¿QUÉ TAL SI PROBAMOS CON ESCRIBIR?
Que “se aprende a escribir, escribiendo” es un enunciado archiconocido que tiende en las instituciones a convertirse en una especie de slogan que, sabemos está bien explicitar y decir, si en teoría acordamos con una idea activo-reflexiva de la didáctica de la lengua o, si se quiere, “constructivista”[1]. Pero, hay que tener muy claro cuando usamos esta expresión que la misma remite a una conceptualización particular de –por nombrar algunos– sujeto de aprendizaje, sujeto docente, aprendizaje, objeto de conocimiento, enseñanza, etc. Es por esto que nuestros presupuestos deben necesariamente ser revisados para no cometer incoherencias dentro de nuestras experiencias de enseñanza.
Es así como, desde esta pretensión de coherencia, me someto a realizar este ejercicio mental, que a su vez me permite ir haciendo consciente mis recorridos con el objeto de enseñanza y con los sujetos con los que comparto la enseñanza y el aprendizaje.
Como primer análisis quiero dejar plasmado que la enseñanza o mejor dicho las “experiencias de enseñanza” tienen sentido en tanto y en cuanto hay “un sujeto que sabe antes”[2], es decir el docente, pero que de ninguna manera significa que el sujeto que aprende no posea conocimientos –si se quiere de “sentido común”– que se ponen en juego en estas situaciones para generar con lo “conocido” nuevas formas de relacionarse con lo “nuevo” del objeto en cuestión: la lengua. El aprendizaje por tanto tiene que ver con que las interacciones en la enseñanza generen conflictos en los conocimientos de cada uno y que permitan una reorganización de los mismos, lo cual significa que el aprendizaje es un proceso “recursivo”, esto es, siempre se está volviendo al lugar desde el cual se partió para revisar lo que sabemos y poder mejorarlo.
Pero, ¿qué quiere decir lo anterior respecto de la escritura? Implica reconocer que ese “otro” conoce claves de la lengua, que aprendió a partir de la interacción con sus familiares y otros usuarios del código, que le permiten desenvolverse intuitivamente respecto de la escritura. De esta manera, nuestras “clases” deberían convertirse en verdaderas experiencias, lo que significa que en las mismas deben darse verdaderas situaciones de escritura con un fin comunicativo claro y real para los niños. Estas “clases” deben aportar las herramientas para planificar, textualizar y revisar el escrito para hacerlo comunicable. Es en estas revisiones donde los conceptos lingüísticos adquieren relevancia, ya que permiten la reelaboración de las primeras escrituras.
A partir de lo expuesto anteriormente, el sujeto docente se convierte en un guía de estas situaciones, “un guía” debido a que supo antes esto que está enseñando. Con esta afirmación queda al descubierto que el docente no es “el saber”, en el sentido de estar “investido” de sabiduría, lo cual implicaría una cierta prepotencia y pretensión de “saberlo todo”. Como si el “saber” pudiera alojarse, ocupar un espacio cualquiera, sin reconocer la verdadera naturaleza del mismo. Debo hacer de todas maneras una última salvedad, y es que como guía el docente tiene la obligación y responsabilidad ineludible de intervenir y generar esos espacios donde se construya saber.
En esta necesidad de intervenir es que, en mis experiencias particulares, todos los proyectos de escritura van a partir, en una primera etapa, de una “sensibilización” hacia género discursivo a abordar y por las características del mismo, ya que estos dos aspectos se convertirán en desafíos a ser superados en la producción del escrito.
La segunda etapa, tendrá que ver con la escritura propiamente dicha que será motivo de trabajos de revisión posteriores en los cuales se sistematizarán aspectos relevantes de ese texto en particular. Para hacer evidentes los aspectos a tener en cuenta en la reflexión metalingüística, en cada género discursivo y para organizar el trabajo realicé gráficos que explicitan los aspectos posibles de ser analizados en cada formato textual, a los que Josette Jolibert denomina “tramas para el docente”.[3]
La tercera etapa, estará orientada a hacer uso o a enviar a los verdaderos destinatarios del escrito la producción. La misma en algunos casos se orienta a organizar la biblioteca, a anexar material a un libro de Historia (comenzado el año anterior) y en otros a socializar con sus pares sus descubrimientos.
Para finalizar, quiero destacar el carácter político de la educación, carácter que va marcando recorridos y elecciones en nuestras experiencias de enseñanza; por este motivo es que intento aclarar que la pretensión del presente escrito se enmarca en la necesidad de explicitar mi postura ante otras posibles; si bien intenta ser actualizada, pertinente, adecuada a los actuales requerimientos de la educación lingüística. Por lo tanto, ya que esta producción es demasiado acotada, no aspira a realizar una democratización de saber respecto de esta postura teórica construida.
LEVRAND, M. ALEJANDRA
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