domingo, 20 de mayo de 2007

Algunos fragmentos para pensar sobre la lectura, los grandes y los chicos... (2da. parte)

Con el consabido sentido del humor y agudeza que lo caracterizan, Ricardo Mariño se explaya en el primer fragmento que les dejo a continuación (transcribo sólo los tres primeros puntos de trece) acerca de la extravagante conducta de los adultos cuando se trata de estimular a las jóvenes generaciones a la lectura... Seguidamente otros dos autores -Javier García Sobrino y Diego Gutiérrez del Valle- nos enfrentan a los pesares de los chicos y a las desgracias de los libros cuando los adultos desean educar a toda costa, aún poniendo en riesgo o dando muerte a la literatura y cualquier posibilidad de goce lector.

“1. Querido docente: si alguna vez al salir del cine alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del filme, entonces está muy bien que continúes pidiéndoles a los alumnos que después de la lectura de un cuento señalen palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en aba. 2. Desconfía de los cuentos y novelas que sirvan para enseñar algo muy concreto. Si el libro demuestra claramente que los dientes deben cepillarse todas las noches, que no hay que discriminar a los asiáticos y que los enanos son personas, probablemente no tenga mucho valor literario. Las grandes obras literarias no enseñan nada, al menos no directamente, y, al contrario, crean encrucijadas que provocan más preguntas que respuestas. 3. Es mayor el número de niños que adora nadar a partir del disfrute del agua, que los que aman la natación gracias a los juegos organizados por el profesor de la colonia. Incluso, hay pequeños que ven al profesor como un obstáculo entre él y el placer de la pileta, y se cuentan por miles los que odian las colonias de vacaciones justamente a causa de los juegos organizados por el profesor. Vale decir: no le adjudiques tanta importancia a las técnicas de estimulación de la lectura. Se sabe de niños que han comenzado a leer un libro sin el concurso de un saltimbanquis.(…)”

  • Ricardo Mariño, “Máximas y mínimas sobre estimulación de la lectura” Texto basado en la ponencia presentada por el autor en la mesa redonda "La lectura continúa", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la promoción de la lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2004), publicado completo en http://www.imaginaria.com.ar

“(…) la escolarización del libro, aun con toda la renovación metodológica que ha llevado aparejada, ha traído una excesiva vinculación de la lectura con lo académico. No hablamos de la enseñanza de la lectura como acceso al código escrito, ni del estudio de la literatura como materia, sino del fomento de la lectura como hábito, es decir, como opción personal, libre y gratuita (que no exige entregar nada a cambio). Las editoriales miran demasiado hacia la escuela, viendo en ella su mayor mercado. En este sentido, detectamos una excesiva instrumentalización que convierte al libro en un vehículo para la realización de enojosas tareas escolares, que sustituye la libertad de elección por la obligatoriedad, con lo que, a menudo, desaparece el placer de leer (verdadero motor de todo lector, incluido el profesor), reemplazado por una sensación de fastidio y hostilidad hacia la lectura. Autores y editores colaboran con demasiada frecuencia a reforzar esta línea de trabajo con libros, series y colecciones que presentan estrechos planteamientos didactistas de los que está ausente, la mayor parte de las veces, la vibración de la auténtica literatura.

Recientemente, es posible detectar un auge de este fenómeno en relación con los llamados temas transversales que aparecen reflejados en infinidad de títulos. Así, ya no hay que leer para disfrutar, emocionarse, entretenerse (y de paso, aprender), sino para alcanzar de forma inmediata determinados objetivos curriculares relacionados con la igualdad entre los sexos, el cuidado de la salud, la educación vial o los valores. La literatura ha quedado reducida, demasiado a menudo, a una mera fórmula para que los niños se coman nuestras deliciosas y nutritivas sopas. Y muy pocas veces caemos en la cuenta de que los niños son lo bastantes listos como para rechazar la sopa y, de paso, la cuchara con que se les ofrece (…)”

  • Javier García Sobrino y Diego Gutiérrez del Valle, “El bosque de la animación y los árboles de la lectura”
Ponencia presentada en 25 AÑOS DE ANIMACIÓN A LA LECTURA JORNADAS DE REFLEXIÓN DESDE LAS BIBLIOTECAS ESCOLARES Y PÚBLICAS Guadalajara – Palacio del Infantado 28 al 30 de Noviembre de 2002

viernes, 18 de mayo de 2007

Vicios más corrientes ...de la literatura infantil y juvenil

Reproduzco un fragmento bibliográfico que me parece muy iluminador y muy preciso acerca de defectos extendidos y aceptados como naturales (y hasta deseables desde ciertas perniciosas posturas ideológicas) tanto en la literatura infantil como juvenil.
Vicios más corrientes
(VENEGAS, María Clemencia, Margarita Muñoz y Luis Darío Bernal. Promoción de la lectura en la biblioteca y en el aula. Buenos Aires, Aique, 1994.)
"[...] En otras palabras, veamos qué elementos no debe tener la verdadera literatura infantil:
1. El aniñamiento
Este vicio parte de una falsa y vulgarizada idea sobre lo que es y lo que piensa un niño. Hay adultos que creen que por tener un cuerpo pequeño, el menor es tonto, sin inteligencia, sin capacidad de selección de sus gustos o de comprensión de la calidad de las cosas que lo rodean.
En consecuencia, quien se dirige al niño, sin entenderlo, trata de reducir las palabras, las imágenes y las temáticas a la pobreza creativa. Buscando lo sencillo, se llega fácilmente a lo simple.
Veamos algunas formas de aniñamiento:
A. Diminutivismo: uso inadecuado, exagerado y meloso del diminutivo. Por ejemplo: los textos en que todas las piedras son piedrecitas; los carros, pequeños carritos; el tiempo pasa en momentitos, ratitos, etcétera.
B. Aumentativismo: es la otra cara de lo anterior. Todo objeto, persona o animal es exageradamente grande o potente: "un hombrón descomunal, un larguísimo camino; unos zapatones enormes, grandototes", etc., o se abusa de prefijos tales como Super, de limitado uso, reduciendo aun más las posibilidades de desarrollo verbal infantil, "Superhombre, Supertriste, Supergrande". Otro tanto sucede con recontra, archi, mini, etcétera.
2. El didactismo
El didactismo concibe al niño exclusivamente como sujeto de aprendizaje, a través de la literatura. Es un vicio presente en buena parte de los textos infantiles de todas las épocas, que incide negativamente sobre el posterior desarrollo del pequeño lector, no sólo desde el punto de vista de su hábito de lectura, sino desde el de la formación y equilibrio de su personalidad.
Además del esfuerzo que debe hacer el niño en la escuela por asimilar toda suerte de enseñanzas con métodos no siempre agradables o llamativos, reciben en todo momento, ya en la casa, o ya en la comunidad en la que se desenvuelve, otro cúmulo de conocimientos -desordenados, además- envueltos en reglas de comportamiento, a menudo contradictorias que frecuentemente se niega a aceptar calladamente. Consecuencia lógica son los continuos conflictos con sus padres, parientes o adultos cercanos.
Si utilizamos la literatura infantil para continuar torpedeando al lector con cargas informativas, acabamos no sólo ahogándolo con datos, sino mermándole sus posibilidades naturales de investigación al alejarlo, por cansancio, del hábito de la lectura.
El didactismo no solamente puede pretender instruir a toda costa; también puede ser:
Moralizante
Utilización del texto literario para comunicar al niño los principios morales propios del autor y del momento social en el que éste se desarrolla.
Religioso
Uso del libro infantil para crear en el niño un afecto especial hacia una determinada confesión o fe religiosa.
Patriotero
Exaltación, por medio del libro, de determinados valores que se suponen emblemas de una nacionalidad.
Su peligro estriba no sólo en la creación de mitos que el niño no alcanza a comprender de manera racional y libre, sino en que -al sobrevalorar los símbolos patrios- generalmente se menosprecia el verdadero valor del concepto patria, u otras realidades nacionales.
Ideologista
Esta forma de didactismo, que a menudo resume las tres anteriores pero que tiene no obstante perfiles propios, es la más peligrosa desde el punto de vista de la formación mental del niño. Su propósito es construir en la mente del pequeño lector una predeterminada concepción del mundo. De ella depende, finalmente, lo que ese niño va a decir sobre el mundo, la sociedad y el pensamiento. Esta forma de penetrar la conciencia del niño, frecuentemente tiene un fin político o partidista.
Hay que dejar en claro, sin embargo, que toda actuación del ser humano en cualquier época, tiene una marca ideológica. Es decir, que obedece a la forma como el hombre concibe, observa y desea las cosas que lo rodean. Toda persona tiene una concepción ideológica del mundo que le ha tocado vivir.
El autor de literatura infantil tiene obviamente su propia y personal visión de la realidad. El problema nace cuando utiliza el libro infantil para manipular la conciencia del pequeño lector hacia de- terminada concepción del mundo. Así, el niño acude al libro para divertirse y, sin que él pueda darse cuenta, otros están organizando su mente y su sensibilidad en determinada dirección.
3. El paternalismo
El paternalismo en la literatura trata al lector siempre como a un hijo. El niño entiende que el libro así concebido es una especie de remedo pobre de su padre y lo rechaza. Su curiosidad natural al ampliar su universo se resiente ante esta reducida concepción de lo que debe ser el universo infantil.
Curiosamente, la falla mayor del paternalismo literario es su melosidad. Se cree falsamente que, para dirigirse a un niño literariamente, es necesario un tratamiento dulzón, absolutamente pueril, que el niño inmediatamente rechaza. Todo niño huye instintivamente del manoseo de los adultos en la realidad. Con mayor razón en la literatura, a la cual acude, entre otras razones, cuando necesita huir de la normatividad que le imponen los adultos, y adquirir autonomía como individuo, afirmando su independencia.
4. La cursilería
Este vicio, que también se encuentra con alguna frecuencia en el tratamiento de los libros dedicados a los pequeños lectores, surge cuando el escritor, queriendo tener un estilo literario demasiado elegante y formal, cae precisamente en lo preciosista, ridículo y de mal gusto; lo cursi es mal recibido por los niños, por ser poco espontáneo y natural.
5. El maravillismo
Es la falsa pretensión de algunos libros infantiles de atraer la atención del lector, a partir de exageraciones que supuestamente captan el interés del niño. El recurrir a múltiples adjetivos de manera frecuente y directa (fantástico, maravilloso, magnífico, majestuoso) o a imágenes truculentas, cubre fallas de la trama, del cuento, el acontecimiento o el personaje que no son realmente fantásticos o maravillosos, sino tontos y faltos de interés. Indican, además, no sólo pobreza en el lenguaje, sino incapacidad imaginativa y narrativa por parte del escritor. Hacen el texto denso y difícil de entender. [...]"

miércoles, 16 de mayo de 2007

Soy lo que leo cuando leo, por Miriam Hergenreder

Aunque las distancias y el tiempo a veces nos desconciertan con su atrevida interferencia, suelen tener el mérito de permitirnos vivenciar sucesos que valen la pena: el reencuentro con ciertas personas especiales y el resurgir de lazos de comunicación. En los últimos tiempos me han sucedido un par de ellos, y además -en este caso- me permitieron recuperar a una querida amiga docente, quien es la lectora adulta más voraz y feliz que conozco… ¡Gracias Miriam!....por acercar tus palabras al blog y espero muuuuuchos escritos tuyos más.
Gabriela

Soy lo que leo cuando leo,

cuando abro la cubierta de un libro

y me sumerjo en lo profundo …

de un océano, del tiempo,

de un espacio ilimitado de sensaciones

y deseos inconfesados, pero presentes.

Soy lo que leo

cuando me visto con la piel de un personaje,

y sufro, río, sueño, amo, siento.

Cuando me es cómodo su vestido de época

y huelo el humo de la cocina,

me paseo en los salones victorianos

o cabalgo al viento por la justicia.

Soy lo que leo

cuando cierro los amados libros

y vuelvo a “la vida real”

con las mismas ganas de vivir

que mis héroes o heroínas de novela,

cuando reconozco en una mirada abierta

o en una sonrisa encendida

esos personajes que animan

las páginas de mis novelas.

¿Cuánto tiempo más nos puede llevar...?

Hay ocasiones en que me pregunto… ¿cuánto tiempo más nos puede llevar producir cambios significativos en las experiencias áulicas vinculadas a la enseñanza y el aprendizaje de la lengua?
Ya llevo quince años percibiendo a mi alrededor tan escasas revisiones, tan arraigados y fosilizadas prácticas, tan acendrada negativa a modificar/cuestionar/poner en duda contenidos que tal vez están más cerca de la gramática de Nebrija (1492) que de las tendencias actuales del saber lingüístico… que me dan sinceras ganas de tener una pataleta, un buen berrinche como los de mi infancia.
Sí, es para reírse, pero una sólo logra que se le suba la presión y las cosas siguen igual…
Mis practicantes me dicen: “Pero me dijeron que haga elaborar oraciones para aprender la letra s”, “Me dieron como tema la clasificación de los sustantivos”, “Tengo que preparar análisis de oraciones”…
Y yo los miro desalentada y les pregunto: ¿qué me dicen sobre lo que aprendieron y acordamos poner en práctica?, ¿qué leímos ayer?, ¿qué tienen para argumentar el respecto?, ¿les parece que es posible trabajar esos contenidos?... ¿yo les enseñé a hacer eso? Y ellos me miran, pobres, más desalentados que yo…
No se asombren de que mi lema en relación con mis ex alumnos ya docentes sea: “Yo no me hago cargo de lo que andan haciendo por el mundo”, porque la verdad es que me niego a avalar ciertas prácticas que evidencian que el sistema los devoró, que tres años de esforzado proceso de análisis no fue suficiente y no tuvieron el valor de defender lo que sabían… Ah, sí, tengo por allí unos pichones maravillosos, creativos, osados, irreverentes que se atrevieron a romper las reglas, a desafiar directivos y al status quo, que piensan, y crecen y crecen y siguen creciendo.
Gracias, Alejandra, por hacer tanto porque tus chicos aprendan, y por entibiarme el corazón con la certeza de que es posible cambiar la educación…
Gabriela

domingo, 13 de mayo de 2007

Encuestas en ¡Piezas de a ocho!

A afilar el lápiz... en sentido figurado, claro.
De ahora en más hallarán semanalmente en ¡Piezas de a Ocho! encuestas vinculadas a la lectura, la lengua, la literatura, y nuestras andanzas en el mundo de la enseñanza.
Gracias por dejar la respuesta en ellas...
Y... ¡que las disfruten!
Gabriela

viernes, 11 de mayo de 2007

Para disfrutar leyendo a la Montes: "La formación de lectores y el llanto de cocodrilo"

Andando la red se encuentran maravillosos tesoros, y esta vez me topé con este textito genial de mi estimada Graciela Montes que no puedo menos que acercárselo a ustedes para que los disfruten...

La formación de lectores y el llanto de cocodrilo
Por Graciela Montes
En: Espacios para la lectura. Órgano de la Red de Animación a la Lecturadel Fondo de Cultura Económica. México. Año II, núms. 3 y 4, 1996. Pág. 22

La angustia estalló en algún momento del siglo y borboteó largamente en estudios teóricos, métodos infalibles, recursos didácticos, grupos de estudio, planes de investigación, mesas redondas, artículos periodísticos y demás gestos en los que sobresalía el tono escandalizado, la alarma. No cabe duda: la pintoresca especie de los lectores se estaba extinguiendo inexorablemente. “Se lee poco”. “No se lee”. “La gente ya no lee como antes”. Y, por supuesto, el acostumbrado “los chicos no leen”. Tan notable y generalizado es este gesto de la sociedad golpeándose el pecho, arrancándose los cabellos y gimiendo por el fin de los lectores que tal vez resulte útil ventilar un poco la cuestión, no vaya a ser cosa de que quedemos sumergidos, como la pobre Alicia, en un charco de lágrimas... de cocodrilo.

Lo mejor es desinflar el globo de las grandes generalizaciones y poner algunas cosas en su lugar:

- Algunos no leen porque nadie les enseñó a leer.

- Algunos no leen porque no tienen libros.

- Algunos no leen porque —dicen—“no les gusta leer”.

(Conviene recordar que los dos primeros grupos son desmesuradamente grandes en América Latina.)

A todos esos no lectores algo les debe la sociedad. Reconozcamos que no estaban condenados desde sus cromosomas a ser no lectores, sino que, de un modo u otro, les fallaron los mediadores sociales, les falló la sociedad. A todos ellos les faltó algo que no les habría debido faltar. En algún momento les hicieron una zancadilla. De modo que es bueno que la sociedad se haga cargo y admita, mal que le pese, que no se trata de una fatalidad del destino sino de una consecuencia de actos históricos y concretos de los que no puede declararse inocente.

La sociedad fabrica no lectores y, cuando ve su producto, no atina sino a agarrarse la cabeza escandalizada. Primero provoca el incendio y después sale corriendo a llamar a los bomberos. En esa conducta no hace más que proyectar sus contradicciones y sus hipocresías respecto a la lectura, a los libros, al pensamiento crítico, a la educación y, de un modo más general, a lo que llama “la cultura”. Por un lado, en el escenario encendidas declaraciones en defensa de los libros y de la lectura, exageradas y hasta absurdas, fetichizantes. Detrás, en bambalinas, conductas bien concretas y muy poco explicitadas tendientes a fomentar la no lectura o, al menos, a condenar a la irremediable iliteralidad a gigantescas masas poblacionales del planeta.

Casi en el mismo momento y en un segundo y teatral gesto, que también le es muy característico, esa misma sociedad escandalizada extiende la mano y, como al descuido, deposita el conflicto en los niños. Son los niños los que no leen. Los niños, una vez más y como siempre. Los niños, esos recipientes pequeños donde, sin embargo, puede volcarse todo, los eternos, sagrados e indispensables chivos expiatorios.

Ahí es cuando me irrito y siento ganas de sacudir el tablero de la amable preocupación de nosotros, los grandes.

¿Qué tal si probamos alfabetizar (pero alfabetizar en serio), sin mezquindades a todos nuestros chicos, darles escuelas, maestros bien remunerados, libros? ¿Qué tal si les regalamos bibliotecas jugosas, muchas bibliotecas —de escuela, de aula, de sindicato, de club—, rebosantes de libros excitantes y codiciables? ¿Qué tal si les donamos un poco de nuestro tiempo, de nuestra voz, de nuestra compañía junto con los libros? ¿Qué tal si pensamos y estimulamos el pensar, el criticar, el discutir, el informar acerca de la propia vida? ¿Qué tal si volvemos a hablar con nuestros hijos de las cosas de todos los días, de las cosas de antes y de ahora, de nuestras fantasías? ¿Qué tal si intentamos recuperar nosotros mismos la codicia del libro, el tiempo libre y privado, la reflexión, la mirada aguda, el placer por las palabras?

Si después los chicos siguen empecinados en alejarse irremediablemente de la lectura, podremos mover apesadumbrados la cabeza y sentarnos a discutir el mañana, hasta tanto no lo hagamos, nos limitaremos a gimotear y seguiremos chapoteando en nuestras lágrimas de cocodrilo.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Soy lo que escribo, soy como escribo... (2da. Parte)

Como prometí tiempo atrás, continuaré poniendo a disposición de ustedes, mis estimados lectores, los trabajitos de escritura de dos grupos de alumnos de Polimodal surgidos a partir del texto Eres lo que escribes, eres como escribes (www.escribesinfaltas.blogspot.com), el cual generó una serie de producciones que escapándose del corsé del esquema propuesto se internaron en planos inusitados de la significación personal que para estos chicos tiene la escritura... Perdónense las pequeñas falencias, pues el producto tuvo un poco de espontáneo y no se retrabajó con la sistematicidad habitual que solemos dar al proceso de escritura, tienen estos textitos algo de diamantes en bruto, haciéndonos pensar acerca de cuándo es que los grandes abandonan/pierden/rehuyen ese vínculo particular con la palabra escrita...
Eres lo que escribes, eres como escribes
Soy lo que escribo porque así soy.
Porque me tranquiliza
Porque el tiempo pasa más rápido.
Porque me gusta.
Soy lo que escribo cuando estoy sola.
Cuando pienso en algo o alguien.
Cuando estoy bien.
Cuando me pasa algo malo.
Soy lo que escribo, por lo tanto me gusta escribir para desahogarme.
O también para ver lo que pienso o quiero.
N. C.
Soy lo que escribo porque cuando escribo me desenvuelvo.
Porque doy lo mejor de mí tratando de olvidar lo feo.
Porque al escribir no interesa si el día es bueno o desagradable.
Porque desahogo penas en una frase...
Soy lo que escribo cuando tengo muchas ganas de escribir.
Cuando produzco algo que me gusta.
Cuando lo que expreso es interesante.
Cuando creo un poema o un cuento.
Soy lo que escribo, por lo tanto con mis palabras se darán cuenta de mi estado de ánimo.
Descubrirán lo que pienso.
Se imaginarán que es lo que siento.
Conocerán todo de mí.
B. A.
Soy lo que escribo porque escribo lo que siento y pienso…
Porque desahogo mis pensamientos,
Porque imagino… e imagino sin importar lo que queda por esperar,
Porque es el resultado de mis confusos impulsos,
Porque es la manera de expresar mi forma de vivir,
Porque cada palabra vale tanto como mis pensamientos.
Porque debo saber que tengo mucho por entender y comprender en esta vida,
Porque siempre están presente los límites, los tiempos justos e injustos,
Porque tengo millones de ilusiones por escribir,
Porque tengo mucha tinta por derramar en un papel hasta darle un fin.
Soy lo que escribo cuando lo hago por mi propio interés.
Cuando alimento mis saberes, mis gustos e ideas.
Cuando pienso, y pienso lo que quiero, aún cuando nunca llegue a alcanzar mis deseos.
Cuando me expreso sin importar quién lo va a leer o lo que se va a interpretar o criticar de él.
Soy lo que escribo, por lo tanto dejo surgir de mí, mis más profundas palabras que lleguen al corazón,
que hagan derramar lágrimas de las personas más difíciles de llorar,
por lo tanto las hojas hablan de mis sueños, tristezas y certezas.
Cada renglón describe cada minuto que vivo, porque es un reflejo de mi alma, de mi interior.
D. S.

FUNKE, Cornelia. El señor de los ladrones.

La novela construye un mundo verosímil en el que ubicar los sucesos pero que además resulta fácilmente identificable como la Venecia actual; en esta, los personajes se encuentran todo el tiempo con turistas ansiosos, viajan en el vaporetto, cruzan el Canal, concurren a la plaza de San Marcos, viajan por las islas de la Laguna, y conviven en un viejo cine abandonado.
El mundo de los jóvenes personajes es el de los mal llamados "niños de la calle", y se opone al mundo paralelo y legitimado de familias que habitan viviendas cómodas o viajan en avión, en tren y ocupan lujosas suites de hotel.
Seis chicos de diferentes edades son los protagonistas de esta historia. Próspero y Bonifacio son dos niños alemanes que al fallecer su mamá huyen a Venecia para librarse de la custodia de unos odiosos tíos. Estos en realidad no desean criarlos a ambos sino quedarse con el pequeño Bo, cuya cara de ángel seduce a quien lo ve. Llegados a la ciudad son auxiliados por tres compinches -Avispa, Mosca y Riccio- que viven por su cuenta en un viejo cine abandonado. Todos ellos se mantendrán con lo que les aporta Escipión -El Señor de los Ladrones- quien es un joven de unos diecisiete años, el cual les lleva objetos robados para que los vendan.
Y por emprender la aventura de robar un objeto misterioso es que se embarcarán en la aventura de su vidas.
En la historia los adultos responden a varias categorías: los insoportables tíos Hartlieb interesados por su comodidad y apariencia; el bueno y sagaz Víctor Getz que ejerce de investigador privado; el odioso padre de Escipión, rico, frío y autoritario; Ernesto Barbarrosa, el tramposo anticuario que trafica con objetos hurtados; los hermanos Morosina y Renzo amargados por el rencor y el deseo de ser niños nuevamente; Ida Spavento, una fotógrafa generosa y con sentido del humor, quien junto a Víctor se verá metida en más de un embrollo por ayudar a los jóvenes. Víctor e Ida aunque adultos tienen algo de niños, de espíritu aventurero y juguetón; él como detective acostumbra a disfrazarse en sus misiones por lo que se divierte adoptando otras identidades y ella también probará lo interesante del juego al hacerse pasar por otra persona para salvar de líos a los chicos.
Los únicos personajes ligados a lo sobrenatural son aquellos que cambian su edad al montarse en el carrusel mágico.
En El señor de los ladrones, la narración de Cornelia Funke es -como siempre- deliciosa y amena, y este caso no es una excepción el fuerte contenido humano como sostén de la historia. En esta novela en que hay grandes que juegan a ser niños, niños que las hacen de grandes sobreviviendo por su cuenta y otros que desean crecer desesperadamente o volver atrás el tiempo; una serie de ejes nada triviales atraviesan la trama: el abandono, el maltrato, el desinterés de los adultos; pero también: la amistad, la necesidad de afecto, de fantasía, de contención. El logro es realizar una novela entretenida, cálida, tierna, sin caer en la cursilería ni en la denuncia social agobiante, porque en todo momento se lee como literatura de la mejor.
(Se ofrecieron datos de la autora en el artículo sobre Funke, Cornelia. Igraín la valiente)
Gabriela Monzón
Extraído con leves adaptaciones de “¡Alohomora! …O de las puertas que abrió Rowling”, Trabajo Final para obtención del Postítulo de Actualización Académica en Literatura para Niños, Instituto “Almirante Guillermo Brown”, Santa Fe, 2006