viernes, 18 de mayo de 2007

Vicios más corrientes ...de la literatura infantil y juvenil

Reproduzco un fragmento bibliográfico que me parece muy iluminador y muy preciso acerca de defectos extendidos y aceptados como naturales (y hasta deseables desde ciertas perniciosas posturas ideológicas) tanto en la literatura infantil como juvenil.
Vicios más corrientes
(VENEGAS, María Clemencia, Margarita Muñoz y Luis Darío Bernal. Promoción de la lectura en la biblioteca y en el aula. Buenos Aires, Aique, 1994.)
"[...] En otras palabras, veamos qué elementos no debe tener la verdadera literatura infantil:
1. El aniñamiento
Este vicio parte de una falsa y vulgarizada idea sobre lo que es y lo que piensa un niño. Hay adultos que creen que por tener un cuerpo pequeño, el menor es tonto, sin inteligencia, sin capacidad de selección de sus gustos o de comprensión de la calidad de las cosas que lo rodean.
En consecuencia, quien se dirige al niño, sin entenderlo, trata de reducir las palabras, las imágenes y las temáticas a la pobreza creativa. Buscando lo sencillo, se llega fácilmente a lo simple.
Veamos algunas formas de aniñamiento:
A. Diminutivismo: uso inadecuado, exagerado y meloso del diminutivo. Por ejemplo: los textos en que todas las piedras son piedrecitas; los carros, pequeños carritos; el tiempo pasa en momentitos, ratitos, etcétera.
B. Aumentativismo: es la otra cara de lo anterior. Todo objeto, persona o animal es exageradamente grande o potente: "un hombrón descomunal, un larguísimo camino; unos zapatones enormes, grandototes", etc., o se abusa de prefijos tales como Super, de limitado uso, reduciendo aun más las posibilidades de desarrollo verbal infantil, "Superhombre, Supertriste, Supergrande". Otro tanto sucede con recontra, archi, mini, etcétera.
2. El didactismo
El didactismo concibe al niño exclusivamente como sujeto de aprendizaje, a través de la literatura. Es un vicio presente en buena parte de los textos infantiles de todas las épocas, que incide negativamente sobre el posterior desarrollo del pequeño lector, no sólo desde el punto de vista de su hábito de lectura, sino desde el de la formación y equilibrio de su personalidad.
Además del esfuerzo que debe hacer el niño en la escuela por asimilar toda suerte de enseñanzas con métodos no siempre agradables o llamativos, reciben en todo momento, ya en la casa, o ya en la comunidad en la que se desenvuelve, otro cúmulo de conocimientos -desordenados, además- envueltos en reglas de comportamiento, a menudo contradictorias que frecuentemente se niega a aceptar calladamente. Consecuencia lógica son los continuos conflictos con sus padres, parientes o adultos cercanos.
Si utilizamos la literatura infantil para continuar torpedeando al lector con cargas informativas, acabamos no sólo ahogándolo con datos, sino mermándole sus posibilidades naturales de investigación al alejarlo, por cansancio, del hábito de la lectura.
El didactismo no solamente puede pretender instruir a toda costa; también puede ser:
Moralizante
Utilización del texto literario para comunicar al niño los principios morales propios del autor y del momento social en el que éste se desarrolla.
Religioso
Uso del libro infantil para crear en el niño un afecto especial hacia una determinada confesión o fe religiosa.
Patriotero
Exaltación, por medio del libro, de determinados valores que se suponen emblemas de una nacionalidad.
Su peligro estriba no sólo en la creación de mitos que el niño no alcanza a comprender de manera racional y libre, sino en que -al sobrevalorar los símbolos patrios- generalmente se menosprecia el verdadero valor del concepto patria, u otras realidades nacionales.
Ideologista
Esta forma de didactismo, que a menudo resume las tres anteriores pero que tiene no obstante perfiles propios, es la más peligrosa desde el punto de vista de la formación mental del niño. Su propósito es construir en la mente del pequeño lector una predeterminada concepción del mundo. De ella depende, finalmente, lo que ese niño va a decir sobre el mundo, la sociedad y el pensamiento. Esta forma de penetrar la conciencia del niño, frecuentemente tiene un fin político o partidista.
Hay que dejar en claro, sin embargo, que toda actuación del ser humano en cualquier época, tiene una marca ideológica. Es decir, que obedece a la forma como el hombre concibe, observa y desea las cosas que lo rodean. Toda persona tiene una concepción ideológica del mundo que le ha tocado vivir.
El autor de literatura infantil tiene obviamente su propia y personal visión de la realidad. El problema nace cuando utiliza el libro infantil para manipular la conciencia del pequeño lector hacia de- terminada concepción del mundo. Así, el niño acude al libro para divertirse y, sin que él pueda darse cuenta, otros están organizando su mente y su sensibilidad en determinada dirección.
3. El paternalismo
El paternalismo en la literatura trata al lector siempre como a un hijo. El niño entiende que el libro así concebido es una especie de remedo pobre de su padre y lo rechaza. Su curiosidad natural al ampliar su universo se resiente ante esta reducida concepción de lo que debe ser el universo infantil.
Curiosamente, la falla mayor del paternalismo literario es su melosidad. Se cree falsamente que, para dirigirse a un niño literariamente, es necesario un tratamiento dulzón, absolutamente pueril, que el niño inmediatamente rechaza. Todo niño huye instintivamente del manoseo de los adultos en la realidad. Con mayor razón en la literatura, a la cual acude, entre otras razones, cuando necesita huir de la normatividad que le imponen los adultos, y adquirir autonomía como individuo, afirmando su independencia.
4. La cursilería
Este vicio, que también se encuentra con alguna frecuencia en el tratamiento de los libros dedicados a los pequeños lectores, surge cuando el escritor, queriendo tener un estilo literario demasiado elegante y formal, cae precisamente en lo preciosista, ridículo y de mal gusto; lo cursi es mal recibido por los niños, por ser poco espontáneo y natural.
5. El maravillismo
Es la falsa pretensión de algunos libros infantiles de atraer la atención del lector, a partir de exageraciones que supuestamente captan el interés del niño. El recurrir a múltiples adjetivos de manera frecuente y directa (fantástico, maravilloso, magnífico, majestuoso) o a imágenes truculentas, cubre fallas de la trama, del cuento, el acontecimiento o el personaje que no son realmente fantásticos o maravillosos, sino tontos y faltos de interés. Indican, además, no sólo pobreza en el lenguaje, sino incapacidad imaginativa y narrativa por parte del escritor. Hacen el texto denso y difícil de entender. [...]"

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