obra literaria, como debería ser- tercian: padres, escritores, docentes, periodistas, editores, y muchos otros que de una u otra manera están ligados a la cultura; pero también opina cualquiera.
Debo rescatar -por honestas y autorizadas- las opiniones de quienes poseen una trayectoria en relación con la literatura infantil y juvenil. E incluso, las de aquellos escritores no especializados en ella que esgrimen apertura mental como para valorar el fenómeno de estas novelas en cuanto difusión de la cultura y la lectura, sea que se declaren admiradores o no de los textos.
Entremos ahora a distinguir responsabilidades. En la vida cotidiana “todo el mundo” tiene derecho a decir lo que piensa, y si bien es sanamente recomendable estar mínimamente informados al proferir comentarios sobre cualquier tópico, convengamos que los argentinos por la boca mueren.
Sin embargo una cosa es la opinión “de la calle”, y otra la que los medios legitiman exponiéndola masivamente. Existe una irresponsabilidad -sospechosa por persistente- en la tendencia a que cualquiera se erija en juez y disminuya el espacio dedicado a la palabra de los que algo saben. Esto sucede muy frecuentemente en muchos terrenos, pero la niñez y la adolescencia, suelen ser una área en la cual basta la acreditación de adultos para dictaminar, criticar, decidir. La adultez pareciera dar patente de corso, y con ella hacer legítima cualquier incursión y pillaje que a los grandes se les ocurra. La literatura para niños y jóvenes no podía ser distinta y es campo fértil para especulaciones intrusas.
Parece una obviedad pero reiterémoslo: un requisito sine qua non para ser acreditado en esta discusión es haber leído las obras; y en lo posible otras también, al menos para que las comparaciones -cuando se pronuncian- sean acertadas. Sólo previa e indispensable lectura de los textos se puede llegar a enunciar algún tipo de apreciación. De lo contrario es inadmisible.
Establecido el marco en el que se manifiestan opiniones y críticas, tanto en situaciones cotidianas, como encuadradas en los medios de comunicación; voy a detenerme, en otros aspectos de este asunto.
No sólo es imposible dar legitimidad a manifestaciones proferidas por quienes no han leído los libros de la serie de Harry Potter, aún aquellos que por dedicarse a la escritura o ejercer cierta clase de crítica literaria puedan considerarse autoridades; sino que es válido prestar atención a algunas de las connotaciones que sugieren ciertas afirmaciones que se dejan caer en torno del tema. En nuestro país hay intelectuales que se vanaglorian de no haber leído esos libros que venden, que se consideran superiores por no pertenecer a la masa que los ha leído, que no leen literatura para niños (como si dicha particularidad supusiera en sí misma una descalificación). Aseveraciones que preocupan por sus evocaciones autoritarias, por el desprecio hacia lo popular e incluso hacia lo “infantil”.
Lo “que vende” no es ni malo ni bueno hasta que lo conozcamos y lo podamos evaluar. Muchos de nosotros tenemos en algún rincón de nuestra biblioteca libros que no consideramos literariamente valiosos pero que en nuestra obligación de conocer para criticar, adquirimos sumando un ejemplar al ranking de ventas. ¿Desde cuándo lo masivo es sinónimo de calidad o viceversa? O ¿desde cuándo lo es aquello que es propiedad de un grupo reducido y cerrado? Ambas son falacias.
Todo escritor -de literatura- ha de esperar que, como mínimo, quien exprese juicios sobre su obra la haya leído, y se deje guiar por ninguna otra cosa más que cada palabra vertida con esfuerzo sobre el papel… Porque escribir -cuando se hace en serio, como creo que hace Rowling- no es fácil; es un trabajo arduo, y el que diga lo contrario que vaya a enseñar a escribir a mis alumnos y además haga un tratado que refute toda la teoría existente acerca de la escritura.
Me voy a detener algunos párrafos a considerar la problemática acerca de lo que lo publicitario y los números del mercado suelen hacer a los productos culturales.
Hay un intento reiterado de denigrar el fenómeno de las novelas de Harry Potter a través de razones como: que detrás de este hay una gigantesca campaña publicitaria, que su éxito sólo es producto del tan mentado consumismo, que el marketing lo hace todo, y que la obra es de dudosa valía por el merchandising que ha ocasionado…
Negar que el personaje de Harry Potter se transformó en un fenómeno de mercado es imposible, que hay una fabulosa campaña publicitaria en torno de este, también. Ahora bien, menospreciar las novelas por ese sólo hecho: es irracional.
El mundo en el que vivimos transforma en muñequitos, remeras, cartucheras, carpetas, gorras, vasitos, libros para pintar y cualquier otro objeto vendible, toda franquicia que sea rentable. Y una proveniente de la literatura, cuando se convierte en dinero contante y sonante, no podía ser la excepción, al fin de cuentas: la cultura también vende, en las palabras sabias de Graciela Montes.
Pero, ligado a esto, vienen los detractores del consumismo, a los que no les niego razón en más de un reclamo. No obstante, reconozcamos que los papás son quienes adquieren los artículos que se proponen para sus chicos, y que los papás les permiten estar indefinidamente frente a los canales televisivos infantiles que bombardean con productos atrayentes que los grandes fabrican para los niños. Nuestros chicos viven en una sociedad que no hicieron ellos, sino que los adultos les ofrecimos en bandeja, en la cual los adultos precisamente no perdemos oportunidad de hacerlos a nuestra imagen y semejanza: consumidores.
Y ahí nomás, pegadita, surge otra cuestión que es la que más me interesa, y poco tiene que ver con el muñequito o la cartuchera, que en realidad no me quitan el sueño, puesto que considero que el árbol no debe taparme el bosque.
Esa cuestión tiene mucho que ver con la lectura, los libros y los chicos.
Y sobre ello reflexiono: quien supone que los libros de Harry Potter se leen por la mera propaganda… nada sabe de los adolescentes, de los niños, de su psicología, de sus preferencias, sus intereses, sus necesidades. Y no sabe, además, de la enseñanza de la lengua, de los procesos implicados en la lectura, de la formación de lectores, de los vínculos que se forjan entre el lector y el texto…; que son nuestro quehacer diario.
A un adolescente y a un chico tanto como a un adulto pueden venderle -y de hecho lo hacen- con una buena campaña publicitaria: un juguete, una remera, un par de zapatillas, una gaseosa o un teléfono celular. El consumo de ninguno de ellos supone esfuerzo alguno, es fácil comprarlos y usarlos, es fácil sentarse y disfrutarlos.
Sin embargo, el que sostiene que un libro se les vende a los adolescentes y a los niños de esta misma manera, entiende muy poco.
A los adultos sí nos pueden vender de esa forma -y es triste decirlo- hasta un libro (ejemplos de multitudinarias ventas de nulo valor estético lo evidencian). Pero claro, el mundo de los adultos está hecho de otras cosas: de necesidades, de conflictos, de prejuicios, de apariencias y de infinidad de cuestiones para que consumamos una porquería sin titubear, porque los números cantan…
Vayamos ahora a los niños y a los adolescentes… Poner a funcionar un complejo sistema de estrategias cognitivas y lingüísticas para construir sentido a partir de sólo signos en el papel -se trate de diez o de cien páginas- es todo un logro para cualquier chico, dadas las particulares dificultades que en la actualidad supone para ellos el procesamiento del lenguaje escrito.
Y obviamente, no se consigue con sólo buena propaganda. ¡Sería tan fácil si fuera así!
Pero volvamos al esfuerzo que supone ese proceso que es la lectura, ni falta hace explicar el coraje, la osadía, la dedicación necesarias si un niño o un adolescente debe incursionar en 254 páginas (Harry Potter y la piedra filosofal), en 291 (Harry Potter y la cámara secreta), en 349 (Harry Potter y el prisionero de Azkaban), en 635 (Harry Potter y el cáliz de fuego), en 893 (Harry Potter y la Orden del fénix), o en 602 (Harry Potter y el misterio del príncipe)…
Como dice Beatriz Sarlo “es más difícil leer que aprender a conducir un coche o una bicicleta, jugar al tenis, cocinar comida china, andar a caballo o tejer. Por supuesto (….) es más difícil aprender a leer que a mirar televisión”[1]. Y si -en sus palabras- leer “es una de las operaciones más complejas”, ni todas las campañas publicitarias del mundo, logran que un chico se someta a esta complicada operación. NO, de ninguna manera, si no hay MUCHO, MUCHO MÁS de por medio. NO …con el placer, el fervor, la pasión, las ganas que tantos chicos depositan en la lectura de los libros del pequeño mago.
Por todo lo expuesto hasta aquí, me interesa analizar un poco más de cerca la problemática de la lectura y la literatura para niños y jóvenes, que- insisto- nunca debería haber dejado de ser el centro de toda esta polémica en torno a las novelas de J. K. Rowling.
Este problema tiene variados matices en la vida diaria: padres que adquieren los libros para que sus hijos muy poco afectos a la lectura -milagrosamente- se transformen en lectores; chicos que leen las novelas del niño mago y ninguna otra cosa releyendo estas una y otra vez; y ¿por qué no?... niños y adolescentes que se iniciaron en la pasión lectora con estas novelas y ahora devoran cuanta cosa cae en sus manos.
Pero también hay otras variantes: chicos que no las leyeron ni las leerán -por las razones que sean-, y otros que no han leído estos libros ni tienen o pueden leer ninguna otra cosa; porque no tienen libros, porque no tienen adultos que les contagien las ganas de leer, porque no saben lo suficiente de ese intrincado proceso y todo intento les resulta tan frustrante que es impensable para ellos el disfrute de un libro.
Estos retratos de la cotidianeidad me generan otros interrogantes. La mayoría me son increíblemente familiares por situaciones en las cuales debí tomar decisiones acerca de los chicos y la lectura en el aula, en las cuales debí responder a otros adultos acerca de esas resoluciones, en las que defendí el derecho de lectores de esos mismos chicos que son ahora el centro de la discusión interesada de tantos adultos.
Una de las preguntas básicas que hay que hacerse, no tiene tanto que ver con los chicos como con los grandes, y ni siquiera con los libros de Harry Potter. Atañe a esos grandes que hacen mucha alharaca en torno de un libro que la mayoría no leyó; esos grandes que leen tan poco y escriben tan mal y se dan el lujo de criticar a los niños y los adolescentes; muchos grandes que no saben muy bien porqué quieren que las jóvenes generaciones lean cuando ellos conjugan los tres tiempos verbales a la perfección: no leyeron, no leen, no leerán escudándose en que no tienen tiempo, en que trabajan mucho, en que tienen otras responsabilidades…
Y acá hablo de los grandes en general, pero incluyo, muy especialmente, tanto a esos papás desesperados porque su progenie lea como a tantos docentes -que incluso son responsables de formar lectores-, para los cuales los libros son un lindo adorno.
Y porque no me llevo bien con las medias tintas, y porque creo que no se puede ser diplomático cuando lo que está en juego es nuestro futuro como sociedad, y porque aprendí a decir “blanco o negro” sin remordimientos con una maestra como fue Graciela Cabal, es que me enamoré de las palabras de Mempo Giardinelli:
"No hay peor violencia cultural que el proceso de embrutecimiento que se produce cuando no se lee. Una sociedad que no cuida a sus lectores, que no cuida sus libros y sus medios, que no guarda su memoria impresa y que no alienta el desarrollo del pensamiento es una sociedad culturalmente suicida (…) Que una persona no lea es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida. Pero, cuando es un país el que no lee, ese crimen lo pagará con su historia (…)"
¿Es posible perder el tiempo en debates que nos llevan por los bordes de la problemática, que se quedan en aspectos irrelevantes y que ponen en manos de otros la responsabilidad que todos tenemos? Es un crimen imperdonable.
Queremos que nuestros jóvenes lean… ¿leemos nosotros?, ¿cuánto?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿cómo hacemos para acercarlos a la lectura?, ¿les ordenamos que lo hagan?, ¿les sugerimos?, ¿averiguamos por qué leen/no leen, qué les gusta, qué los conmueve, qué los apasiona?, ¿debe deleitarlos lo que nos entusiasma a nosotros?, ¿debe agradarles lo que prefieren otros chicos?, ¿debe atraerles Harry Potter sí o sí?, ¿quién decretó que la relectura es mala?, ¿qué les ofrecemos además de Harry Potter, antes de este, junto con este, luego de este?...
A la lectura como forma de vida que deseamos para nuestros jóvenes -porque en principio es la que elegimos para nosotros- hay que ponerle el cuerpo, tiempo, pasión, interés, desvelos, estudio, dinero, y tantas otras cosas. Pero fundamentalmente hay que ponerle LIBERTAD: de elegir, de rechazar, de releer, de dejar a mitad de camino, de criticar, de conocer, de decir lo que me provoca y de callarlo, de discutir, de amar y de odiar, de reír y de llorar… Y podemos seguir ampliando los derechos del lector de Daniel Pennac.
Sin embargo, para que todo esto sea posible: debe haber voraces lectores adultos, interesados en que los jóvenes lean, y que trabajen en la creación de condiciones para que esto se produzca: les enseñen a leer, les den el tiempo y el espacio, les ofrezcan libros, les contagien la pasión por estos, les den la libertad para cultivarla.
Pues la lectura, como persistente impulso que nos lleva a pegar la nariz a las páginas de un libro, sea cual fuere el lugar, el momento o cualquier cualidad circunstancial; olvidándonos del mundo que nos rodea, del mundo fuera de ese cuadro de papel más o menos blanco que es la página, y que se constituye en el verdadero universo diluyendo el otro; tuvo y tiene toda la maravillosa carga de lo voluntario, de lo elegido, e incluso de lo subversivo. Contraviniendo las normas de lo impuesto por la cotidianeidad y permitiéndonos insertarnos en ella, atentando contra la indiferencia y dándonos el poder de no conformarnos, aboliendo la pasividad en esa aparente calma en que la actividad se produce en nuestro interior.
Optar por la lectura nos permite vivir mirando con otros ojos la vida.
Algunos chicos y grandes lo descubrimos, con las novelas de Harry Potter o sin ellas, pero siempre eligiendo.
Nota:
Foto 1: Sergio y Gabriela, medianoche del 20/02, saliendo de la librería Códice con su ejemplar de Harry Potter y la Orden del Fénix . Foto de El Diario, domingo 22 de febrero, 2004.
Paraná, Entre Ríos, Rca. Argentina.
Foto 2: Sergio, Gabriela, y sus sobrinos: Natalia, Mercedes y Enzo, medianoche del 20/02, posando con su flamante copia de Harry Potter y la Orden del Fénix, en el interior de la librería Códice. Foto de UNO, domingo 22 de febrero, 2004. Paraná, Entre Ríos, Rca. Argentina
1 comentario:
Gracias por compartir tu opinión, es muy auténtica y muy acertada para mí. Me alegro de que existan personas que leen y que tienen criterio para elegir la lectura, no presionados por la propaganda masiva, ni por el reducido pedestal de intelectualoides.
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