lunes, 4 de mayo de 2009

Texto Ponencia "Escenarios alternativos para jóvenes lectores/jóvenes escritores"

12º Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro Leer, inquieta

Título de la Ponencia: Escenarios alternativos para jóvenes lectores/jóvenes escritores

Autora: Lic. Gabriela Adriana Monzón (gabymonzon@gmail.com)

“Los adolescentes no leen”, “no saben escribir”, “no saben hablar”, “el chat y el sms han deformado la lengua”… ¿Verdad que estos comentarios circulan tan frecuentemente por el mundo escolar que casi forman parte del paisaje? ¿Y verdad, también, que la mayoría de los adultos escasamente dudan de la autenticidad incuestionable de dichas aseveraciones? Más de una vez habrán observado a todos los que los rodeaban asentir ante afirmaciones de ese tipo.

Y sí, es más sencillo y hasta lógico hallar en el otro el defecto y la causa -el que tiene menos poder, el que apenas puede ponernos en cuestión, sea niño o adolescente-, es más saludable para nosotros y el sistema del que somos parte, antes que admitir lo que con absoluta brutalidad dice Daniel Link: “Casi la mitad de los jóvenes que terminan la educación media en Argentina tienen dificultad para realizar simples operaciones de abstracción matemática y, lo que resulta más grave aún, casi la mitad de los jóvenes que terminan la educación media en Argentina tiene dificultades para comprender lo que lee. Tenemos el peor sistema escolar del mundo.”

Yo opino más o menos lo que Link y, aunque parece una paradoja, disiento totalmente con mis colegas al respecto de lo enunciado en el primer párrafo. Y admito ser una optimista. Ni catastrofista ni negativa. Porque veo otra cosa.

Veo chicos que leen, y mucho, y variado, y apasionadamente; claro que no las cosas, ni del modo, ni en las circunstancias que desean los adultos que lean. Veo jóvenes que escriben; sí, sin duda con dificultades en el manejo de las reglas del código, pero escriben, y piensan, y reflexionan, y critican, y se juegan por lo que opinan. Veo adultos que no leen ni escriben; que escriben mal y no lo reconocen o no les importa; que ven embobados televisión basura y cuando por milagro compran un libro es de autoayuda disfrazado de literatura. Veo adultos que leen y escriben maravillosa y profusamente, pero son un gueto reforzado con trincheras, una elite intocable e inaccesible que no tiene interés en promover en otros esos valores.

Y, sí, también veo niños y jóvenes sometidos al fracaso por la desidia, la incompetencia, la soberbia, la estupidez, la ignorancia, la vanidad de los adultos que debieran enseñarles y no les enseñan, que deberían prepararlos y no lo hacen, que deberían dejar el alma y el cuerpo por garantizar uno de los derechos fundamentales en este mundo enloquecido de la posmodernidad, como es el hacer uso de la palabra escrita y acceder al mundo del saber, la historia, el arte y las leyes por medio de la lectura.

En más de un momento del pasado año escolar, aún sosteniendo que soy una optimista, me dejé atrapar por una cierta desesperación al considerar la posibilidad de que no hemos estado nunca peor que ahora -en mi provincia de Entre Ríos al menos- en cuanto a la enseñanza de la Lengua y la Literatura. Y en ese contexto, me volví a sorprender en sucesivas oportunidades, lo que siempre termina por devolverme la esperanza. No porque viera profundas transformaciones masivas y radicales en las aulas; sino porque otra vez -como ha sido desde hace siglos- la magia de la lectura era tan poderosa que un desprevenido lector quedaba hechizado por ella; o el deseo irrefrenable de escribir hacía que un escritor incipiente saltara barreras y se permitiera adueñarse de su decir.

Y un hecho central en este volver a tomar fuerzas para seguir dando batalla, fue descubrir que muchos jóvenes encuentran escenarios/modos/procedimientos alternativos por fuera de la institución escolar para leer y escribir, cuando esta es un territorio hostil, cuando esta se constituye en ese gueto inaccesible donde se escribe poco, donde la palabra y el pensamiento propio no son legítimos, o sencillamente no se escribe; donde se lee lo que instala el adulto unilateralmente haciendo de esto una carrera de obstáculos, o lisa y llanamente se lee casi nada. Así las cosas, y a contramano de muchas arcaicas propuestas de la institución educativa, los medios que la tecnología pone a su alcance y con escasísimo costo les resultan menos adversos a ellos -nativos digitales- que a los adultos, reacios a dejarse atrapar por ese mundo que les despierta sospechas producto del desconocimiento más pertinaz.

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