viernes, 26 de octubre de 2007

ELEGIR LA DOCENCIA…

Elegí esta profesión como todo adolescente salido del secundario sin saber muy bien en qué me metía, aunque quizá intuía que era lo mejor que podría hacer... Sin embargo, como la opción era bien específica: la docencia en el campo de lo que más me había conmovido hasta el momento -el mundo de las palabras y la ficción- contaba con una ventaja, un plus, un as en la manga. Estaba enamorada de la lengua y los libros desde hacía mucho tiempo y ese amor me permitió enamorarme luego -pasado un buen tiempo- de la cuestión pedagógica, la educación, de la didáctica, porque estaba eligiendo enseñar lo que más quería…

A partir de allí, la cosa nunca fue fácil, no lo es, ni lo será…

Y esto precisamente, hace que me pregunte…

Entonces, si a mí, que le arranqué a la vida la posibilidad de permanecer en esto porque quiero, porque amo esta profesión; porque creo que hay pocas felicidades comparables a la de sumergirse en el mundo de los libros y el lenguaje, lograr que otro crezca, aprenda, se adueñe de la palabra y se le iluminen los ojos cuando logra ser artífice de su decir… me resulta difícil, pesaroso a veces, agotador, aún con los logros y las innumerables recompensas diarias…

¿Qué hacen quiénes caen en la docencia porque no hay otra opción, porque es lo que está a mano, porque es lo único que se puede estudiar en una realidad acotada y empobrecida? ¿Cómo sobreviven quiénes llevan a cuestas pobres saberes que la escuela no ha desarrollado lo suficiente, competencias insuficientes y limitadas, escaso deseo de dedicarse a esta labor, nula vocación, a lo que se suma un medio hostil, burocrático, tradicionalista, estereotipado y lleno de tradiciones vacías?

No logro entenderlo del todo, y me aterra despedir cada año una nueva promoción de docentes de enseñanza primaria (aún Profesores para Primero y Segundo Ciclo de EGB), apenas preparados, tan ansiosos, tan temerosos, tan frágiles, por los que pude hacer tan poco en tres años para dotarlos de una armadura contra el sistema que intentará devorarlos y hacer de ellos simples burócratas amaestrados que se rigen con metodologías caducas, incongruentes en un mundo que no para de cambiar y vive aceleradamente, con niños que les resultarán pequeños desconocidos mezcla de adultez e inocencia, mixtura de pequeños sabios e infancia, para nada dóciles como creyeron que serían, tan confundidos como los adultos desorientados y titubeantes que los rodean en esta realidad enloquecida…

Ojalá encuentren otras manos tendidas que les permitan seguir aprendiendo, que les hagan dudar y no apoltronarse seguros en unos saberes apenas construidos y siempre en construcción. Ojalá hallen a sus pasos desafíos y no sucumban, personas sabias y generosas que los contagien del deseo de seguir aprendiendo. Ojalá que no se aferren a lo seguro, a lo tibio, a lo cómodo, a los desalentados que han perdido la fe en esta profesión, a los ignorantes -que los hay en todos lados-, a los que desesperan, a los que no creen que enseñar vale la pena, a los que creen que sólo cambian los nombres y siempre hacemos lo mismo, a los que hacen cursos sólo por el puntaje, a los que trabajan en una calidad directamente proporcional a los magros sueldos que reciben…

Parece que estoy haciendo campaña en contra de la educación como elección vocacional y laboral. Sin embargo, nada más lejos de mis intenciones.

En este momento en que uno se arrastra hacia la finalización del año escolar, en que tengo una parva de actividades para corregir, un montón de consignas de exámenes parciales y trabajos prácticos de cierre de año que elaborar, dos blogs que mantener, dos cuentos a medio escribir para sendos libros de mis alumnos que editar además de la edición misma (para la que debí deambular rogando colaboraciones que permitieran afrontar el costo); momento también en que aparecen las obligaciones de las muestras anuales de lo realizado, los actos de colación, los horarios y fechas de mesas de exámenes que se superponen, y en que llevo a cuestas el agotamiento del año, contracturas varias e hipertensión, volvería y vuelvo a elegir la docencia y a apostar por ella.

Espero que muchos otros hagan lo mismo.

Gabriela Monzón

lunes, 15 de octubre de 2007

La serie Sally Lockhart de Phillip Pullman... y el regreso triunfante de la novela de misterio y aventura

Philip Pullman me sigue sorprendiendo, cada vez que descubro una nueva ficción suya confirmo otra vez que es apasionante, entretenida, trepidante de acción y tan bien construida que no puedo hallarle un error aunque lo busque…

Y aunque parezca increíble, a veces los buenos libros nos salen al paso, se acomodan ante nuestros ojos, se alían con otros para que les den espacio y aquellos que los buscamos ansiosamente, los podamos ver, leer y recomendar. Esto precisamente es lo que me sucedió con la serie de Sally Lockhart -que el autor escribiera antes que La materia oscura- y que llegara a mis manos casi por azar extraviada en una mesa heterogénea de saldos.

A pesar de que este año he disfrutado maravillosos libros y autores, debo reconocer que las historias de esta jovencita que en la época victoriana se arriesga a romper los moldes femeninos de una sociedad cerrada y moralista, me hizo retroceder a la pasión con que en mi infancia devoraba las páginas de las novelas de aventura de las cuales es sin duda heredera. Aunque debo confesar también que, dado que me fue imposible encontrar a la venta el tomo que da inicio a las andanzas de Sally -en Argentina se hallan con suerte los tomos 2, 3 y 4 de la colección editados por Umbriel- anduve los caminos de la red para acceder al comienzo de la historia publicado por Montena Mondadori como La maldición del rubí. A este título siguen: Sally y la sombra del Norte, Sally y el tigre en el pozo, y Sally y la princesa de hojalata, que constituyen mi insólito hallazgo.

Sally, es una adolescente huérfana para nada convencional, sabe manejar un arma y comprende los movimientos de la bolsa mejor que muchos caballeros de la época. Es directa, arriesgada y emprendedora, a lo cual suma cierta inocencia, testarudez y una notable torpeza para las relaciones sociales afectadas del momento; por lo tanto ella elige las reglas con las que quiere vivir y quienes se convierten en sus amigos y aliados la aman y admiran por sus cualidades únicas. Así, se transforma en asesora financiera e investigadora privada, lo que la pone sobre la pista de más de un enredo mortal del que no suelen salir indemnes ni ella ni sus colegas. Estos son, entre otros: Fred Garland, un joven y simpático fotógrafo y su tío Webster de igual profesión; Jim Taylor, un ex mensajero y pillo que se conoce todos los recovecos de los bajos fondos de Londres y Rosa, la hermana de Fred, una bonita actriz de teatro; a los que se irán sumando muchos más en el transcurrir de la serie.

¿Qué características tiene la trama de estas novelas?: acción, aventura, misterio, romance, realismo. Sólo una pluma privilegiada como la del Pullman podría combinar tamaña diversidad de personajes, en el marco cambiante y controvertido de la Inglaterra y Europa de fines del siglo XIX, en el que surgen nuevas ideologías, se resquebrajan los roles sociales, se cuestionan los valores hasta entonces invariables, se inicia un enloquecido camino de progreso industrial y técnico a la vez que se desprecia y reconsidera -en dos polos opuestos- la condición de la vida humana. Pullman con su narrativa contundente y precisa no disuelve en vagas alusiones lo que es obvio: esa sociedad tan apegada a las apariencias pretende ignorar que a la vuelta de la esquina linda con los fumaderos de opio y la corrupción a gran escala, la pobreza y la enfermedad, la prostitución y el maltrato, así como las oleadas de inmigrantes expulsados de una Europa cada vez más sectaria.

Sin lugar a dudas: novelas 100% recomendadas.

Gabriela

sábado, 13 de octubre de 2007

Mi libro de lectura de 4to. grado era un "aleja-lectores"...

Hace varios años una colega, maestra y amiga, con la que compartimos los días de estudiantes de la Licenciatura -Silvia Rodríguez Paz, “la Gallega”- me solicitó un breve relato sobre mi experiencia con cierto libro de lectura escolar que había marcado negativamente mi infancia, puesto que se hallaba recabando información para su trabajo de Tesis. Indagando en el cúmulo de cosas que alberga mi PC hallé este texto y quise compartirlo, pues esa vivencia infantil me enfrentó al hecho de que en ocasiones los docentes podemos instalar en el aula una de las peores experiencias que un niño pueda vivir con la lectura.

Y cuál no sería mi sorpresa cuando hace unas semanas una alumna mía del Profesorado se acercó con una copia de una página de aquel libro -destinatario de mi más acendrado aborrecimiento- como posible material para desarrollar una clase. No será necesario aclarar que mi amenaza de que si usaba el escrito en cuestión a sus ochenta años aún podía estar intentando aprobar Lengua... fue más que disuasoria.

“Asistí a lo largo de toda mi escolaridad primaria y secundaria a una escuela de monjas, y si pienso en un año caracterizado por la exigencia y el fuerte sentido de autoridad y deber, ese fue innegablemente cuarto grado. También recuerdo ese año por el libro de lectura obligatoria que nos hicieron comprar (lo vendían en el colegio; si mal no recuerdo), al que no puedo menos que evocar con desagrado y como una de las cosas más aburridas y angustiosas de mi infancia.

Para explicar la dimensión que este libro tuvo en mis andanzas lectoras, debo contar algo de mi niñez y los caminos que recorrí hasta convertirme indefectiblemente en una lectora de esas que con el libro van al baño, leen en las plazas y los ómnibus, la escalera o la cola del supermercado (incluso llegué a volver caminando de la escuela y el trabajo leyendo).

Ese año teníamos como maestra a una monja -la Hermana Isabel- la cual era famosa (entre los padres) por ser “excelente docente”, y por supuesto muy estricta. En sus clases no volaba una mosca y a nadie se le ocurría hacerse el vivo.

Para esa época yo había descubierto ya la pasión por la lectura, por influencia de las maestras anteriores que nos leían, o por el hecho de que en el colegio había una biblioteca y en los recreos me podía sumergir en el mundo fascinante de los cuentos. Más tarde descubrí las maravillas de países exóticos, que la geografía escolar no me había mostrado, en las aventuras de Salgari y Verne; y estas ficciones me hicieron conocer que leer podía ser maravilloso y aliviaba las penurias que mi mundo infantil soportaba de la convivencia con los adultos. Otra experiencia única era visitar a la inolvidable “tía Ñata” que no sólo tenía el lujo de un T.V. en blanco y negro, sino que compraba religiosamente el Intervalo, el Nocturno, y en ocasiones especiales algún Tony o Fantasía. ¡Ah, las revistas de historietas y fotonovelas! ¿Qué hora de mi infancia fue más grata que las que pasaba aislada del mundo, sufriendo y gozando con los personajes que no eran más que un dibujito o una foto de no más de cinco centímetros? Ninguna. Sin ningún lugar a dudas.

Pero, cuarto grado me enfrentó a la posibilidad de que leer algunos libros y leer por obligación... podía ser horrible, agotador y detestable.

Sirirí, mi malhadado libro de lectura de cuarto, era opaco, gris, blanco y negro, con una que otra raya azul o colorada (y más de una vez, cuidando de que no me descubrieran, añadí un poco de color, prolijamente y como desafío a esas páginas odiosas). Pero no sólo era poco atractivo el sólo verlo, sino que también era aburrido, más que aburrido… aburridísimo. En él abundaba la bienintencionada pedagogía pues cada línea estaba escrita para dar una lección de historia, de geografía o de buenas costumbres. Era un monumento a la educación y una tumba de la literatura y el arte.

Empezaba hablando de un pato, que supuestamente era muy relevante que yo conociera, por ser típico de Entre Ríos; aunque yo, en mi vida, no había visto un pato de esos ni por casualidad. Y el pato, para colmo, (que no sé por qué daba nombre al libro), se borraba en la primera página, ya que la “dueña” contaba que no se le había muerto, pero ¡se le había ido! ¡Horrenda manera de empezar un libro!, me pasé todo cuarto grado buscando que en algún lugar dijera que había vuelto a verlo o lo había encontrado. Esa maldita página me llenó de angustia, esa separación era más trágica que la muerte.

Pero el pato, en todo caso, pobre bicho, no era del todo el culpable de mi fobia hacia el libro. Lo peor era que todo este me hablaba de Entre Ríos; el río, el agua, las cuchillas y la mar en coche, que de interesante para mí no tenían nada (menos luego de saber de la existencia de Borneo, la Malasia, las islas del Pacífico, el África, sus selvas, desiertos y ríos torrentosos plagados de peligros...).

Porque la verdad es que si el libro insistía con la provincia, más insistía con el río, que no se les caía de la boca -perdón: del renglón- ni por casualidad... Si toda esa agua se hubiera salido de sus páginas no quedaba nadie vivo.

He descubierto recientemente, que mi desapego hacia la literatura entrerriana, y con ella lo aburridas que me han resultado siempre las temáticas que para otros son tan entrañables (léase: río, canoa, pesca, ceibo, jacarandá, cuchillas, lomadas, y demás parientes cercanos), pueden tener origen en la terrible experiencia que fue sufrir todo un eterno año, el libro Sirirí.”

Gabriela Monzón

El solaz de la lectura...

Aún con parvas astronómicas de trabajos para corregir, aún con actividades que preparar y aún en este momento en que dos cuentos esperan en el limbo a ser escritos por mí para incluir en los libros de mis chiquilines de 8vo. año... no puedo, ni quiero, ni siquiera pensaría en dejar de leer. La lectura es una terapia, una amiga, un solaz como ninguno, un aliento, una recarga de pilas para seguir funcionando, un estilo de vida. Por más cansancio, enojo, desilusión o pesar que produzca el diario trajinar por las aulas -acabamos un trimestre y emprendimos el último de un año conflictivo (¡como todos!)-...la lectura siempre está allí, a mano, al lado, en cualquier lado... Quizá por eso me produce tanto placer ver a otros lectores -irreverentes como yo- que se atreven a aventurarse en los libros sin importar el lugar...

Qué encuestas y qué respuestas... en" ¡Piezas de a ocho!"

Hace un tiempo que estaba deseando compilar las encuestas que he realizado en este blog, pero la verdad sea dicha, últimamente lo he tenido un poquito abandonado y no sólo este proyecto se fue posponiendo sino que mi aparición ha sido más que esporádica... ¡Mis sinceras disculpas a los fieles lectores, desde ya! Lo cierto es que la edición anual del libro de cuentos de mis queridos chicos de 8vo. del Instituto "María Grande" me tiene a mal traer, no sólo por el trabajo que supone leer y ayudar a autocorregir las varias versiones de los relatos, sino además el desgaste que implica generar fondos para solventar este emprendimiento (lo que me está dando más de un quebradero de cabeza)...