Hallé este artículo andando la web y quedé maravillada por la honesta, demoledora y provocadora crítica que realiza de los llamados "promotores de lectura" o mediadores. Ahora... hay que ver si no hemos caído intencionada o fortuitamente en una de esas actitudes aberrantes... ¿estaremos alejando a los lectores?
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Fuente original: El Financiero /
México, miércoles, 14 de enero de 2009
Fragmento del libro que acaba de publicarse en México en Editorial Océano: La letra muerta: Tres diálogos virtuales sobre la realidad de leer, 2010
Fragmento del libro que acaba de publicarse en México en Editorial Océano: La letra muerta: Tres diálogos virtuales sobre la realidad de leer, 2010
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Existen promotores de la lectura que no tienen el menor ánimo de reflexionar, no ya digamos de dudar, sobre su tarea. ¡Vaya paradoja! Creen, de veras, que todo el asunto de la promoción y el fomento de leer se reduce a técnicas, fórmulas y recetas. De lo demás no quieren hablar, mucho menos escuchar. Están convencidos de que su misión es patriótica, ortopédica, religiosa, redentorista y moral: hacer lectores para salvar almas.
Al igual que
los puristas de la lengua, que no advierten que el idioma se transforma con el
uso, los militantes de la ortolectura no se han enterado aún de que los
lectores y las formas de leer han cambiado, y de que si muchos adolescentes se
resisten a leer libros no lo hacen -como escuché decir a una promotora- nada
más por joder, sino porque les imponemos modelos, fórmulas y recetas que, a lo
largo de los años, ya demostraron suficientemente su ineficacia.
Como el modelo
patriótico-religioso de lector es el que nosotros mismos encarnamos, no nos
atrevemos a discrepar con nuestro ego. Autocomplacientes, no dudamos ni un
instante que nosotros somos buenos, porque leemos; inteligentes, porque leemos;
maravillosas personas, porque leemos, a pesar del visible malhumor y la poca
calidad humana de algunos que asumen, desde la superioridad vanidosa, que su
filantrópica misión es la de transformar burros en personas.
Así las cosas,
no sólo no ganamos conocimiento gracias a los libros sino que, fanáticamente,
perdemos humanidad, tolerancia y humildad. Resentidos, porque no todos son como
nosotros, queremos sumar y uniformar, y como son muchos los que se resisten,
nos arrogamos el derecho moral de infravalorarlos. Hay, sin embargo, algo peor
que este ardor proselitista. A veces, la actitud grosera, necia, acomplejada y
mezquina hacia las expresiones contrarias al dogma tiene como única motivación
la custodia de la fuente de empleo.
Tememos no ser
convincentes si no mostramos ímpetu de vendedores (aunque lo que vendamos sólo
sea humo). Nos creemos indispensables y, sin decirlo (pero sabiéndolo), nos
convertimos en tenaces mercaderes de muletas. Si no hay lisiados, no hay
clientes. Y a esto nos abocamos, manipuladoramente: a decirles a todos que son
lisiados si no leen, inválidos incluso, y aquí el término inválido es
denostador y denotativo: que no tiene fuerza ni vigor; que adolece de un
defecto físico o mental, y que es nulo y de ningún valor, por no tener las
condiciones que exigen las leyes. En este último caso, es obvio: las leyes de
la ortolectura para ser mejores.
Hay promotores
de lectura que son tan refractarios y tan despectivos hacia las ideas que no
comparten (fundamentalistas en esencia) que la inquietud que nos asalta termina
por entristecernos: si ese modelo de ser humano intolerante, fanático y
mezquino es hechura de los libros, entonces el Paraíso Libresco que pregonan es
más un infierno que un edén. Si ellos son el modelo, la lectura es horrible.
Ante un
fanático es casi imposible dialogar, mucho menos debatir inteligentemente,
porque se niega a escuchar. Todo intento choca contra un muro de certezas, sin
asomo de dudas. Sócrates vuelve a beber la cicuta: para el fanático, como para
los jueces que condenaron a muerte al filósofo, todo es voluntarismo de lo que
debe ser y lo que debe hacerse.
Y es triste
que, en materia de lectura, la burocratización esté consiguiendo lo contrario
de lo que dice fomentar: el placer de leer. Y no me refiero, únicamente, a la
burocratización de la institucionalidad pública, sino a algo más grave: la
burocratización del espíritu. Esa burocratización que se revela en la actitud
de quienes creen (y nunca dudan) de que el único medio para formar lectores es
la ortolectura: programas y esquemas inflexibles; fórmulas rígidas; métodos y
recetas infalibles y, por supuesto -al igual que la ortopedia-, corsés y
muletas. ¡Vaya con el placer de hacer lectores!
Es en este
punto cuando entendemos por qué la gente se resiste a leer y es entonces cuando
cobran todo su provocativo sentido liberador la célebre conferencia y el
paradójico consejo de ese gran lector, escritor y promotor de la lectura que es
Alessandro Baricco: Queridos jóvenes, es mejor no leer.
Extraído de: prensafondo.com, edición del día: miércoles, 14 de enero de
2009
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Deseo acercarles a mis lectores la comunicación que con su inmensa gentileza ha hecho llegar a mi correo Juan Domingo Argüelles, el autor de este texto. No puedo evitarlo, estoy tan contenta, que tengo que compartirlo con ustedes...
“Me he sentido muy estimulado, muy contento de veras, de que hayas
tenido la iniciativa de compartir con otros lectores mi reflexión […]. Para mí
es decisivo e importante que en esta materia tan apasionante de los libros y la
lectura aprendamos a dialogar gentilmente con los otros, e incluso a discrepar
cortésmente si es el caso; porque a veces los libros nos pueden llevar a
distanciarnos de los demás, sobre todo de los que no leen, y lo más importante
para mí al menos es que reconozcamos a nuestro prójimo no lector, que muchas
veces no ha tenido jamás la oportunidad de gozar un libro porque no hubo nadie
que le supiera abrir esta fantástica puerta. Tú lo haces muy bien desde tu
bitácora. Te felicito por tu blog y por tu entusiasmo. Demuestras ser una
lectora muy inteligente y muy gentil, al igual que tus interlocutoras e
interlocutores a quienes has convocado a la reflexión. Recibe mis saludos
más afectuosos desde México.
JUAN DOMINGO”