Víctor Fleitas de El Diario de Paraná, Entre Ríos, tuvo la gentileza de entrevistarme en relación con los jóvenes lectores y la literatura.
Una gentileza sin igual.
FUENTE:
http://www.eldiario.com.ar/diario/interes-general/nota.php?id=89172
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Hay personas o lugares claves en
la memoria lectora de Gabriela Monzón. La mamá leyéndole en voz alta, por las
noches, antes de conciliar el sueño, relatos de Emilio Salgari, Julio Verne o
Louis Alcott; junto a la tía Ñata prestándole historietas, fotonovelas y
ejemplares de Corin Tellado, bajo juramento de que sean tratados con el máximo
cuidado. La biblioteca en el Colegio de las Mercedarias, maravillosa en su
evocación, en la que tomaba contacto con un material distinto al del trabajo
escolar, como cuentos y clásicos juveniles; junto al recuerdo de una monja de
la congregación que cumplía a rajatabla con el ritual de leerles algo al
término de su clase. Finalmente, en otro pliegue de la nostalgia, un verdulero
llegado de Buenos Aires que, en los fondos, más allá de las legumbres y las
frutas apiladas, atendía una compraventa de obras literarias de masivo consumo,
y le hacía un descuento acorde a su inquebrantable voluntad adquirente. La
entrevistada citará entonces que el afán por la lectura la llevará a la
escritura. Y que en ese camino de doble entrada a la expresión, fue incentivada
por maestras y profesoras cuyos rostros parece rememorar mientras cita el
detalle y sonríe, como quien se traslada a coordenadas precisas del tiempo y el
espacio vivido. Criada en proximidad al predio del Ejército, cuando todo
aquello estaba mucho menos habitado, irá desplegando a lo largo de la charla,
una serie de formulaciones que se corresponden en buena medida con su
experiencia vital, incluso sin que enteramente sea consciente de ello. “Luego
descubrí que este disfrute por la lectura y la escritura se acompañaba por el
placer de la docencia”, dirá, la profesora de Castellano, Literatura y Latín y
licenciada en Lenguas Modernas y Literatura, con postítulo realizado sobre
Actualización en Literatura para Niños del Instituto Almirante Brown de Santa
Fe y posgrado Diplomatura y Especialización “Lectura, Escritura y Educación” de
Flacso. De sus primeras experiencias laborales en localidades vecinas, le han
quedado grabadas las vicisitudes con el transporte (“morirte de calor en verano
y de frío en invierno y agradecer si el colectivo llegaba a destino”) y la
distinta noción del tiempo a la que el viajero se acostumbra, como algo
irremediable. Ahora, con más de dos décadas de trabajo continuo en los
distintos niveles del campo, se desempeña en relación con las prácticas del
cuarto año del Profesorado en Lengua y Literatura de la Facultad de
Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Uader. Los nuevos lectores en un
mundo dominado por la imagen, será el eje que organizará la conversación.
–¿Con qué realidad se encuentran en los espacios donde se promueven nuevos lectores?
–Muchas veces, los lectores que hallamos en la adolescencia no tuvieron buenos encuentros con los libros durante la infancia. Eso no significa que no puedan convertirse en apasionados lectores, más allá de que lamenten no haber disfrutado de ese placer desde niños, sea porque la familia o la escuela no los inspiraron.
–¿Se aprende a ser lector, incluso en estos tiempos?
–Una especialista española, Gemma Lluch, señala que las nuevas generaciones pasan con mayor solvencia que los adultos de una narrativa a otra, de los videojuegos a los dibujitos animados, de los cómics a las películas y de ahí a la literatura. Ese diálogo, propio de viajeros que circulan con mucha eficiencia entre distintos tipos de relatos, puede advertirse en los nuevos libros infantiles, que buscan captar a un público acaso más amplio, en el que el ilustrador ya no es un complemento, una nota secundaria del texto base, un adorno, sino que en muchos casos es lo más relevante de la publicación. El libro es distinto desde su génesis porque el artista plástico trabaja junto al escritor o es directamente el que escribe y la estética, la gráfica, responde a distintas escuelas, rompe los moldes.
Hay igualmente un stock de libros tradicionales, no siempre de buena calidad literaria, con una mirada sesgada, moralizante, muy orientada a promover ciertos y determinados valores. Pero, junto con esa oferta tradicional, aparecen estas alternativas, que nos devuelven a niños, jóvenes y adultos a la satisfacción de tener un libro entre las manos.
–Una recuperación del libro en tanto objeto…
–Hay un esmero notable en las portadas, en las páginas interiores. Quiero decir, no obstante, que es muy interesante lo que pasa con los niños y adolescentes en tanto evaluadores de la obra: pescan al vuelo la intención del adulto de moralizarlo, de indicarle lo que tiene que hacer. Y, acto seguido, lo rechazan o resisten.
–Eso aparece en los encuentros que tiene con lectores jóvenes…
–Y al revés también: disfrutan, no importa la edad que tengan, si uno no les impone la lectura sino que los deja en completa libertad para que asuman su propia experiencia, más allá de poder ayudarlos a evaluar, de sugerirles títulos. Lo más importante, creo, es que uno consulte por sus intereses y desde ahí oriente.
AL INTERIOR.
–Habló de detectar los intereses del otro. ¿Qué es eso?
–Preguntar qué música escuchan y por qué, no de manera inquisitoria, si no realmente para enterarse qué les llama la atención; si algún asunto en particular los inquieta, si se sienten atraídos por alguna rama del arte o por cualquier actividad humana, no necesariamente la literatura, para encontrar otras vías de acceso al hábito y el disfrute de la lectura, en tanto práctica que los conecte con esa esfera de lo sensible. Hay que tener en cuenta que siempre hay un libro esperando: el asunto es dar con él.
Lo que me ha pasado en distintos clubes de jóvenes y niños lectores es que los que en principio rechazan la lectura, luego se entregan a ella cuando ven lo que les pasa a sus pares. Ayuda mucho el hecho de que haya tanta variedad de libros, ficción, sobre las ciencias, el arte, de aventuras y ciencia ficción, sobre la historia del cine, los deportes, el cuerpo humano, la vida animal, con planteos atractivos. Recuerdo ahora a la editorial Iamiqué, pero no es la única por suerte donde los saberes se transmiten amablemente, como si fueran parte de un juego. Sin dudas, son lecturas que pueden despertar las ganas de acercarse a los libros.
–¿Hay sorpresas en el contacto con los lectores iniciados?
–Muchas. Cualquiera sospecharía que no saben nada de mitología y sin embargo les puede haber llegado por un videojuego o una serie de televisión. Y, si se está atento, por ese camino alternativo a lo eminentemente letrado también se puede inspirar intereses lectores. Tal vez todo se simplifique, digo, si los adultos cambiamos la perspectiva y aguzamos la mirada en torno a lo que les pasa a los jóvenes y los niños.
–¿Alcanza sólo con inspirar la lectura o es conveniente además invitar a que los nuevos lectores cuenten lo que van leyendo?
–Contar historias es parte de la naturaleza humana. Esa experiencia atraviesa las distintas culturas y las diferentes etapas de la historia. Hay algo ancestral que se juega en eso tan cotidiano como compartir historias. De hecho pone en marcha ese mecanismo mágico y potente de la imaginación, en un circuito que perfectamente puede ser de ida y vuelta, es decir que la inspiración a imaginar también me aproxima a la lectura. Está bueno que los adultos los empujemos a que exploren las fronteras de la fantasía, no que los coartemos.
Digo esto a sabiendas de que el adulto ocupado muchas veces no se ocupa suficientemente de los niños y, entonces, los exponemos ante el televisor, la computadora o el videojuego para sacárnoslos de encima. Pero no debemos descuidar que el acceso a la imaginación es también un derecho que tienen los niños, que además la imaginación debe ser alimentada y que entonces los mayores tenemos mucho que aportarles en ese sentido. Hay que procurar un equilibrio, ¿verdad?, para lo cual debemos amoldarnos a sus nociones del tiempo, no sólo obligarlos a que ellos se adecuen a nuestras urgencias.
Una autora francesa, Michele Petit, explica claramente cómo cambia la vida de las personas cuando toman contacto con las historias refugiadas en los libros. Y, en ese sentido, postula que esta gimnasia de sumergirse en la ficción es absolutamente necesaria para el desarrollo del pensamiento.
–¿No para escaparse del mundo, dice?
–Habría que revisar ese concepto: no debiéramos leer para irnos del mundo, para ausentarnos; sino para salir por un rato del agobio cotidiano para, desde la introspección, volver con otros ojos, para mirar todo desde distintos lugares. De manera que lo conveniente es que haya espacios para acceder a la literatura y también para crear. Me viene a la mente un grupo de adultos mayores con el que estoy trabajando: tienen tantas ganas de leer y escribir. De manera que la literatura, la palabra, nos puede estar esperando en cualquier recodo de la vida.
Lo propio y lo dado
–Escribir sin importar si se está al nivel de los consagrados…
–Escribir es un modo de expresión, ante todo. Graciela Montes habla de la frontera indómita cuando alude a ese lugar que habita la literatura; lo compara con lo lúdico, en el sentido de que cuando se domestican las normas deja de ser juego, pierde encanto, magia.
No podemos desconocer por otro lado que la literatura es un objeto de mercado, de consumo, un producto cultural que sigue ciertas reglas, que las editoriales y los autores pretenden que resulte redituable, pero eso no debería ser un estigma porque también se encuentran textos interesantísimos entre aquello que circula comercialmente. Tampoco tiene sentido rechazar lo masivo porque sí: hay de todas las calidades y lo interesante es estar en condiciones de discernir.
Por fuera de lo literario, pero dentro del mundo de los relatos, hay una tendencia a plantear dilemas presuntamente, no infantiles. Las películas de Tim Burton, incluso en adaptación de textos clásicos infantojuveniles, son un ícono, pero no le van en zaga las primeras producciones de Pixar. Es interesante cómo aparecen temas “prohibidos”: la muerte, la enfermedad, la discriminación.
Pero no es menos sorprendente descubrir que muchos prefieren el libro a la adaptación cinematográfica. O que a partir del filme se vaya a la obra literaria original. En fin, las trayectorias son absolutamente personales y todas respetables. Hay quienes arrancaron de “Crepúsculo” y pasaron a buscar obras de Jane Austen, William Shakespeare o Charlotte Bronte.
–¿Qué no debiera pasarle a un lector novel?
–Que el libro lo expulse o que los adultos le clausuremos el acceso, por prejuicio. Hay que ofrecer un abanico variado y dejar que el otro opere desde su sensibilidad: nada peor que forzar. Leerles en voz alta, ayuda; que vean a los adultos leer, también. Y aceptar, incluso, que el otro no quiera leer lo que a nosotros nos gusta.
–¿El sistema educativo es proclive a estas opciones o todavía las repele?
–Está a mitad de camino. La formación es bastante cerrada en torno a que algunas se pueden leer y otras no. A veces la experiencia en el aula, el contacto directo, hace que el docente se reconvierta, pero cuando arranca lo hace generalmente con la visión esquemática con la que fue formado. Todo arranca en la universidad: de ahí tiene que venir la apertura.
–¿En serio?
–Para la universidad, la promoción de la lectura y la literatura infantojuvenil es un tema menor. Hay una fuerte resistencia, sobre todo en la formación de docentes para el nivel medio. Es menor que en el nivel inicial, pero igualmente la escuela sigue legitimando ciertas lecturas y rechazando otras. Muchos chicos se hacen lectores por fuera del ámbito escolar, porque en la escuela es el adulto el que elige por ellos.
Frases dichas
“Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.”
(Karl Menninger)
“La lectura es de gran utilidad cuando se medita lo que se lee”.
(Nicolás Malebranche)
“La lectura hace al hombre completo; la conversación ágil, y el escribir, preciso”.
(Francis Bacon)
“No hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano”.
(Jacinto Benavente)
“La lectura es la gran proveedora de argumentos, la clave para que los demás te escuchen”.
(Gran Wyoming)
“Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”.
(Jorge Luis Borges)
–¿Con qué realidad se encuentran en los espacios donde se promueven nuevos lectores?
–Muchas veces, los lectores que hallamos en la adolescencia no tuvieron buenos encuentros con los libros durante la infancia. Eso no significa que no puedan convertirse en apasionados lectores, más allá de que lamenten no haber disfrutado de ese placer desde niños, sea porque la familia o la escuela no los inspiraron.
–¿Se aprende a ser lector, incluso en estos tiempos?
–Una especialista española, Gemma Lluch, señala que las nuevas generaciones pasan con mayor solvencia que los adultos de una narrativa a otra, de los videojuegos a los dibujitos animados, de los cómics a las películas y de ahí a la literatura. Ese diálogo, propio de viajeros que circulan con mucha eficiencia entre distintos tipos de relatos, puede advertirse en los nuevos libros infantiles, que buscan captar a un público acaso más amplio, en el que el ilustrador ya no es un complemento, una nota secundaria del texto base, un adorno, sino que en muchos casos es lo más relevante de la publicación. El libro es distinto desde su génesis porque el artista plástico trabaja junto al escritor o es directamente el que escribe y la estética, la gráfica, responde a distintas escuelas, rompe los moldes.
Hay igualmente un stock de libros tradicionales, no siempre de buena calidad literaria, con una mirada sesgada, moralizante, muy orientada a promover ciertos y determinados valores. Pero, junto con esa oferta tradicional, aparecen estas alternativas, que nos devuelven a niños, jóvenes y adultos a la satisfacción de tener un libro entre las manos.
–Una recuperación del libro en tanto objeto…
–Hay un esmero notable en las portadas, en las páginas interiores. Quiero decir, no obstante, que es muy interesante lo que pasa con los niños y adolescentes en tanto evaluadores de la obra: pescan al vuelo la intención del adulto de moralizarlo, de indicarle lo que tiene que hacer. Y, acto seguido, lo rechazan o resisten.
–Eso aparece en los encuentros que tiene con lectores jóvenes…
–Y al revés también: disfrutan, no importa la edad que tengan, si uno no les impone la lectura sino que los deja en completa libertad para que asuman su propia experiencia, más allá de poder ayudarlos a evaluar, de sugerirles títulos. Lo más importante, creo, es que uno consulte por sus intereses y desde ahí oriente.
AL INTERIOR.
–Habló de detectar los intereses del otro. ¿Qué es eso?
–Preguntar qué música escuchan y por qué, no de manera inquisitoria, si no realmente para enterarse qué les llama la atención; si algún asunto en particular los inquieta, si se sienten atraídos por alguna rama del arte o por cualquier actividad humana, no necesariamente la literatura, para encontrar otras vías de acceso al hábito y el disfrute de la lectura, en tanto práctica que los conecte con esa esfera de lo sensible. Hay que tener en cuenta que siempre hay un libro esperando: el asunto es dar con él.
Lo que me ha pasado en distintos clubes de jóvenes y niños lectores es que los que en principio rechazan la lectura, luego se entregan a ella cuando ven lo que les pasa a sus pares. Ayuda mucho el hecho de que haya tanta variedad de libros, ficción, sobre las ciencias, el arte, de aventuras y ciencia ficción, sobre la historia del cine, los deportes, el cuerpo humano, la vida animal, con planteos atractivos. Recuerdo ahora a la editorial Iamiqué, pero no es la única por suerte donde los saberes se transmiten amablemente, como si fueran parte de un juego. Sin dudas, son lecturas que pueden despertar las ganas de acercarse a los libros.
–¿Hay sorpresas en el contacto con los lectores iniciados?
–Muchas. Cualquiera sospecharía que no saben nada de mitología y sin embargo les puede haber llegado por un videojuego o una serie de televisión. Y, si se está atento, por ese camino alternativo a lo eminentemente letrado también se puede inspirar intereses lectores. Tal vez todo se simplifique, digo, si los adultos cambiamos la perspectiva y aguzamos la mirada en torno a lo que les pasa a los jóvenes y los niños.
–¿Alcanza sólo con inspirar la lectura o es conveniente además invitar a que los nuevos lectores cuenten lo que van leyendo?
–Contar historias es parte de la naturaleza humana. Esa experiencia atraviesa las distintas culturas y las diferentes etapas de la historia. Hay algo ancestral que se juega en eso tan cotidiano como compartir historias. De hecho pone en marcha ese mecanismo mágico y potente de la imaginación, en un circuito que perfectamente puede ser de ida y vuelta, es decir que la inspiración a imaginar también me aproxima a la lectura. Está bueno que los adultos los empujemos a que exploren las fronteras de la fantasía, no que los coartemos.
Digo esto a sabiendas de que el adulto ocupado muchas veces no se ocupa suficientemente de los niños y, entonces, los exponemos ante el televisor, la computadora o el videojuego para sacárnoslos de encima. Pero no debemos descuidar que el acceso a la imaginación es también un derecho que tienen los niños, que además la imaginación debe ser alimentada y que entonces los mayores tenemos mucho que aportarles en ese sentido. Hay que procurar un equilibrio, ¿verdad?, para lo cual debemos amoldarnos a sus nociones del tiempo, no sólo obligarlos a que ellos se adecuen a nuestras urgencias.
Una autora francesa, Michele Petit, explica claramente cómo cambia la vida de las personas cuando toman contacto con las historias refugiadas en los libros. Y, en ese sentido, postula que esta gimnasia de sumergirse en la ficción es absolutamente necesaria para el desarrollo del pensamiento.
–¿No para escaparse del mundo, dice?
–Habría que revisar ese concepto: no debiéramos leer para irnos del mundo, para ausentarnos; sino para salir por un rato del agobio cotidiano para, desde la introspección, volver con otros ojos, para mirar todo desde distintos lugares. De manera que lo conveniente es que haya espacios para acceder a la literatura y también para crear. Me viene a la mente un grupo de adultos mayores con el que estoy trabajando: tienen tantas ganas de leer y escribir. De manera que la literatura, la palabra, nos puede estar esperando en cualquier recodo de la vida.
Lo propio y lo dado
–Escribir sin importar si se está al nivel de los consagrados…
–Escribir es un modo de expresión, ante todo. Graciela Montes habla de la frontera indómita cuando alude a ese lugar que habita la literatura; lo compara con lo lúdico, en el sentido de que cuando se domestican las normas deja de ser juego, pierde encanto, magia.
No podemos desconocer por otro lado que la literatura es un objeto de mercado, de consumo, un producto cultural que sigue ciertas reglas, que las editoriales y los autores pretenden que resulte redituable, pero eso no debería ser un estigma porque también se encuentran textos interesantísimos entre aquello que circula comercialmente. Tampoco tiene sentido rechazar lo masivo porque sí: hay de todas las calidades y lo interesante es estar en condiciones de discernir.
Por fuera de lo literario, pero dentro del mundo de los relatos, hay una tendencia a plantear dilemas presuntamente, no infantiles. Las películas de Tim Burton, incluso en adaptación de textos clásicos infantojuveniles, son un ícono, pero no le van en zaga las primeras producciones de Pixar. Es interesante cómo aparecen temas “prohibidos”: la muerte, la enfermedad, la discriminación.
Pero no es menos sorprendente descubrir que muchos prefieren el libro a la adaptación cinematográfica. O que a partir del filme se vaya a la obra literaria original. En fin, las trayectorias son absolutamente personales y todas respetables. Hay quienes arrancaron de “Crepúsculo” y pasaron a buscar obras de Jane Austen, William Shakespeare o Charlotte Bronte.
–¿Qué no debiera pasarle a un lector novel?
–Que el libro lo expulse o que los adultos le clausuremos el acceso, por prejuicio. Hay que ofrecer un abanico variado y dejar que el otro opere desde su sensibilidad: nada peor que forzar. Leerles en voz alta, ayuda; que vean a los adultos leer, también. Y aceptar, incluso, que el otro no quiera leer lo que a nosotros nos gusta.
–¿El sistema educativo es proclive a estas opciones o todavía las repele?
–Está a mitad de camino. La formación es bastante cerrada en torno a que algunas se pueden leer y otras no. A veces la experiencia en el aula, el contacto directo, hace que el docente se reconvierta, pero cuando arranca lo hace generalmente con la visión esquemática con la que fue formado. Todo arranca en la universidad: de ahí tiene que venir la apertura.
–¿En serio?
–Para la universidad, la promoción de la lectura y la literatura infantojuvenil es un tema menor. Hay una fuerte resistencia, sobre todo en la formación de docentes para el nivel medio. Es menor que en el nivel inicial, pero igualmente la escuela sigue legitimando ciertas lecturas y rechazando otras. Muchos chicos se hacen lectores por fuera del ámbito escolar, porque en la escuela es el adulto el que elige por ellos.
Frases dichas
“Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.”
(Karl Menninger)
“La lectura es de gran utilidad cuando se medita lo que se lee”.
(Nicolás Malebranche)
“La lectura hace al hombre completo; la conversación ágil, y el escribir, preciso”.
(Francis Bacon)
“No hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano”.
(Jacinto Benavente)
“La lectura es la gran proveedora de argumentos, la clave para que los demás te escuchen”.
(Gran Wyoming)
“Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”.
(Jorge Luis Borges)
Víctor Fleitas vfleitas@eldiario.com.ar