sábado, 17 de enero de 2009

Reflexiones en torno a mis experiencias de lecturas y escrituras a partir de un texto de Graciela Cabal

La cursada durante el 2008 de la Diplomatura de la FLACSO “Lectura, Escritura Y Educación”, me posibilitó lecturas y escrituras diversas, muchas de ellas contundentes en su impacto sobre mis reflexiones. En los caminos del encuentro con las palabras hubo una primera consigna que involucraba el texto “Primeras Experiencias” de alguien a quien considero una segunda maestra intelectual junto Graciela a Montes: Graciela Cabal. Así fue que la lectura del artículo me permitió retomar ideas anteriores, recrearlas, revisar, interrogarme acerca de mi propia vivencia de la lectura y la escritura, así como mi rol en relación con las mismas y los otros. Les dejo el vínculo para acceder a la lectura (y descarga si se desea) de la versión PDF de “Primeras experiencias” de Graciela Cabal . Podrán leer mis reflexiones seguidamente.

“Yo siempre fui una nena adicta a la lectura…” “Y nunca más dejé de escribir ni de leer…” “Yo me terminaba un libro por día”, puedo empezar diciendo, y en esta concurrencia de subjetividades no percibo dónde termina la voz de Graciela Cabal y dónde empieza la mía.

“Sí, la lectura y la escritura […] fueron en mi infancia y siguen siendo ahora algo así como la felicidad, un conjuro contra la muerte, un amuleto para mantener a raya los desconsuelos de la vida. En realidad son un vicio, ‘el vicio impune’ del que hablaba Valéry Larbaud.” No hallo mejor modo de expresar lo que han supuesto las vivencias del leer y el escribir en mi propia existencia que las palabras elegidas por ella. Me las apropio, las hurto descaradamente, las fundo con mi propio decir, pues mi biografía es un tapiz cuyo tejido de aconteceres está tan imbricado con las palabras de otros, que la distinción es irrealizable.

Y este ir y venir entre sus palabras/mis palabras, es un modo de desandar caminos, de reconocer senderos transitados, para hallarme a mí misma, lectora/escritora irrefrenable, entretejida de voces e imágenes, de imaginarios y mundos posibles; y es también una búsqueda de algunas mínimas certezas que orienten la tarea de educar ligada al lenguaje.

En ese tránsito hallo que, aun cuando cambian los detalles circunstanciales, la biografía lectora y escrituraria de quienes hemos elegido con esperanzada obstinación afincar nuestro hacer en el mundo de las palabras, es una urdimbre compartida, común, permanente de “dispositivos, comportamientos, actitudes y significados culturales”, “maneras de leer” en la que incluso la “materialidad de los libros impresos” (cómo olvidar a “los de la colección amarilla, la Robin Hood”) coincide, al decir de Chartier parafraseado por Rockwell.

Sin embargo, una y otra vez, se me revela también que la intersección de todas ellas es la pasión que tiñe la experiencia única e intransferible -pero compartida- del encuentro con la palabra, que es el encuentro con el otro. Y esa emoción, esa pasión, ese particular modo de sentir nos constituye como seres humanos, pero es quizá a su vez un posible modo de construir caminos para posibilitar a otros apropiarse de la lengua.

Retrocedo en mi vivencia, en mi historia con las palabras -otra y una con la de Cabal-, y supongo que quizá haya comenzado en el vientre materno resonando a nanas; o en las solitarias horas de mi madre leyendo Cumbres borrascosas junto a mi cuna; o más tarde cautiva feliz en las palabras de mi maestra-monja de segundo grado -hechicera insólita en su silla bajita- que leía por entregas una historia; o el día que descubrí maravillada la biblioteca de mi escuela primaria que se constituyó en el paraíso perfecto de mis desconcertados días de infancia.

La narración de Cabal (leyéndola/leyéndome) me permite vislumbrar entrelazadas en ella marcas sociales, no sólo constitutivas de las vivencias individuales de las niñas que fuimos, sino constantes culturales que conforman las situaciones en las que todavía en el presente mis alumnos están insertos forjando sus propios vínculos con el lenguaje, proceso en el cual me cabe un indiscutible porcentaje de responsabilidad: “una linda biblioteca, enorme, pero siempre estaba cerrada para que nadie desordenara los libros”, “cuando nos portábamos bien, la maestra nos leía”,Libros de diversión no nos leía la Señorita, ‘porque esos no dejan enseñanza’”.

Como adulta comprometida en los procesos que involucran a las jóvenes generaciones en la adquisición de la lectura y la escritura, no puedo ignorar que aún perseveran esas condiciones adversas que el relato revela con humor e ironía. Aún hoy hay bibliotecarios que escamotean el contacto con el libro; todavía hoy demasiados desconocen la posibilidad de leer y escribir como aventuras de descubrimiento, de creación, de constitución del yo, de interpretación y estructuración del mundo; aún ahora el acceso a la palabra -deber y derecho de cada ser humano- se liga a caprichosos premios y castigos, a utilitarios objetivos morales y finalidades pedagogizantes.

¿Cómo posibilitar encuentros con las palabras?, ¿cómo facilitar la construcción de lazos con la cultura escrita?, ¿cómo propiciar la constitución de vínculos emocionales, pasionales, íntimos con la lengua?, ¿cómo generar instancias, situaciones, contextos escolares que permitan a otros apropiarse de los procesos de lectura y escritura? ¿Quizá en los relatos biográficos se ocultan claves para comprender cómo devenimos en lectores y escritores? ¿Quizá se expresan en ellos los procedimientos fortuitos por los cuales los adultos contribuyeron a generar el vínculo con la lengua escrita? ¿Quizá la burocrática obsesión controladora y clasificatoria de las instituciones nos impide actualmente dejar aprender a otros?

Nuestra infancia era un contexto que podemos reconocer como no siempre propicio, y aún así había libros que estaban a nuestro alcance, los adultos nos leían, escribían a nuestro alrededor, daban sentido a estos quehaceres y los hacían deseables, veíamos que valía la pena el esfuerzo de la lectura y la escritura, había tanto deliberación como casualidad en ese encuentro; y había por sobre todas las cosas hallazgos apasionados, amorosos, revolucionarios, azarosos, insubordinados y prohibidos. Libros que no eran para niños y caían en nuestras manos voraces, hambrientas, desprevenidas…

Si la experiencias con las palabras nos dotaron de anticuerpos contra el dolor, la miseria, la estupidez y la banalidad; si nos hicieron descubrir el misterio, la magia, la pasión, la locura y los interrogantes para contrarrestar la estereotipia del mundo; si en sus intersticios de ese universo nombrado -y a pesar de ellos- nos fuimos conformando como otros, como nuevos, transformándonos a cada letra; si la marca -única y la misma- fue indeleble, constitutiva, inalienable, vital y precaria, quizá, sólo quizá, valga la pena volver una y otra vez a cada momento de la historia que nos moldeó lectores y escritores e hizo de ello para nosotros un modo de habitar el mundo.

¿Para qué? Para abrir a otros posibilidades de vivir experiencias tan fuertes como esas -que de eso se trata nuestra profesión-, pero al decir de Larrosa sin trivializarlas, ni normativizarlas, ni transformarlas en moda, en fetiche, ni en imperativo…

Gabriela Adriana Monzón

2 comentarios:

Grupo de Estudios Históricos dijo...

Hola Gaby: en esta trasnoche no pensé encontrarte así tan de repente. Soy Lourdes Fernández de Basavilbaso y alguna vez compartimos capacitación con Marta Zamero en la escuela Alberdi, un gusto ver tus publicaciones.
Cariños
Lourdes
Mis lugares
http://soloparaprender.blogspot.com
http://gehla43.blogspot.com
http://agro145basavilbaso.blogspot.com

Gabriela Monzón dijo...

Lourdes...
Qué alegría que la red nos posibilite estos reencuentros...
Ya andaré por tus sitios
Un abrazo
Gaby