sábado, 13 de noviembre de 2010

Un 13 de noviembre nacía el autor que con su "Isla del tesoro" hechizaría mi infancia



Hay lecturas que nos marcan indeleblemente, que nos raptan y nos llevan en viajes inolvidables, y por más libros que conozcamos más tarde será imposible reemplazar o borrar la experiencia.

"La isla del tesoro" de Robert Louis Stevenson ingresó a mi vida, y me permitió alistarme en su tripulación, gracias a la voz de mi madre, que entretuviera nuestras noches de infancia leyéndonos en voz alta los libros que con ansioso anhelo yo descubría en la biblioteca de mi escuela primaria.

Puesto que Google tuvo la genialidad de recordármelo, decidí homenajear al autor que dio origen a mi fascinación por los libros de piratería, así como de algún modo dio vida -tantos y tantos años después - a la identidad de este blog.



Comparto con ustedes dos de los fragmentos para mí inolvidables y mágicos que siguen justificando la lectura de esta, mi novela favorita de la niñez:


“El viento tensaba las velas. Y todos a bordo gozábamos el mejor humor al ver ya tan cerca el final del primer capítulo de nuestra aventura.

Y fue entonces, a poco de atardecer. La tripulación descansaba; yo me dirigía hacia mi litera, cuando de pronto sentí ganas de comerme una manzana. Subí a cubierta. El vigía estaba en su guardia, en proa, aguardando la aparición de la isla en el horizonte. El timonel miraba la arboladura y silbaba por lo bajo una canción; sólo se escuchaba el sonido de ese silbido y el chapoteo del agua cortada por la proa y que barría el casco de la goleta.

Tuve que meterme en el barril para poder coger una manzana, ya que sólo quedaban unas pocas en el fondo. Me senté en aquella oscuridad para comérmela, y, por el rumor de las olas o el balanceo del barco, el hecho es que me adormecí. Entonces noté que alguien, y debió ser alguno de los marineros más corpulentos, se sentó apoyando su espalda en el barril, lo que dio a éste un violento empujón. Me despejé de golpe y ya iba a saltar fuera de la barrica, cuando un hombre, cuya voz me era conocida, empezó a hablar. Era Silver, y no bien escuché una docena de sus palabras, cuando ya ni por todo el oro del mundo hubiera dejado de permanecer escondido, pues no sé qué fue más fuerte en mí si la curiosidad o el temor: aquellas pocas palabras me habían hecho comprender que las vidas de todos los hombres honrados que iban a bordo dependían únicamente de mí.”


“De repente, por la ladera de aquel monte, tan escarpada y pedregosa, oí caer unas piedras que rebotaron contra los árboles. Instintivamente me volví hacia aquel sitio y vi una extraña silueta que se ocultaba, con gran rapidez, tras el tronco de un pino. Lo que aquello pudiera ser, un oso, un mono, o hasta un hombre, no podía decirlo a ciencia cierta. Parecía una forma oscura y greñuda; es todo cuanto vi. Pero el terror ante esta nueva aparición me paralizó.

Me sentía acorralado; a mis espaldas, los asesinos, y ante mí, aquella cosa informe y que presentía al acecho. Me pareció, sin embargo, mejor enfrentarme a los peligros que ya conocía, que a ese otro ignorado. Hasta el propio Silver me resultaba ahora menos terrible que ese engendro de los bosques; así que, dando media vuelta y sin dejar de mirar a mis espaldas, empecé a retroceder en dirección a los botes.

Entonces vi de nuevo aquella figura, y vi que, dando un gran rodeo, pretendía sin duda cortarme el camino. Yo estaba totalmente exhausto; pero, aunque hubiera estado tan fresco como al levantarme de la cama, comprendí que no podía competir en velocidad con aquel adversario. Aquella criatura se deslizaba de un tronco a otro como un gamo, y, aunque corría como un ser humano, sobre dos piernas, era diferente a todos cuantos yo había visto, porque corría doblando la cintura. Entonces me fijé y vi que se trataba de un hombre.”

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“En la tumba de Stevenson, en una lejana isla de los mares del Sur a la que se retiró por motivos de salud, figura grabado el apodo que le dieron los samoanos: Tusitala, que en español significaría «el contador de historias». En efecto, la literatura de Stevenson es uno de los más claros ejemplos de la novela-narración, el «romance» por excelencia. Hijo de un ingeniero, nacido el 13 de noviembre de 1850, se licenció en derecho en la Universidad de Edimburgo, aunque nunca ejerció la abogacía. En busca de un clima favorable para sus delicados pulmones, viajó continuamente, y sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes (Viaje en burro por las Cevennes). En un desplazamiento a California conoció a Fanny Osbourne, una dama estadounidense divorciada diez años mayor que él, con quien contrajo matrimonio en 1879. Por entonces se dio a conocer como novelista con La isla del tesoro (1883). Posteriormente pasó una temporada en Suiza y en la Riviera francesa, antes de regresar al Reino Unido en 1884. La estancia en su patria, que se prolongó hasta 1887, coincidió con la publicación de dos de sus novelas de aventuras más populares, La flecha negra y Raptado, así como su relato El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), una obra maestra del terror fantástico. En 1888 inició con su esposa un crucero de placer por el sur del Pacífico que los condujo hasta las islas Samoa. Y allí viviría hasta su muerte, venerado por los nativos. Entre sus últimas obras están El señor de Ballantrae, El náufrago, Catriona y la novela póstuma e inacabada El dique de Hermiston. Su popularidad como escritor se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras, en las que siempre aparecen contrapuestos el bien y el mal, a modo de alegoría moral que se sirve del misterio y la aventura. Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables.”

Fuente: http://www.biografica.info/biografia-de-stevenson-robert-louis-2315