domingo, 5 de agosto de 2007

Conclusiones comparativas

...Del 10º Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro (abril, 2007) y las 18as Jornadas de Formación e Intercambio “Mediadores a la vista” (julio, 2007)

Se preguntarán a qué viene esto.

No es una excusa para salvar mi ausencia de la última semana, en serio.

Lo cierto, es que estas ideas me quedaron zumbando como moscardones enfurecidos desde que el 26 y 27 de julio asistí a las Jornadas mencionadas en el título. Por lo tanto me obligué a transformarlas en palabras ordenadas, analizando brevemente -desde la perspectiva de asistente- estos dos eventos vinculados a la lectura y su promoción, organizados por Fundación El Libro e insertos en las dos Ferias del libro de Buenos Aires, pues viví la concurrencia a los mismos como el día y la noche.

Más allá de las diferencias obvias: se ubicaron en dos contextos muy distintos y esto supuso una magnitud desigual, públicos diferentes y ubicaciones físicas diversas, que se relacionan con que se dieron respectivamente dentro de la 33° Feria Internacional del Libro y la 18° Feria del Libro Infantil y Juvenil, no obstante hubo -entre ambos acontecimientos- una distancia tal de calidad que fue imposible no notarla.

¿Y esto cómo se relaciona con la docencia, la lectura, los libros, los chicos, etc.?

Sencillamente porque muchos docentes ponemos todo nuestro empeño en crecer, aprender, cuestionarnos, para que esto reditúe en un mejor ejercicio de nuestra profesión, para que en última instancia beneficie a nuestros chicos en las aulas y fuera de ellas, y participar en un evento interesante y enriquecedor es un requisito mínimo que esperamos ver cumplido, más aún con lo que supone nuestra presencia en los mismos.

Si bien es esencial reconocer que Congreso y Jornadas implican una inscripción de un monto casi simbólico por su bajo costo -lo cual aporta una cuota fundamental de atractivo-, es necesario agregar que para quienes -siendo docentes con sueldo docente- debemos desplazarnos hasta Buenos Aires desde lugares bastante distantes (en mi caso seis horas de viaje para recorrer 600 Km.) abonando de nuestros bolsillos el viaje, sumado al gasto de alojamiento y estadía, así como a la consabida inversión en libros, sin olvidar que dejamos el aula para hacerlo… no es una cuestión menor.

Ahora bien, mi asistencia al 10° Congreso estuvo signada por la emoción de exponer, lo cual no opaca mi objetividad a la hora de analizar las otras mesas de exposiciones, los plenarios y las otras actividades. Y sin lugar a dudas fue una instancia enriquecedora, plena de sentidos compartidos, ya que era innegable reconocer un hilo conductor, un discurso claro que apuntaba a los mismos objetivos en cuanto a la formación de lectores. Y esto marcó los comentarios con los colegas allí y tiempo después, pues sentimos que había una unidad de criterio, un universo de lecturas compartidas, un marco teórico coherente.

Y de las Jornadas ¿qué puedo decir?... Un fiasco. Sólo salvado para mí por la maravillosa presencia de unos pocos, entre ellos obviamente Gustavo Roldán y María Teresa Andruetto en el cierre, o el taller de Carla Baredes de Ediciones Iamiqué. ¿Desagracia la mía de dar justo con los malos Talleres? Porque justamente algunos de los elogiados por mis colegas fueron aquellos que no me asignaron (me perdí el de María Inés Falconí, el de Juana La Rosa y el de Abel Giménez). Muy mala suerte por cierto.

Discurso deshilvanado, confuso, casi opuesto por momentos, ni por casualidad cerca de la claridad, la coherencia y la calidad del 10° Congreso.

No deja de asombrarme el hecho -descubierto por azar y por preguntona- de que no se llamase a concurso para la presentación de propuestas para los talleres, y precisamente por eso padecimos algunas aberraciones y disparates vergonzosos. Baste un botón para muestra: un supuesto taller que fue una presentación desprolija de los resultados de una investigación del 2000 (¡¡¡del 2000!!!).

Y aunque son detalles tal vez, se suman a esto otras cuestiones organizativas como: nula disponibilidad de espacios para descansar sin necesidad de consumir en el buffet, ínfima distribución de sanitarios (teniendo en cuenta la asistencia femenina masiva: docentes y mamás con niños), ausencia en la Feria de numerosas editoriales que publican literatura juvenil: Umbriel, Siruela, Ediciones B, Roca Editorial, Destino, entre otras… Y todo suma, o resta más bien.

Y uno se vuelve al hogar frustrado, desgastado, enojado, trampeado en su buena fe; ya que el saldo positivo no logra diluir la mala racha; y para colmo entre rezongo y rezongo escucha de paso por allí en ese collage extravagante una que otra burrada proferida por trasnochados académicos de pacotilla: “Harry Potter no es literatura” o “Qué mal que estamos si el libro que más se lee es Harry Potter”

Y la verdad es que yo, que algo he aprendido en mis andanzas con los libros y los chicos, con los clásicos y los no tanto, con la literatura encumbrada y la despreciada, debo reprimirme para no ponerle una silla de sombrero a esa señorona copetuda que tan tan lejos está de entender lo más mínimo de la lectura y los chicos, y salir corriendo a zambullirme de lleno en los libros y tratar de no agotar la tarjeta de crédito para llevarme los mejores, los más lindos, los que tanto nos gustan a mí y mis alumnos…

Ah, sí… Al Congreso, vuelvo; a las Jornadas si antes no me entero de que llaman a concurso para presentar ponencias, proyectos de taller o lo que sea en vez de usar “la dedocracia”…ni loca.

2 comentarios:

runnerfrog dijo...

Un amigo diría que la señora copetuda tiene razón, por razones que ella no conoce; y que un lector de Harry Potter a los 16 no será nunca un lector de Emerson a los 30.
Pero yo empecé con Borges a los 16 y no me importa ni la señora, ni mi amigo ni los problemas de lectura de nadie (mucho nihilismo ahí) más que nada porque nadie me metió la lectura en la cabeza ni por la fuerza ni por un sistema educativo que me lo impusiera. Raro destino. Mis profesores de la facultad ni podía seguir el paso de mis prácticos o la profundidad de mislecturas (hablo de que en la facultad yo tenía mejor formación en versificación que ninguno de mis profesores, que miraban con los ojos extrañados), bueno, pero yo abandoné Letras. No empecé con Harry Potter, ni con el falso género, inexistente, inventado, de la literatura juvenil. No vaya a creer profe que hay tanta amargura en lo que digo como ueda parecer; sólo extrañeza ante mi destino singular; más rebelde y violento que la mayoría de chicos hoy (y eso ya es raro), mejor profesor de lo que uno con título demuestra también... bondades de la adjudicación por proyectos. :-)

Gabriela Monzón dijo...

Las andanzas de los lectores son únicas, y como NADIE puede adivinar el futuro ni suponer lo que las inciertas vidas humanas nos deparan, creo que todo es posible y un lector de Harry Potter a los 16 PUEDE LLEGAR A LEER LO QUE QUIERA cuando quiera y como quiera si halla en su camino las personas indicadas que lo apoyen, que no lo coharten y le abran horizontes.
Al fin de cuentas nadie hubiera dado un centavo por mí que,lectora de novelitas rosa de Corín Tellado a los 15 como fui,llegué a este presente, a lo que soy, a lo que hago, y a lo que sueño hacer.
Falsos malos profetas hay en todos lados.
¿Y quién dijo que leer Emerson era indispensable, en esta vida?
Yo no lo leo ni lo hecho en falta.
Gracias Michel Petit que me abriste la cabeza... y no deliro, formadora de lectores como soy, con que los clásicos sean la única vertiente de la lectura... O los consagrados, o ciertos autores y otros no...
Y podrá ser inventado para algunos pero como las brujas -que las hay las hay-... el género de la literatura juvenil existe y si lo conforman Rowling, Pullman, Meyer, Nymmo, Carson Levine, Montes, Mariño, Wolf, Shua y tantos tantos otros, que han llegado al meollo de la sensibilidad de esa edad ¡no me arrepiento de alzar su bandera
y defender su lectura ante señoras copetudas y sesudos elitistas académicos o autodidactas!
Gabriela