Andando los caminos de la web me topé con este texto interesantísimo, polémico y genial del escritor italiano Alessandro Baricco, al cual llegué -en realidad- a instancias de lo leído en el artículo de mi estimado colega mexicano Juan Domingo Argüelles, que habrán posido apreciar en una entrada anterior.
Se los dejo para pensar y opinar...
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No tengo
ninguna duda que el placer de leer, así como la cultura del libro, están
fuertemente relacionados a una derrota. A una herida y a una derrota. Sobre los
libros, no tengo dudas. Sobre la música, teatro, cine, puede ser más
problemático.
Leer es siempre la revancha de alguien que en
la vida fue ofendido, herido. Me parece que leer libros es una manera
inteligentísima de perder. Relacionado a una especie de renuncia a combatir
sobre el campo. No sé si esto tiene alguna relación con la "humanidad ofendida",
de la cual escribía Adorno. Sé que la gente de libros es, por lo general, gente
que sufre.
Existe una tendencia a ser sumergido por esta
sensación de desequilibrio. Y es verdaderamente peligrosa.
Lo que pensaban de la novela en el siglo 19
las personas de buen sentido, es decir, que era peligrosa, es verdad; y está
bien que en el origen de la novela así haya sido percibido. Lo entendieron rápidamente
los médicos que prohibían a sus esposas la lectura de novelas, en la pureza
áurea de aquel objeto --la novela-- entendían una cosa que a nosotros
actualmente nos parece ridícula. Pero era verdadera en aquel entonces y
permanece como algo que tiene que ver también hoy con la experiencia de leer.
Para ser prácticos, veo a estos muchachos de
16 años que pasean, y que han leído todos mis libros, o bien demasiado Kafka o
demasiado Dostoievsky. Los veo. Y cuando me preguntan qué deben hacer, sólo una
cosa me llega a la cabeza: "Váyanse a jugar con el balón, tiren los libros,
paseen. Córtense los cabellos, píntenselos de verde. Hagan algo. Busquen estar
en el adentro. No afuera. Después de ello, regresen a los libros, por caridad,
pero no se dejen imbuir".
Si pienso en los jóvenes de hoy, en lo que
leen y lo que no leen, y si desde nuestra experiencia de Tótem puede surgir
alguna luz sobre esto, me vienen a la cabeza algunas cosas.
Antes que nada, se necesita una gran
disposición de nuestra parte para entender que la geografía del sentido de
estos jóvenes es objetivamente distinta de la nuestra. Y no por un proceso de
"vulgarización" o "denigración" de aquello que es noble. En
lo absoluto. Será noble como la nuestra, pero será distinta.
No se puede pretender que los Quartetti de
Beethoven cubran, en la geografía de la inteligencia de estos jóvenes, la misma
parte que han cubierto en la geografía de nuestra inteligencia. Y no precisamente
por un proceso de degradación. No, simplemente porque la geografía cambia.
Si nosotros, cada vez que se pierde un pedazo
de la geografía que nos ha generado, nos ponemos a pensar que ésta es una
pérdida estéril del mundo, y si nosotros debiéramos ser así de idiotas para
pensar esto en un modo apriorístico y dogmático, no se abrirá jamás un diálogo
con estos jóvenes.
Debemos
entender que su geografía será igual de noble que la nuestra, y además podría
ser más noble, si no existiera ningún vestigio de la nuestra.
Allá donde en nosotros existía un puerto, en
ellos no existe nada.
Han dejado
todo al nivel del suelo para dar vida a un gran estacionamiento. Y nosotros
debemos tener una gran e inmensa inteligencia para no despreciarnos por el
hecho de que hay un estacionamiento donde había un río, sino entender, antes
que nada, toda la geografía. Y pensar -casi como un acto de fe- que nuestra
geografía será igual de noble que la de ellos. Porque de hecho es así. Porque a
final de cuentas, en los últimos Quartetti, ¿qué criticaba Beethoven? Era el
mundo en movimiento. Después, la forma en la cual se puso en movimiento, porque
nunca estuvo en nuestras manos elegir dicha forma.
La única cosa que debemos odiar es la
inmovilidad. Porque es la muerte, es la dictadura, es el mundo en pausa.

El problema de la lectura, a final de cuentas,
es esto. Si partimos del supuesto de que cada joven que no lee es una pérdida
para la civilización, partimos de un supuesto erróneo. Estúpido. No es del todo
cierto que, dentro de 150 años, la lectura será el modo, la forma más apta para
la creación de sentido, para aprehender la vitalidad de lo real. Sin embargo,
¿esto quiere decir que no se puede hacer nada, que no podemos hacer nada, para
transmitir a un joven el sentido de aquello que para nosotros es noble? Nada en
absoluto. Nada es grandioso si uno no es capaz de explicar el porqué lo es.
Si los Quartetti de Beethoven son grandiosos
sólo porque son los Quartetti de Beethoven, y uno no parte de cero, y no sabe
explicar el porqué, aquella grandeza está acabada. Deviene en una imposición, justo
a lo que un joven siempre se rebela.
Cuando los jóvenes se rebelan a la lectura
únicamente porque les viene dada como un valor inexplicable, porque es mejor
que jugar Playstation, es necesario
preguntarnos si alguno les ha explicado de manera convincente por qué es mejor.
Aparte de que se trata, evidentemente, de una cuestión abierta --no sabemos
todavía bien qué cosa sucede en aquel nuevo mundo de mensajes visivos,
sensibilidad, velocidades distintas a la nuestra--, es por eso que los jóvenes viven
la lectura como una agresión a sus valores. El libro y el videojuego desde el
inicio resultaron contrapuestos. Entonces, o estamos en condiciones de
explicárselos, o bien estamos haciendo algo que los alejará más.
En cambio, el desafío es que a alguien que
juega con el Playstation le cuentes el Cyrano, y que, de pronto, te escuche.
Pero no le puedes decir: "¡Ve al teatro! A ver un Cyrano de Bergerac
doctísimo y aburridísimo". Así, nos la jugamos todos, ¡uno después del
otro! Esto nos ayudará también a
entender qué cosa está todavía viva y qué cosa está muerta. Cuando, en
resumidas cuentas, no puedo explicar a los jóvenes en la escuela Holden, por
qué creo que El hombre sin atributos de Musil es un libro para leer, cuando
advierto que me canso cada vez más, que cada vez tengo menos credibilidad, y
que no logro convencerlos, no sólo quiere decir que no soy lo suficientemente
bueno. Sugiere también que quizás, en la nueva geografía que está naciendo, El
hombre sin atributos no es un libro importante. Esto es algo muy probable, de
lo cual no debemos espantarnos. No lo digo para provocar. Los músicos que
Rossini admiraba en su oficio se llamaban Mozart, Haydn, pero otros tenían
nombres que hemos olvidado por completo. Las geografías cambian. Quizá El
hombre sin atributos no es importante por siempre.
Lo ha sido
para mí, para mi generación, pero cuando se comienza a no saber explicarlo,
cuando percibes que no te creen, es mejor buscar entender qué cosa está
pasando, cuál es la nueva geografía que está naciendo. Y prepararse para tomarla.
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Me parece sumamente valioso el concepto de "nuevas geografías" y la idea de que si no puedo explicar por qué algo es bueno, es que quizá deba empezar a pensar que es bueno para mí y no para otro.
Cuando no podamos ya comunicar a un niño, o a un adolescente, o a un adulto, por qué es desable leer un libro que a nosotros nos parece capital, tal vez quiera decir que algo nos está pasando..., tal vez debamos renunciar a hacerlo y empezar a adaptarnos a esas nuevas geografías en las que el otro vive.
Maravilloso.