martes, 30 de marzo de 2010

Vargas Llosa hablando de la saga "Millenium" del sueco Stieg Larsson, un texto imperdible


Me han acontecido tan descabellados intríngulis en relación con las novelas del fallecido escritor sueco Stieg Lasson, que de sólo pensar en ellos me río por lo ridículos...
En principio, vi sus libros en innumerables librerías y supuse (¡vaya a saber por qué!) que eran de autoayuda. Por supuesto que por esa sola razón -y prejuiciosamente- los odié.
Pero allí no termina la cosa: cada vez que tenía oportunidad criticaba sus portadas pues me parecían francamente horribles.
Pasó el tiempo...
Un día, vengo a enterarme de que se trataba de ficción,  y gracias a mi bien informado esposo me desayuné de las idas y venidas de la cosa, a la vez que -contrariamente a lo que me sucede siempre- terminé accediendo antes que a los libros... ¡a los tres filmes realizados en su país de origen!
Resultado: debo decirlo con una mano en el corazón que ¡me enamoré!
Y ahora, no me va a quedar otra que gastarme en los libros los $300.- que andaba mezquinando.
Por todo esto, es que me tomo el atrevimiento de transcribir el artículo que escribiera Vargas Llosa, porque me parece una joya... como creo que serán los libros.
Ni bien los lea les cuento...
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Millennium , la hazaña narrativa de Stieg Larsson
Lisbeth Salander debe vivir
Mario Vargas Llosa, El País
Extraído de:
http://blog.lsf.com.ar/2009/09/millenium-por-mario-varga-llosa.html

MADRID.-Comencé a leer novelas a los diez años y ahora tengo setenta y tres. En todo ese tiempo debo haber leído centenares, acaso millares de novelas, releído un buen número de ellas y algunas, además, las he estudiado y enseñado. Sin jactancia puedo decir que toda esta experiencia me ha hecho capaz de saber cuándo una novela es buena, mala o pésima y, también, que ella ha envenenado a menudo mi placer de lector al hacerme descubrir a poco de comenzar una novela sus costuras, incoherencias, fallas en los puntos de vista, la invención del narrador y del tiempo, todo aquello que el lector inocente (el "lector-hembra" lo llamaba Cortázar para escándalo de las feministas) no percibe, lo que le permite disfrutar más y mejor que el lector-crítico de la ilusión narrativa.
¿A qué viene este preámbulo? A que acabo de pasar unas semanas, con todas mis defensas críticas de lector arrasadas por la fuerza ciclónica de una historia, leyendo los tres voluminosos tomos de Millennium , unas 2100 páginas, la trilogía de Stieg Larsson, con la felicidad y la excitación febril con que de niño y adolescente leí la serie de Dumas sobre los mosqueteros o las novelas de Dickens y de Victor Hugo, preguntándome a cada vuelta de página: "¿Y ahora qué, qué va a pasar?" y demorando la lectura por la angustia premonitoria de saber que aquella historia se iba a terminar pronto, sumiéndome en la orfandad. ¿Qué mejor prueba de que la novela es el género impuro por excelencia, el que nunca alcanzará la perfección que puede llegar a tener la poesía? Por eso es posible que una novela sea formalmente imperfecta, y, al mismo tiempo, excepcional. Comprendo que a millones de lectores en el mundo entero les haya ocurrido, les esté ocurriendo y les vaya a ocurrir lo mismo que a mí y sólo deploro que su autor, ese infortunado escribidor sueco, Stieg Larsson, se muriera antes de saber la fantástica hazaña narrativa que había realizado.
Repito, sin ninguna vergüenza: fantástica. La novela no está bien escrita (o acaso en la traducción el abuso de jerga madrileña en boca de los personajes suecos suena algo falsa) y su estructura es con frecuencia defectuosa, pero no importa nada, porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el lector pasa por alto las deficiencias técnicas, engolosinado, dichoso, asustado y excitado con los percances, las intrigas, las audacias, las maldades y grandezas que a cada paso dan cuenta de una vida intensa, chisporroteante de aventuras y sorpresas, en la que, pese a la presencia sobrecogedora y ubicua del mal, el bien terminará siempre por triunfar.
La novelista de historias policiales Donna Leon calumnió a Millennium afirmando que en ella sólo hay maldad e injusticia. ¡Vaya disparate! Por el contrario, la trilogía se encuadra de manera rectilínea en la más antigua tradición literaria occidental, la del justiciero, la del Amadís, el Tirante y el Quijote, es decir, la de aquellos personajes civiles que, en vista del fracaso de las instituciones para frenar los abusos y las crueldades de la sociedad, se echan sobre los hombros la responsabilidad de deshacer los entuertos y castigar a los malvados. Eso son, exactamente, los dos héroes protagonistas, Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist: dos justicieros.
La novedad, y el gran éxito de Stieg Larsson, es haber invertido los términos acostumbrados y haber hecho del personaje femenino el ser más activo, valeroso, audaz e inteligente de la historia, y de Mikael, el periodista fornicario, un magnífico segundón, algo pasivo pero simpático, de buena entraña y un sentido de la decencia infalible y poco menos que biológico.
¡Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable! El país al que nos habíamos acostumbrado a situar, entre todos los que pueblan el planeta, como el que ha llegado a estar más cerca del ideal democrático de progreso, justicia e igualdad de oportunidades, aparece en Los hombres que no amaban a las mujeres , La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire como una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y tanto las instituciones como el establishment en general parecen presa de una pandemia de corrupción de proporciones priístas o fujimoristas.
Menos mal que está allí esa muchacha pequeñita y esquelética, horadada de colguijos, tatuada con dragones, de pelos puercoespín, cuya arma letal no es una espada ni un revólver sino un ordenador con el que puede convertirse en Dios -bueno, en Diosa-, ser omnisciente, ubicua, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa desdeñosa indiferencia de su carita indócil con la que oculta al mundo la infinita ternura, limpieza moral y voluntad justiciera que la habita, a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor.
La novela abunda en personajes femeninos notables, porque en este mundo, en el que todavía se cometen tantos abusos contra la mujer, hay ya muchas hembras que, como Lisbeth, han conquistado la igualdad y aun la superioridad, invirtiendo en ello un coraje desmedido y un instinto reformador que no suele ser tan extendido entre los machos, más bien propensos a la complacencia y el delito.
Entre ellas, es difícil no tener sueños eróticos con Monica Figuerola, la policía atleta y giganta para la que hacer el amor es también un deporte, tal vez más divertido que los aerobics pero no tanto como el jogging. Y qué decir de la directora de la revista Millennium , Erika Berger, siempre elegante, diestra, justa y sensata en todo lo que hace, los reportajes que encarga, los periodistas que promueve, los poderosos a los que se enfrenta, y los polvos que se empuja con su esposo y su amante, equitativamente. O de Susanne Linder, policía y pugilista, que dejó la profesión para combatir el crimen de manera más contundente y heterodoxa desde una empresa privada, la que dirige otro de los memorables actores de la historia, Dragan Armanskij, el dueño de Milton Security.
La novela se mueve por muy distintos ambientes, millonarios, rufianes, jueces, policías, industriales, banqueros, abogados, pero el que está retratado mejor y, sin duda, con conocimiento más directo por el propio autor -que fue reportero profesional- es el del periodismo.
La revista Millenium es mensual y de tiraje limitado. Su redacción, estrecha y para el número de personas que trabajan en ella sobran los dedos de una mano. Pero al lector le hace bien, le levanta el ánimo entrar a ese espacio cálido y limpio, de gentes que escriben por convicción y por principio, que no temen enfrentar enemigos poderosísimos y jugarse la vida si es preciso, que preparan cada número con talento y con amor y el sentimiento de estar suministrando a sus lectores no sólo una información fidedigna, también y sobre todo la esperanza de que, por más que muchas cosas anden mal, hay alguna que anda bien, pues existe un órgano de expresión que no se deja comprar ni intimidar, y trata, en todo lo que publica e investiga, de deslindar la verdad entre las sombras y veladuras que la ocultan.
Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta: ¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables? La verosimilitud está lograda porque el instinto de Stieg Larsson resultaba infalible en adobar cada episodio de detalles realistas, direcciones, lugares, paisajes, que domicilian al lector en una realidad perfectamente reconocible y cotidiana, de manera que toda esa escenografía lastrara de realidad y de verismo el suceso notable, la hazaña prodigiosa. Y porque, desde el comienzo de la novela, hay unas reglas de juego en lo que concierne a la acción que siempre se respetan: en el mundo de Millennium lo extraordinario es lo ordinario, lo inusual lo usual y lo imposible lo posible.
Como todas las grandes historias de justicieros que pueblan la literatura, esta trilogía nos conforta secretamente haciéndonos pensar que tal vez no todo esté perdido en este mundo imperfecto y mentiroso que nos tocó, porque, acaso, allá, entre la "muchedumbre municipal y espesa", haya todavía algunos quijotes modernos, que, inconspicuos o disfrazados de fantoches, otean su entorno con ojos inquisitivos y el alma en un puño, en pos de víctimas a las que vengar, daños que reparar y malvados que castigar.
¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!

4 comentarios:

Ainhoa dijo...

Hola, Gaby!
Cuando yo leí la primera novela de la trilogía de Larsson recuerdo que me gustó pero como me han gustado muchas otras novelas que desde luego no han tenido tanta repercusión mediática (ya lo comentaba en mi blog). Mi novio me regaló también las otras dos y las leí (en realidad las devoré)y al final me di cuenta de que los fallos o carencias, a los que tanta importancia había dado al leer "Los hombres que no amaban a las mujeres", iban perdiendo peso en comparación con el que iba ganando la historia en sí misma: llegó un punto en el que sólo quería saber qué ocurriría en la siguiente página y en la otra y en la otra... Y creo que eso es lo mejor que te puede pasar cuando lees una novela, olvidarte de los tecnicismos para simplemente disfrutar con lo que te están contando. Así que espero que las disfrutes. Sospecho que Lisbeth Salander te va a encantar!
Besos.

Javier Munguía dijo...

Aquí me tienes de vuelta, Gaby. Gracias por leerme. Me encantó el testimonio de Ainhoa sobre los libros de Larsson. Te cuento que este texto de Vargas Llosa que has subido como nota fue el que me decidió a leer a Larsson, y no sabes cómo se lo agradezco.De todos modos, creo que Vargas Llosa, aunque le reconoce sus merecidas virtudes a las novelas de la trilogía Millenium, exagera sus defectos. Aun así, qué estimulante fue saber que a un escritor de la altura de Vargas Llosa le apasiona la trilogía de Larsson. Fue un buen contrapeso al prejuicio de tantos críticos que juzgaban la obra del sueco, por pura amargura o envidia, como literatura desechable. ¡De eso nada! Un abrazo.

Gabriela Monzón dijo...

Mil gracias chicos (Ainhoa y Javier) por sus comentarios.
Es maravilloso su aporte, me encanta leerlos.
Por supuesto que el mundo académico siempre sospecha de lo popular, de lo existoso, de lo "consumido" masivamente.
A veces acierta, a veces se equivoca de plano.
Pero gracias a haber entrado desprevenida e ingenua en la infancia al mundo de los libros, antes de la contaminación quisquillosa de los tecnicismos, suelo sumergirme apasionadamente y sin prejuicios en la lectura, digan lo que digan los críticos, académicos, y envidiosos de costumbre. Eso es lo que deseo hacer con Larsson... y es lo que han hecho tantos.
Sin duda que hallar gente con la cabeza abierta, sin barreras que les permitan amar las buenas historias es genial.
Me llamó la atención que Vargas Llosa escribiera esto y me encantó, fue como cuando Ana María Shua (escritora arg. de lit inf-juv) alabó a Potter.

¡Qué saludable!
Besos y abrazos
Gaby

andrés dijo...

Hola!

Me encontré con este blog buscando paginas que hablaran de la saga Millenium y me sumo como Uds. y como Mario, de que estos libros son MAGNIFICOS. Les cuento: un amigo me contó que estaba leyendo estos libros y como algo ya habia escuchado, tuve el prejuicio de que se trataba de otra treta marketinera como los libros de Dan Brown pero vaya sorpresa la que me llevé. Me falta leer el 3ro. pero por lo que leí hasta ahora estoy encantado; por el ritmo vertiginoso y de suspenso que imprime el relato, sumado a un perfecto criterio para describir a los personajes durante todo el desarrollo de la historia, es decir, uno se hace a la idea del personaje y el autor no hace más que confirmar esa idea con el paso de la historia en diferentes situaciones. me encantan los detalles como por ejemplo: la constante adicción al café de todos los personajes cosa que se traduce en una clara intención del autor por hacernos saber su adicción, tb. con el cigarrillo y demás. Me sorprendí gratamente con lo que dijo Mario sobre los libros. En fin, los recomiendo ampliamente. Buena lectura que debe soportar a los engreidos intelectuales que no soportan su éxito comercial y que pretende devaluar su valor literario.

Gracias