Derecho a enseñar.
Derecho a aprender.
Derecho a trabajar.
Derecho al libre tránsito.
Derecho a la alimentación adecuada.
Derecho al esparcimiento.
Derecho a la libre expresión…
…Y la lista podría seguir.
Estos son los derechos que siento atropellados en mi persona y la de otros que nos hemos negado a seguir el juego alienante y desquiciado que se ha planteado desde hace más de tres meses en Argentina.
Debo admitir que uno puede tener incluso el derecho a mirar el mundo desde su ombligo, en tanto de ese modo no dañe, vulnere, atropelle, suprima el derecho de otro; no atente contra la integridad física, moral, intelectual ajena.
Sin embargo, me he sentido desde hace un tiempo ciudadana de segunda categoría en mi país, pues el derecho al reclamo se ha erigido en dios, en único válido, en parámetro que somete a los demás anulando su libre albedrío.
Ni pienso en tomar partido porque esa es precisamente una visión reducida, maniquea, absurda y estupidizante de ver el mundo. La necedad más grande que los medios han montado sagazmente en los últimos tiempos y que intereses creados de algunos sectores han acicateado, y que se ha instalado como una dicotomía absoluta: campo & gobierno.
Y así ha cundido el patrioterismo, la patotería, la soberbia desaforada, la antojadiza ley del más fuerte, la imposición al otro a ver quién resiste más y la anulación de la posibilidad de pensar distinto, de disentir, de tomar distancia (y aunque no se dice, casi se insinúa... so pretexto de traición a la patria). Circulan como consignas, enmohecidas frases hechas, discursos vacíos, repetitivas cantinelas que la masa ha adoptado voraz (no nos confundamos no es el pueblo todo, es una clase social).
¿Y a tenor de qué venían estas reflexiones?
Ah, claro, los derechos de unos pocos que no importan, y para mí simbolizan todos esos días en que no pude viajar a dar clases (rutas cortadas, falta de combustible) y nos vimos privados -mis alumnos y mi persona- de aprender y enseñar, sin abundar de nuevo -claro- que la docencia es mi profesión y mi forma de vida; todas las veces que fui al supermercado y no había leche, carne, aceite y muchas cosas más porque los camiones que los traían estaban varados vaya a saber dónde; todas las veces que pensé en cruzar a la ciudad vecina a las librerías o al cine y por supuesto que debí recordar que quizá iba y no volvía, o directamente era mejor no programar el viaje porque no había en qué ir; todas las veces en que intenté razonar de otro modo en público que no fuera polarizarse en una perspectiva única, parcial y cerrada, y fui atacada por no aceptar la verdad del otro: incuestionable, absoluta y evidente para todos, además de las veces que me callé la boca cuando todos a mi alrededor daban por supuesto que mi postura era exacta copia de la suya…
Quizá sea absurdo pero no veo ejercicio de la democracia en estas manifestaciones masivas desbocadas, patoteriles y altisonantes, sino que creo tienen un parentesco cercano con la tan criticada cancha de fútbol en la que tantos desmanes se cometen, en la que la racionalidad suele suprimirse, en la que las pasiones desatinadas dominan por sobre la razón y la cordura anulando la capacidad de diálogo.
Sí, este es un blog de Lengua y Literatura, pero una no es una planta, y toda esta basura en la que una está inmersa a veces le llega al cuello, y seguir posteando se hace imposible cuando no se puede pensar.
En fin, estoy de regreso, este blog ha sido siempre para mí un modo de crecer y seguir ampliando el universo pequeñito en el que cada ser humano está metido, y si alrededor mío todo está lleno de miserias, mezquindades, palabras vacías, posturas masificadas y absolutas… démosle un poco de sentido al mundo.
Gracias Mempo Giardinelli y Eduardo Aliverti por poner un granito de significado en la masa indiscriminada de palabras de los medios.
Gabriela
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