En estos días en que los argentinos nos detenemos a reflexionar muy particularmente acerca de las libertades, los derechos humanos y los eventos trágicos de nuestra historia que aún siguen impunes, no puedo menos que recordar los tiempos de mi escolaridad en los que de ninguna manera hubiésemos podido leer lo que les es dable leer a mis alumnos hoy.
¿Por qué se me ocurre a mí pensar en esto cuando habría tantos otros aspectos desde los que abordar la cuestión? Sencillamente, porque en este oficio en el que las palabras son el centro de mi diaria tarea, en el que albergo la esperanzada convicción de que apropiarnos de nuestro decir contribuya a hacernos libres, no puedo más que detenerme a analizar que aún hoy la fantasía, la imaginación, el juego, la invención, son temidas y sospechadas.
Luego de veinticuatro años de democracia no hemos superado aún la mordaza y circulan soterradas corrientes que miran de reojo y con desprecio cuando las palabras crean, cuando se llenan de doble sentido, cuando se les da por el disparate, cuando se alían en el descalabro de lo establecido y estereotipado, cuando recuperan lo diferente, lo extraño, cuando rompen la norma.
A veces esta sociedad insólita y más alucinante que cualquier ilusorio relato de ciencia ficción, sigue caratulando y segregando aquello que le incomoda. Y no por nada: la literatura, y particularmente lo fantástico, tienen el poder de decir sobre el mundo y el ser humano en ocasiones tanto o más que el y “educativo” supuesto realismo... y eso es de temer.
Me tomo el atrevimiento de presentarles a continuación una serie de fragmentos del libro de Graciela Montes: El corral de la infancia. Acerca de los grandes, los chicos y las palabras. (Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991) en los que la autora reflexiona maravillosamente sobre esta cuestión:
“[…]en 1978, durante la dictadura militar, un decreto que prohibió la circulación de La Torre de cubos, de Laura Devetach, hablaba en sus considerandos de exceso de imaginación –“ilimitada fantasía” dice- como una causa principal para desaconsejarlo.
En fin, la fantasía es peligrosa, la fantasía está bajo sospecha, en eso parecen coincidir todos. Y podríamos agregar: la fantasía es peligrosa porque está fuera de control, nunca se sabe bien adónde lleva.
[…]
Pero ¿de qué se acusa en realidad a la literatura infantil cuando se la acusa de fantasía? ¿Por qué tanta pasión en la condena? ¿En nombre de qué valores se lanza el ataque? ¿Qué es lo que se quiere proteger con ese gesto?
Estoy convencida de que, en esta aparente oposición entre realidad y fantasía, se esconden ciertos mecanismos ideológicos de revelación/ocultamiento que les sirven a los adultos para domesticar y someter (para colonizar) a los chicos.
[…]
De que la realidad resulta escandalosa puedo dar testimonio personal. Cuando en 1986 edité una serie de libros para niños donde daba cuenta con palabras sencillas pero sin pelos en la lengua de lo que había sucedido en nuestro país durante la dictadura y hablaba, por primera vez en un texto para chicos, de los desaparecidos, las críticas de los sectores más reaccionarios de la educación se centraron en que ésos no eran temas para tratar con los chicos. Para muchos no estaba mal hablar de derechos humanos, por ejemplo, siempre y cuando uno se mantuviese en el terreno del deber ser; uno podía enumerarlos y decir que había que respetarlos pero de ninguna manera relatar sus violaciones.
Esa cuidadosa desrealización de la realidad es la que campea en nuestros libros de historia, que se convierten en galerías de héroes, villanos y fechas patrias, es decir en una auténtica deshistorización de la historia.
En síntesis, el manejo de la pareja realidad/fantasía le permite al adulto ejercer un tranquilo y seguro poder sobre los niños. Con esas dos riendas, los adultos -no porque sí sino seguramente por motivos muy profundos, por viejas tristezas y viejas frustraciones, tal vez tratando de proteger la propia infancia de toda mirada indiscreta- podemos mantener a los chicos en el corral dorado de la infancia.
El corral protege del lobo, ya se sabe; pero también encierra. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos controladores, tanto la fantasía descontrolada -la que se atreve a todo, la que se vuelve fácilmente sensual o sangrienta y cruel- como la realidad se cuelan dentro del corral. Están en los juegos de los chicos -donde uno vive, muere o se salva fantásticamente pero con intensidad muy real-, están en los disparates, en las retahílas (siempre me acuerdo de una que jugábamos cuando era chica para elegir quién era mancha: “Bichito colorado mató a su mujer con un cuchillo de punta alfiler. Le sacó las tripas las puso a vender: ¡A veinte a veinte las tripas de mi mujer!”), en los viejos cuentos (en los que creo que se refugiaron los chicos por falta de fantasías nuevas) y también en algunos libros que burlaron la vigilancia de los pedagogos y circularon con sus locas fantasías y sus intensas realidades por todas partes.
[…]
En fin, es una búsqueda nueva; ni el sueñismo de la fantasía divagante ni el realismo mentiroso. Más bien exploración de la palabra, que es exploración del mundo y que incluye en un solo abrazo lo que suele llamarse realidad y lo que suele llamarse fantasía. Es decir, literatura.
Durante muchos años pesó más el platillo de lo infantil; ahora está empezando a pesar el platillo de la literatura. La literatura, sospecho, nos va a sacar del corral.
[…]”
1 comentario:
Me parece muy pertinente la incorporación de este tipo de material que dan cuenta de un país amenazado, y no sólo en la época del proceso, a la muerte de la fantasía y los sueños no como utopía sino como realidad que nos permite volar y sentir que somos parte de la historia. mis aplausos especialmente para aquellos que resistieron y aún resisten desde la literatura. Sin lugar a dudas creo que ella nos pueden sacar del corral. H.M.
Publicar un comentario